Los que soñamos por la oreja
Para los moradores del reino de «los que soñamos por la oreja», es una fortuna la revitalización que va teniendo la programación de funciones musicales en la capital cubana. Atrás han quedado los tiempos en los que no había lugar a donde ir. Cierto que aún falta mucho para que la vida nocturna de La Habana recobre su antiguo esplendor, pero a decir verdad, al menos en una creciente red de espacios de presentación podemos disfrutar de la riqueza de que hoy hacen gala los músicos de nuestro país.
Confieso que el fin de semana pasado para mí fue un rompecabezas a la hora de decidir a qué sitio dirigirme, porque las opciones eran múltiples y de primera. Ello es, como me comentaba mi amigo Fidelito Díaz Castro, una dolorosa y feliz coincidencia, para agregar a continuación lo bueno del hecho de que en nuestra ciudad empiece a darse esta clase de «dolores».
Así, el viernes 22 en la Tropical, y como homenaje a los 50 años del estreno en Cuba de Música para danza, composición de Juan Blanco que marca el nacimiento de la práctica de la electroacústica entre nosotros, se llevó a cabo un evento denominado ProElectrónica, una suerte de anticipo de lo que tal vez algún día será un festival cubano de tal tipo de creación sonora. No asistí a este encuentro, pero amistades que allí estuvieron me hablaron elogiosamente de lo sucedido durante las diez horas en que reinaron el tecno y el house.
Ese mismo día, poco después de las siete de la tarde, la sala teatro de Bellas Artes era testigo de un concierto de Argelia Fragoso. Siempre he admirado la forma de cantar de Argelita, como la conocimos hace años, pero lo que hizo este viernes fue sencilla y llanamente una lección de buen gusto y técnica vocal. Si ella no tuviese absoluto control de su voz, le habría resultado imposible llegar al final de la función, pues al parecer por causa de un estado gripal, mientras avanzaba el concierto iba poniéndose ronca, lo cual la obligaba a emplear el arsenal de recursos técnicos de que dispone para colocar su voz, no afectar la emisión y seguir interpretando como si nada estuviera pasando. ¡Fenomenal! Contribuyeron también al éxito de la presentación, los músicos de respaldo, entre los que brilló de forma especial Enrique Pla a la batería, quien cada vez toca mejor.
El día siguiente fue igual que el anterior, o sea, de esos en los que a uno le entran las dudas de hacia dónde dirigirse. Así, a las 4:00 p.m., en la Sala San Felipe Neri, Aldo López-Gavilán invitaba a un concierto en el que compartiría escena con los prestigiosos pianistas Ingvo Clauder, de Alemania, y Jenny Boonruang, de Tailandia. Igualmente, como parte del ciclo de descargas denominado La utopía, y que cada sábado tiene lugar a partir de las 5:00 p.m. en el Piano-Bar Tun Tun, se presentaban el tunero Norge Batista y los villaclareños Alain Garrido y Leonardo García, tres trovadores que no son visitantes asiduos de nuestra ciudad.
Para complicar aún más la elección, a las seis de la tarde del mismo sábado, Rolando Berrío era protagonista de un concierto en el Centro Pablo, bajo el título de Sólo salen. Por cuestión de cercanía y de labores que tuve que hacer en casa, finalmente me decidí por irme al patio de Muralla 63, y por suerte la selección fue acertada.
Con respaldo de 12 músicos invitados, entre ellos el cuarteto del tresero Maykel Elizarde, Roly demostró por qué se le considera hoy uno de los más importantes creadores de la Canción Cubana Contemporánea. Para mí, él es —después de Pedro Luis Ferrer— el hacedor de guarachas de mayor valía que ha surgido entre nosotros, en la línea de un Ñico Saquito. Pero Berrío no se queda sólo en ese repertorio en el que el choteo, la burla y el absurdo son armas que maneja con total destreza, y también nos ofrece una cancionística en la que sentimos vivificantes influencias que van desde el filin, hasta el rock y el blues.
Como colofón de la jornada, el Piano-Bar del Hotel Florida invitaba (con entrada libre) el sábado y domingo, a un par de presentaciones a cargo de Santiago Feliú y del trío de Harold López-Nussa, en un espacio que promete. Nada, que este fue un ¡fin de semana musical!