Los que soñamos por la oreja
No sabría decir con exactitud dónde y cuándo conocí a Yordis Toledo. Quizá fue en una de mis idas y venidas por Pinar del Río. O tal vez sería en una que otra de las emisiones del festival Longina, en Santa Clara, evento en el que hemos coincidido en más de una ocasión. Incluso, pensándolo bien, a lo mejor todo se remonta a los años de su etapa como integrante de bandas de rock. El dato no importa, a no ser para que yo tome conciencia de que mis pobres neuronas empiezan a darme señales de agotamiento o de que ese alemán nombrado Alzheimer y que se ha vuelto tan popular en los últimos tiempos, pretende hacerme compañía.
Lo cierto es que uno de esos días perdidos en mi memoria, me topé con las canciones de Yordis y desde aquel instante, quedé prendado de sus hermosas melodías, que tienen la virtud de enganchar a quienes las escuchan, de tal suerte que en un momento dado y sin apenas percatarnos de cómo ha sido posible, nos encontramos repitiendo fragmentos de sus composiciones. Porque sobre todo, Toledo es alguien que sabe armar líneas melódicas pegajosas, con coros y estribillos que atrapan a la audiencia y que mucho le deben a la sana y vivificante influencia que determinados códigos del pop y del rock han ejercido entre jóvenes exponentes de eso que algunos como yo gustamos denominar Canción Cubana Contemporánea.
Como ha ocurrido en incontables casos, tras dejar atrás sus incursiones como rockero e iniciarse en el mundo de la trova, Yordis comenzó el bregar artístico solo acompañado por la guitarra. A partir de la solidez artística de su obra, llegó el período de luchar por una mejor manera de entregarla. Fue entonces que sin perder el más mínimo amor a la lira, como se dice en lenguaje de viejo cantador (según he aprendido con mi amigo y colega de redacción en El Caimán Barbudo, Bladimir Zamora Céspedes), Toledo invitó a varios jóvenes instrumentistas a correr la aventura de formar un grupo que le respaldara en esto de desgranar canciones. Por eso, ahora podemos escucharlo apoyado por una sonoridad que no solo funciona como acompañamiento sino que es el complemento necesario a una propuesta inscrita dentro de lo más auténtico en la música popular urbana.
Soy consciente de que para los que no sean seguidores asiduos de nuestra actual escena trovadoresca, el nombre de Yordis Toledo poco o nada les dice. Ello no es algo fuera de lo común. Ya se sabe que nuestros medios de comunicación no son precisamente amigos de apostar por el canto que nos haga pensar en cuanto nos rodea. Empero, puedo asegurar que Yordis es dueño de un discurso que se nutre por igual de la riqueza del habla popular, como de los referentes que le han aportado las lecturas de la buena poesía escrita en nuestra lengua.
Si bien él conserva en el plano letrístico las raíces de un tipo de creación relacionada con la tradición de origen trovadoresco, lo que más me cautiva de su propuesta es que, a tono con los tiempos que corren, se desentiende de los estrechos límites de género y estilo, para entregar un material —en ocasiones dirigido a la gozadera, en otras tierno, pero siempre contagioso— con mucha fuerza, musicalmente hablando.
Todo lo anterior se pudo comprobar en la reciente emisión del espacio Verdadero complot, llevado a cabo, como es de costumbre, en el Centro Hispanoamericano de Cultura y donde este cantautor pinareño, más sus músicos de respaldo, ofrecieron un concierto bajo el apelativo de Mirando al sur. En la ocasión, la banda que acompañó a Yordis Toledo estuvo integrada por Zeney Alonso Pérez en el bajo, Reynaldo Martínez Perugorría a la guitarra eléctrica, los percusionistas Julián Ulises Valdés Mijares y Boris Miguel Ruiz, y Rocío Sixto Rodríguez en la segunda voz y coros.
Por lo interesante de lo escuchado en la función, no puedo menos que recomendar que cuando vea el nombre de Yordis Toledo anunciado para una de las tantas peñas trovadorescas que hoy acontecen en nuestra escena o, mejor aún, programado para ofrecer un concierto, no deje de asistir a la cita. Él es un hacedor de una cancionística esencialmente muy cubana, pero que también es universal, probablemente a estas alturas del siglo XXI el único modo de que continúe siendo cubana.