Los que soñamos por la oreja
Al parecer, durante julio y agosto podremos disfrutar de una intensa programación de espectáculos musicales. Ello es algo que en lo particular me regocija, porque el pasado año, desde estas mismas páginas, me quejaba de que en la etapa veraniega del 2006, no hubo la cantidad de conciertos a la que uno aspira en el período en que mucha gente sale de vacaciones y busca opciones para recrear el espíritu. Si nos guiamos por lo acontecido el último fin de semana, la temporada ha comenzado a muy buen ritmo.
Para el próximo sábado 14, entre las distintas opciones que se nos presentan, una de especial atractivo es la que propone William Vivanco, quien actuará a partir de las 8:30 p.m., en los Jardines de La Tropical (entrada por la calle 51), ocasión en la que el cantautor santiaguero hará un repaso por buena parte del repertorio que ha incluido en sus dos álbumes publicados, Lo tengo to’ pensa’o (Bis Music) y La isla milagrosa (EGREM), CD este que en la reciente edición de Cubadisco obtuviese el premio en la categoría de fusión.
Una de las cosas que más captó mi atención de la ópera prima de William fue la capacidad que posee para funcionar como una suerte de retratista de grupos, que sabe reflejar en los textos de sus canciones imágenes de los distintos estratos sociales que conviven entre nosotros. En ese sentido, su segunda producción fonográfica mantiene una línea de continuidad en el plano letrístico y uno siente que en los cortes del disco encontramos una voz poética que, a partir de los códigos específicos que tiene la canción, está en plena sintonía con lo mejor de la literatura que escriben los contemporáneos del trovador.
Mientras que Lo tengo to’ pensa’o se podía clasificar como un disco dentro de los parámetros del pop, al margen de que en él se diesen los procesos de hibridación que hoy acontecen en la escena de la canción cubana contemporánea, La isla milagrosa resulta un CD signado por un sabor mucho más santiaguero y en correspondencia, de mayor cercanía a las raíces tradicionales de nuestra música, evidenciado en las incursiones que William realiza aquí por ritmos como el pilón, la conga, el afro. Diríase que el hecho de que el creador viva desde hace algún tiempo en La Habana ha provocado en él un sentimiento de nostalgia y de reafirmación de su origen, reflejado en su quehacer composicional.
Un rasgo distintivo del álbum de Vivanco es que el mismo se inscribe dentro de esa estética que Roberto Carcassés ha denominado interactiva. La esencia del grupo Interactivo se nota a las claras en muchos de los 12 temas recogidos en el fonograma, que está producido por Descemer Bueno, para mí uno de los tres pilares básicos en el ámbito de la producción discográfica de la música cubana alternativa (los otros dos son Roberto Carcassés y Pavel Urquiza). Además de Descemer y Roberto, en el disco hay aportes de figuras tan valiosas como Yusa, Haydée Milanés, Élmer Ferrer, Yaroldi Abreu, Julito Padrón..., quienes le otorgan un singular realce a la grabación.
De las piezas del CD recomiendo Alegrón, El viejo Simón (escrita en colaboración con el ex Postrova Ernesto Rodríguez), Pilón, Pa’ iluminarte, Guacho a la cosecha, Pa’ Maceira, y sobre todo Bohemia, una canción en la que uno no debe perder ni una sola palabra del texto en virtud de la cantidad de ideas que va proponiendo a través de una inquietante sucesión de imágenes de nuestro tiempo, perfecta metáfora del espejo en que nos asomamos cada día. Para un momento de desánimo, nada mejor que evocar el fragmento de esta composición en la que se afirma: Pero si la vida te sube y te baja en una balanza, / mamá Bohemia te da lo que te levanta.
Puede asegurarse que La isla milagrosa es una obra de madurez y con notables aciertos. Empero, debo decir que sigo prefiriendo al William que solo se acompaña con la guitarra, momento en el que demuestra todas sus extraordinarias dotes como intérprete.
Por ello, aunque disfruto mucho de este álbum, como también hice con su ópera prima, sigo esperando por un trabajo como el que él realizase en una maqueta grabada en los estudios de José Aquiles y donde había un grado de magia, no superado en sus discos oficiales.