Lecturas
En Cuba, desde los días de la escuela primaria se aprende a reverenciar a don Luis de Velasco, calificado, de manera invariable, como «el heroico defensor del Morro» en los días del asalto y toma de La Habana por los ingleses, en 1762. Ese hombre, que alcanzó el grado de capitán de navío, soportó durante dos meses el cruento asedio al que las tropas británicas sometieron a dicha fortaleza, y murió a consecuencia de las heridas de guerra que allí sufrió. Fue tan tenaz y brava su resistencia que, al morir, sus propios enemigos le rindieron honores militares.
Sin embargo, no es mucho lo que se conoce sobre don Luis de Velasco. Ni la defensa del Morro fue, por supuesto, su única acción de guerra. El pasado 29 de marzo, en el Castillo de la Fuerza, el Doctor en Ciencias Históricas Gustavo Placer Cervera reveló, en una conferencia, detalles poco conocidos de la vida y el expediente militar de este hombre, que con 15 años de edad sentó plaza de guardiamarina, y libraría no pocos combates en aguas americanas y del Mediterráneo.
No fue esa la primera vez que Placer Cervera, miembro de número de la Academia de la Historia de Cuba, se acercaba al tema de la toma de La Habana por los ingleses. Lo ha hecho en títulos como Los defensores del Morro (2003) e Inglaterra y La Habana; 1762 (2007). Y es autor asimismo de otros sobre la guerra hispano-cubano-norteamericana, la explosión del Maine, el bloqueo naval norteamericano a Cuba en 1898 y el ejército y milicias en la Cuba colonial… textos que le valieron no pocos reconocimientos académicos y el favor de los lectores.
Ahora, el autor de Historia del arte naval militar y de Métodos matemáticos aplicados a la táctica naval, tuvo la gentileza de hacerme llegar el texto de la conferencia que dictó en días pasados en el Castillo de la Fuerza. De ella tomo la mayor parte de la información que calza esta página.
En junio de 1762, en días previos a la agresión británica, el capitán de navío Luis Vicente Velasco e Isla, nacido en la villa de Noja, cerca de Santoña, Santander, y de 51 años de edad, se encontraba en La Habana. Mandaba la embarcación Reina, que formaba parte de la escuadra del Marqués del Real Transporte. Al tener las autoridades españolas la certeza del ataque enemigo, la Junta de Guerra le encargó el mando del Morro, mientras que otros comandantes de buques surtos en puerto debieron asumir la jefatura de otras fortificaciones.
La corona británica, aseguran especialistas militares, venía preparando la toma de La Habana desde un siglo antes. Era una pieza codiciada por los ingleses, y apoderarse de ella significaba el más rudo golpe que podía asestarse a España. Resultaba decisiva desde el punto de vista comercial y constituía la avanzada del imperio español en América. Su posesión permitiría a los ingleses dominar el Golfo de México y el Mar Caribe, lo cual significaba dominar el comercio de México, entonces la más rica posesión española.
Aquella fue la flota más poderosa que surcó los mares hasta ese momento. Bajo el mando de Sir George Pockock y George Keppel, conde de Albemarle, navegaban más de 200 buques, 27 navíos de línea, 15 fragatas, nueve avisos, tres bombardas y 150 transportes, y venían en ella 8 000 marineros, 12 000 soldados de desembarque, y 2 000 negros esclavos que servirían de peones. Unos 22 000 hombres en total.
«La flota atacante había embocado el Canal Viejo de Bahamas, lleno de bajerío, por donde no se esperaba se atreviese un convoy tan nutrido… Aún se dudaba de su actitud hostil, suponiéndose que se trataba del convoy mercante anual entre Jamaica e Inglaterra», escribe Placer Cervera.
La cosa se puso fea, fea de verdad, cuando el vigía del Morro avisó del desembarco enemigo en Cojímar y Bacuranao, que en número de 8 000 atacaron la loma de la Cabaña y avanzaron hacia Guanabacoa. Batieron el torreón de la Chorrera y desembarcaron 2 000 hombres en la zona, y se empeñaron en tomar el castillo defendido por Velasco que, para su defensa, disponía de una dotación de 3 000 soldados de línea, 50 de Marina y 300 «gastadores» negros. Más adelante, esa guarnición se reforzó con las dotaciones de los buques y 479 condestables, artilleros de mar y marineros. Contaba, entre sus frentes terrestre y marítimos, con 64 cañones. Tres navíos hundidos obstruían la boca del puerto y se fortificaba la loma de la Cabaña, donde no se había construido aún la fortaleza.
