Los que soñamos por la oreja
El pasado lunes 24, el diario Granma daba a conocer a sus lectores la noticia de la muerte de Israel López, el célebre Cachao, quien falleciera el sábado 22 a consecuencia de problemas renales. En lo que va de semana, en uno que otro espacio de nuestra radio se han dedicado programas o comentarios a propósito del legado que para la música cubana representa la obra del eminente compositor y contrabajista. Quien haya tenido la oportunidad de seguir la prensa internacional de por estos días, ya sea en medios impresos, cables de agencias, publicaciones digitales, habrá comprobado el cúmulo de trabajos que la desaparición física de Israel López ha suscitado.
El domingo en la mañana, un par de corresponsales de órganos foráneos acreditados en La Habana me telefonearon para preguntarme mis opiniones sobre la huella de Cachao entre nosotros. Ocurre que el fallecimiento de esta figura, que en el presente 2008 cumpliría 90 años de edad, presupone el fin de la generación que fuera protagonista del nacimiento de un singular capítulo en la historia de nuestra música, el de las llamadas descargas, fenómeno del que él fuera uno de sus gestores en la década de los 50.
En una entrevista que le concediera al periodista español Carlos Galilea durante el 2007, Cachao recordaba del siguiente modo el surgimiento, en 1957, de las hoy tan populares descargas: «Las cosas de uno. Siempre con ideas nuevas. Cité a los músicos después del trabajo en los night clubs. A las cuatro de la madrugada. Y ahí empezamos a grabar hasta las nueve de la mañana. En cinco horas hicimos los números de la primera descarga. Entonces les recomendé que se pusieran trajes medievales, de hierro y eso, porque después de que la gente oyera esa locura nos iban a matar».
Empero, aquellas descargas del LP Cuban Jam Sessions in Miniature se convirtieron en todo un suceso, no solo para la época sino para cuanto acontecería posteriormente en el jazz afrocubano. El estilo que él impuso a la hora de tocar el contrabajo, ha marcado a instrumentistas de diferentes generaciones en nuestro país y que van desde su propio sobrino, Orlando «Cachaíto» López (muy reconocido en los últimos años por su participación en el Buena Vista Social Club), Papito Hernández, Silvio Vergara, Jorge Reyes, hasta gente muy joven como Carlos del Puerto (hijo) o Carlitos Ríos, una de las más recientes revelaciones del contrabajo en Cuba.
Pese a que entre determinados músicos de la Isla se sigue y estudia el legado de Cachao, a que su música de vez en cuando suena en las emisoras radiales cubanas, gracias a que en los 90 la EGREM puso en circulación en formato de CD algunas de sus antiguas grabaciones, y a que uno que otro de nuestros investigadores ha escrito acerca de la vida y obra de Israel López, no puede asegurarse que entre nosotros se le conozca como debiera ser. Cuando se piensa en el hecho de que los cubanos no somos un pueblo milenario sino que tenemos una historia bastante joven, apenas cinco siglos, hay que concluir que no podemos darnos el lujo de no incentivar la memoria cultural y perder del patrimonio nacional a figuras de la talla de Cachao.
Un breve repaso por su existencia deja claro lo intensa que la misma fue. Él no hacía distingos entre un tipo de música y otra, por eso se le vio como integrante de la Filarmónica de La Habana, bajo la dirección de personajes del prestigio de Herbert von Karajan, Igor Stravinsky y Heitor Villa-Lobos, o como miembro de la, en su época, muy popular charanga del flautista Antonio Arcaño, formación para la que, en compañía de su hermano Orestes «Macho» López, compusiera numerosos danzones, como Buena Vista Social Club o Chanchullo, aún vigentes en el repertorio de no pocas orquestas en Cuba y el extranjero.
Dejo para otros la discusión de si Israel y Orlando son o no los creadores del mambo. Para mí lo importante es que resulta difícil hallar trayectorias tan integrales como la del recién fallecido contrabajista, y que en los 90 reverdeció laureles a partir del documental Como su ritmo no hay dos. Dado que él fue un hombre alegre, mi particular tributo es servirme un trago de ron, colocar uno de sus discos en mi equipo sonoro y gritar como en los viejos tiempos: ¡Juega, Cachao!