Los que soñamos por la oreja
Foto: Iván Soca He asistido a la mayoría de los conciertos ofrecidos en la sede del Centro Pablo, y por ello puedo asegurar que los celebrados allí el 25 y 26 de noviembre fueron de los más cercanos, amorosos y sinceros, entre los que en dicha institución se han desarrollado. El homenaje rendido por 40 trovadores a Silvio Rodríguez quedará en la memoria de los asistentes como un recuerdo sencillamente imborrable. Incluso, creo que el principal objetivo de los dos encuentros: rendir tributo al creador, fue rebasado y devino un canto a una manera específica de asumir el arte, tanto por hacedores como por consumidores.
De ello también se dio cuenta el público, que supo contribuir a la atmósfera existente en los conciertos, por medio de mantener una actitud signada por la contención y el respeto, carente de los molestos gritos y aplausos desmedidos que en no pocas ocasiones más que ensalzar, lo que hacen es contribuir al desmedro de un espectáculo. Ni siquiera cuando el propio Silvio se sintió motivado a subir al escenario al final de ambos conciertos, para interpretar el sábado El colibrí (canción anónima que aprendiese de su madre); y el domingo, su tema Y nada más, los numerosos asistentes a estas funciones de lujo se sobrepasaron al manifestar la euforia ante la intervención del homenajeado, cosa que conociéndolo un poco uno sabe que le hizo feliz.
Por aquello de que «honrar honra», hay que decir que la iniciativa de la realización de un tributo así a Rodríguez —y que de paso también sirviese para celebrar el décimo aniversario del Centro Pablo y el octavo del espacio A guitarra limpia— partió de una idea del promotor cultural Humberto Manduley, canalizada por el equipo dirigido por el poeta Víctor Casaus, y que tuvo en el trovador Samuel Águila al encargado de coordinar, desde el prisma artístico, el programa de ambas jornadas, en las que intervinieron tanto fundadores de la Nueva Trova, como figuras surgidas en las promociones y generaciones siguientes a los que le dieron vida a ese movimiento.
Si hubiese espacio, aquí tendría que mencionar uno por uno a todos los participantes de los dos conciertos, porque la intervención de cada uno de ellos estuvo marcada por idéntico sentido de la entrega. Pero eso resulta imposible, así que opto por hablar de aspectos generales. En ese orden, la elección de la mayoría de los temas de Silvio para esta fiesta de la cancionística cubana, en especial entre los jóvenes trovadores, estuvo en viejas composiciones de Rodríguez, particularmente de las escritas entre fines de los 60 y principios de los 70.
Como me comentaba mi amiga Estrella Díaz, ello tal vez guarde relación con el hecho de que de aquellos tiempos datan textos cáusticos y en los cuales las insatisfacciones eran, casi siempre, motivo inspirador, espíritu que suele acompañar al artista en su etapa juvenil y que, con el transcurrir de los años se va atemperando. A lo anterior se añadiría que tampoco los medios cubanos le han otorgado a la obra reciente del bardo la misma promoción que le concediesen en el pasado. De lo expuesto se desprende que tal tipo de elección no guarda relación alguna con los niveles de calidad de la obra de Rodríguez, de las más sólidas en su conjunto en la historia de nuestra cancionística.
En lo referido al modo en que los intérpretes asumieron el repertorio, hubo dos tendencias. Una partió de reproducir en lo fundamental la creación de Silvio, mientras que la otra apostó por reapropiarse de las piezas con miras a traerlas al aire personal de quien la estuviese versionando. En ambos grupos predominaron los aciertos por encima de los desaguisados. Así, por solo mencionar unos pocos ejemplos, en la primera línea habría que aludir a la soberbia interpretación que de Óleo de mujer con sombrero hiciera Diego Cano; y en la segunda, a la disertación de orquestación que brindase Lien y Rey (el arreglo fue escrito por este último) en el tema La resurrección o a Yamira Díaz por la mucha ternura con la que cantó (en una aparente «pequeña» versión) Se demora.
En fin, gracias a Silvio, a los participantes en su homenaje y al Centro Pablo por corroborarnos en la certeza de que el sueño se hace a mano y sin permiso.