Dice Placer Cervera que una de las primeras medidas de Velasco para defender el Morro fue la de macizar su puerta, con lo que no dejó más comunicación con el exterior que la marítima, arriando e izando personal y pertrechos por unos pescantes de bote que fueron afirmados al parapeto por el lado de la bahía. Esos trabajos estuvieron a cargo de la Maestranza del Arsenal de Marina.
El 11 de junio, los ingleses ocuparon la loma de la Cabaña. El 1ro. de julio destacaron cuatro buques para batir el Morro desde el lado del mar. No fue posible para los defensores del castillo destruir las baterías con las que los bombardeaban desde tierra: 640 hombres mandados por la Junta de Guerra lo intentaron, pero poco pudieron hacer contra el campo atrincherado de los ingleses, defendido por 6 000 hombres.
«Velasco se multiplicaba atendiendo a los puestos de mayor peligro. El combate de la batería de Santiago contra cuatro buques ingleses fue de una violencia colosal: 30 cañones del castillo contra 143 de cada banda de la línea de buques ingleses…», describe Placer Cervera. Aun así, no salieron bien parados los navíos atacantes. Mientras, por el lado de tierra se rechazaba el vigoroso ataque inglés contra los baluartes de Austria y Tejeda.
A esa altura, llevaba don Luis de Velasco 37 días sin dormir ni descansar apenas. Sufrió entonces una fuerte contusión y el Marqués del Real Transporte ordenó que buscara atención médica en la ciudad. Desde ella advirtió que la defensa del Morro se debilitaba, pues los ingleses, desde la caleta de San Lázaro, batían sus baterías del lado del mar. No tardó Velasco en reintegrarse a su puesto, esta vez en compañía de otro valeroso marino, el Marqués González, que sería su segundo al mando, para advertir que en apariencia se debilitaba la presión inglesa sobre el castillo. En verdad, los atacantes preparaban una mina en el baluarte de Tejada, que sería decisiva en la ocupación de la fortaleza, mientras que, desde el oeste, reforzaban los ataques sobre La Habana. ¿Qué hacer? ¿Evacuar el castillo y reforzar con su tropa de mil hombres la defensa de la ciudad? Preguntó Velasco a la Junta de Guerra. No recibió respuesta, dice Placer Cervera.
El 30 de julio, a la 1:30 p.m., almorzaban Velasco y el Marqués González cuando se dejó sentir un sordo estampido. Explotaba la mina y abría un boquete en el baluarte de Tejada, y 20 granaderos ingleses, al advertir que no había en el lugar defensores españoles, se precipitaron hacia el interior de la fortaleza y muchos más los siguieron. Doce hombres detuvieron momentáneamente la entrada, pero sucumbieron ante la superioridad enemiga. Velasco acudió, espada en mano, al lugar de los hechos, pero fue herido en el tórax. Pidió entonces al Marqués González que no abandonara la bandera. Pero este resultó mortalmente herido y lo mismo sucedió con los siete oficiales que acudieron a ese puesto de honor. No hubo ya nada que hacer como no fuera izar la bandera blanca.
Refiere Placer Cervera que el Conde de Albemarle penetró en el castillo y sin dilación se dirigió a la sala de armas, donde curaban a Velasco. Lo abrazó y se interesó por saber si quería curarse en la ciudad o ser atendido por los cirujanos de la flota. Velasco escogió la primera opción y, decretada una tregua, a las seis de la tarde una falúa lo trasladó a La Habana. Lo acompañaba uno de los ayudantes de campo de Albemarle.
Sus heridas no eran mortales; la bala no interesó los pulmones ni víscera alguna. La fiebre, sin embargo, le subía, y se imponía extraer el proyectil, un proceder quirúrgico muy doloroso que soportó con estoicismo. Mas sobrevino el tétanos y llegó la muerte. El mando inglés, al conocer del deceso, decretó un alto al fuego y secundó las descargas de artillería que hacía la parte española en honor del jefe caído en campaña.