Los que soñamos por la oreja
Creo que el tiempo ha evidenciado la necesidad de que nos sentemos a revisar las estructuras de muchas de las instituciones culturales de nuestro país. La mayoría de ellas fueron diseñadas hace ya décadas, cuando las circunstancias en Cuba y en general, en el mundo en que nos movíamos, eran otras. De ahí el hecho de que no pocas de tales instituciones resulten en la actualidad sencillamente inoperantes y solo caldo de cultivo para que en las mismas florezca, en el mejor de los casos, la inercia, y en el peor, la burocracia, ya sea la de la vieja estirpe o la de la nueva escuela.
Pensaba en lo anterior el pasado viernes 4 de enero, cuando en horas de la tarde fue presentado el álbum doble titulado Te doy una canción, contentivo de los conciertos que el 25 y el 26 de noviembre de 2006 ofrecieran más de 40 trovadores de distintas generaciones y promociones, a manera de agasajo a Silvio Rodríguez Domínguez por su cumpleaños 60. Sucede que este acontecimiento viene a ratificar, una vez más, lo mucho y bueno que una institución como el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau viene haciendo desde hace una década por las artes en nuestro país y en particular, por una manifestación como la trova.
El modelo de gestión y promoción cultural que ha establecido dicho centro, un lugar con una muy reducida plantilla, escasos recursos económicos pero eso sí, con muchísimas ganas de hacer y con la eficiencia como bandera, debería empezar a ser objeto de estudio por quienes dirigen buena parte de las instituciones de la esfera y que, en no pocos casos, con posibilidades económicas infinitamente superiores y un elevado número de trabajadores, ni por asomo al concluir un año de trabajo pueden compararse en lo hecho a lo llevado a cabo por el Centro Pablo, un lugar en el que se respira respeto por el artista, algo que tanto falta en otros sitios.
Por todo lo anterior es que el equipo encabezado por Víctor Casaus y María Santucho está en condiciones de acometer un proyecto como el álbum doble Te doy una canción, que recién ha sido presentado. En su momento, desde estas propias páginas comenté aquellas dos tardes de conciertos celebradas en noviembre de 2006. Ahora, transcurridos casi 14 meses, al escuchar el par de volúmenes que integran el fonograma, me ratifico en algo que expresé entonces y es que más que un tributo a la figura individual de Silvio, cosa sobradamente merecida, el homenaje a Rodríguez Domínguez resultó rebasado y devino un canto a una manera específica de asumir el arte, tanto por hacedores como por consumidores.
No considero oportuno hacer distingos entre los niveles cualitativos alcanzados por uno u otro de los participantes en el disco, ya que todos dieron lo mejor de sí en aras de gratificar al hermano de oficio, lo cual no significa que en lo personal yo no tenga mis versiones preferidas. Me parece más conveniente resaltar el empaque registrado en el fonograma, en tanto producto de primera categoría, donde no falta un librito con abundante material fotográfico (a cargo de Alain Gutiérrez) y textos, todo diseñado por Katia Hernández, quien en compañía de Enrique Smith, integra el proyecto denominado K&K, responsable de parte de la imagen gráfica del Centro Pablo.
Otro aspecto sobresaliente de la propuesta es la calidad de la grabación, que corre a cuenta de Jaime Canfux y Juan Demósthene, figuras que ya han sido reconocidas por su meritorio trabajo técnico en la colección de fonogramas del ciclo «A guitarra limpia» y que, incluso, en el caso de Jaime, en la edición del 2007 del Cubadisco, fuese galardonado con el premio a la Mejor grabación in situ por el disco Trovarroco, registrado durante un concierto de dicho trío villaclareño en el patio de Muralla 63.
Cuando llegamos al último corte del segundo volumen de Te doy una canción, la pieza El colibrí, que es interpretada por el propio Silvio como colofón de esa fiesta para los oídos que devienen los 44 temas incluidos en el fonograma, uno tiene la certeza de haber disfrutado de un producto cultural de alto vuelo, y nos ratifica acerca de que al margen de la mediocridad y el síndrome de decadencia que pululan por doquier, no todo está perdido.