Los que soñamos por la oreja
En mi opinión, creo que está por hacerse un estudio acerca de la cancionística cubana en los años que comprende la etapa de transición del filin a la Nueva Trova y en la que, por ejemplo, se generan hermosas composiciones que no son ni una cosa ni la otra, pero que representan un tipo de canción muy singular, como las escritas por Juan Formell, ideadas para ser interpretadas por Elena Burke durante la segunda mitad de la década de los 60 del pasado siglo.
Aquel repertorio fue un trabajo pletórico en elementos novedosos para la época y dentro de los parámetros de lo que se conoció como sonido shake, el cual abarcase combinaciones estilísticas al corte de son con shake, afro-shake, shake-blue y samba-shake. En esas piezas del por entonces joven Juan Formell hay evidentes influencias de Los Beatles y de la música brasileña pero, según lo relatado por gente que vivió el período, se bailaban como música cubana y muchos no lograban darse cuenta de dónde procedía el componente foráneo.
No parece descabellado pensar que en dichos temas, vistos como expresión de los procesos abiertos y ocurrencias o aconteceres en reciclaje permanente dados en nuestra música, están las raíces primigenias de la actual Canción Cubana Contemporánea y que, a la postre, ha sido un macroproceso de elementos y resultados entretejidos, con un carácter transnacional que ni borra ni estandariza, sino más bien presupone rasgos que dejan un sedimento tipificador y cambiante, incluidas toda clase de reapropiaciones.
A propósito de lo antes expuesto, hace algunas semanas se presentó a la prensa un álbum que, por su contenido, merece ser audicionado con sumo detenimiento. Me refiero al disco Elena Burke canta a Juan Formell, un CD contentivo de 12 canciones que en su momento no se concibieron para integrar una producción fonográfica, sino que se fueron grabando a través de los años y con diferentes formatos de respaldo. Son temas que, en voz de Elena y con orquestaciones de Formell, se publicaron en discos pequeños entre 1967 y 1976, y que ahora, gracias a una idea del productor Jorge Rodríguez, se compilan en un álbum.
Para cualquier amante de la buena música cubana e interesado en algo más que lo que se ha puesto de moda, este es un material de esos que se disfruta enormemente, tanto por la valía del repertorio aquí incluido, como por las interpretaciones de la Burke y de los músicos de respaldo. Sin embargo, la falta de coherencia que ha tipificado el quehacer de la discografía cubana, hizo que cuando el proyecto se presentase por primera vez a los entonces encargados de decidir qué se publica o no en el ámbito del sello EGREM, se diese una negativa por respuesta, so pretexto de considerar que se trataba de una empresa irrentable.
Por fortuna, las cosas cambian y así, en fecha reciente se tomó la decisión de editar el material, aunque sin el empaque requerido para una propuesta de tanta valía como esta, resultado de una seria investigación de archivo y que demandaba la inclusión, junto al fonograma, de un libreto-portada donde se aportasen datos imprescindibles acerca de las canciones recogidas en el álbum, como por ejemplo el año de grabación, los orquestadores, las formaciones de respaldo y otros aspectos que quizá algunos consideren de poco interés, pero que para los estudiosos empeñados en articular en materia de música cubana lo nuevo con lo anterior es de especial relevancia.
Contentivo de varias piezas muy populares en el instante de su aparición hace cuatro décadas, entre ellas Y ya lo sé, Lo material, De mis recuerdos y Al fin creo en el amor, la edición de un álbum como Elena Burke canta a Juan Formell, carente del valor agregado que representa la información que debe tener una producción de archivo como esta, pasa por alto que hoy no solo en música sino en toda la cultura, lo que anda de por medio es la memoria y que el rescate de la misma tiene que formar parte de la indispensable anamnesis histórica, tanto de músicos como del resto de los intelectuales cubanos, en contraposición a aquellos que hacen todo lo posible a su alcance por tratar de convertir en realidad lo que proclamaba desde su título un viejo libro de Aldo Baroni: Cuba, país de poca memoria.