Lecturas
«Pablo fue un transgresor por excelencia. Un rebelde con causa. Su insurgencia nata le llevó a consumir la vida intensamente como quien puede partir mañana. Es de esos muertos precoces… que siguen irradiando vida a quienes le sobreviven», escribe el colega José Alejandro Rodríguez, premio nacional de Periodismo, para precisar enseguida que «fue una centella que anduvo siempre entre el periodismo y la literatura, entre la pólvora revolucionaria y la creación, entre nosotros como credo político sin fronteras y el yo irrefrenable del artista». Este domingo 19 se cumplen 85 años de la muerte de Pablo de la Torriente Brau.
Corre el año 1936 y vive exiliado en Nueva York; comprende que son lejanas las perspectivas de una revolución en Cuba y entonces… «He tenido una idea maravillosa: me voy a España, a la Revolución española. Allá en Cuba se dice: No te mueras sin ir a España. Y yo me voy a España ahora, a la Revolución española, en donde palpitan hoy las angustias del mundo entero de los oprimidos».
Parte hacia España como corresponsal de publicaciones cubanas y norteamericanas. En Madrid se rencuentra con su viejo amigo, el escritor católico José María Chacón y Calvo, que lo acoge en su casa con cariño y alegría. Conoce a Rafael Alberti y a José Bergamín, e insiste en entrevistar al periodista y político Álvarez del Vayo… En algo más de tres meses, lo que dura su estancia en España, escribe las 300 páginas de su libro póstumo Peleando con los milicianos. Pero los que lo conocen comprenden que es difícil que Pablo fuera a España solo para escribir y contar.
El encuentro con Francisco Maydagán le resultará decisivo. Pablo le dice que quiere conocer la guerra en la primera línea y pide que lo lleve al frente. El teniente Maydagán, entonces jefe de la Oficina de información de la columna del general Paco Galán y que sería el cubano que alcanzaría mayor graduación (comandante) en el ejército regular español, lo complace y lo lleva a Buitrago del Lozoya, en la sierra de Guadarrama.
Llega como corresponsal de guerra, pero pronto es uno más de la tropa. Por las noches discute a gritos, de trinchera a trinchera, con el enemigo y termina siempre haciéndolo callar, contó Maydagán, hace ya muchos años, a este escribidor, y añadió que otra tarea significativa de Pablo fue la de preparar a labriegos y pastores que se infiltrarían en el frente fascista para procurar información.
Vendrían los días difíciles de la caída de Toledo, el retroceso de los leales hacía Madrid y la amenaza creciente sobre la capital española. Pablo estará entre los cien mil hombres que el 7 de noviembre de 1936 se alistan en el Ministerio de Guerra. Se autotitula comisario político, cargo que le ratifican después y como tal queda incorporado a la división 46 bajo las órdenes de Valentín González, conocido por el sobrenombre de «Campesino».
Participa entonces en los combates que se libran por la defensa de Madrid en el estratégico sector de la Casa de Campo, y el 17 está, con su tropa, en Majadahonda. Testimonios de los que lo vieron el 19 refieren que estuvo en los sitios de mayor peligro. Pese a la resistencia denodada que se le opuso, y de varios contrataques, el enemigo rompió el frente y sus tanques, tanquetas e infantería se metieron por el camino de Majadahonda a Romanillos para atacar a la división de Campesino por la espalda.
Horas después se percataron de la ausencia de Pablo. Tampoco aparecía el adolescente de 13 años, huérfano, del que se había hecho cargo y lo acompañaba siempre. Alguien afirmó haber visto caer al comisario. Su cuerpo había quedado en lo que era ya la retaguardia enemiga. Se dio entonces la orden: traerlo vivo o muerto. Un grupo de valientes se asignó la misión de rescatarlo. Cuando lo encontraron, tendido bocarriba, la chilaba que había arrebatado a un moro presentaba un solo orificio de bala, justo a la altura del corazón.
El gran narrador Lino Novás Calvo —Pedro Blanco, el negrero; La noche de Ramón Yendía, obras cimeras de la literatura cubana— vio llegar el cuerpo de Pablo en una camilla, envuelto en una sábana blanca.
Precisa: «Parecía reducido. Todo el músculo y el vigor de aquel joven alegre y deportivo, había venido a ser una contracción de hombre. Los zapatos brotaban arriba en forma de X, las anchas suelas encostradas todavía de la última tierra que pisara.
«Sin cera ni flores, sin lágrimas ni rezos, esta era la capilla de un héroe del pueblo, su último domicilio entre sus camaradas. Costaba trabajo creer que aquel fuese Pablo. Yo preferí recordarle como le había conocido la primera vez a pleno sol tropical, y le había visto la última a sol invernal en Madrid. Sus palabras, su sonrisa franca, sus movimientos de atleta, el tono de su voz, el original estilo casi brutal de sus narraciones, el cordial apretón de sus manos; todo lo que había en aquel gran camarada se agolpó junto a mis sentidos».
El Club Atlético de Cuba, equipo de fútbol americano, está en Atlanta, EE. UU., para contender con un conjunto local; los norteamericanos conocen mejor el juego, denotan más entrenamiento y experiencia y esas condiciones, pese a la encarnizada batalla del «glorioso anaranjado», como se le llama al Atlético, acaba por inclinar el partido a su favor. Entre los criollos hay un hombre de unos 27 años y seis pies de estatura que se mueve con diligencia en el terreno y propina con la cabeza unos golpes tremendos a sus adversarios. «Ya que vamos a perder con los yanquis, dice a un compañero en el fragor del juego, quiero salvar el honor de Cuba ¡a cabezazos!».
Pablo, el jugador de los cabezazos, al incorporarse al Atlético supo de la divisa del equipo: «Corazón y lo otro», y la hará suya para andar con ella por la vida. Ciertamente la existencia de este hombre que nace en 1901 en Puerto Rico, se desenvuelve en Cuba y muere en España, es, en todos los órdenes —como combatiente contra la dictadura de Machado, preso político, periodista, exiliado y luchador contra el fascismo— una mezcla de corazón y de lo otro. Es decir, de sentimientos, convicción y amor, y también de bravura, tesón y acometividad.
Como periodista es de los más grandes. Su reportaje 105 días preso es un documento extraordinario y también una excelente pieza periodística. A la caída de Machado le ofrecen la dirección del Presido Modelo, con capacidad para 6 000 reclusos y que él conoció como preso político. La rechaza. Cree que un cargo como ese no puede depender de la bondad o la maldad de un hombre, sino que debe estar en manos de especialistas capaces de convertir la cárcel en un centro de rehabilitación social. «No me ofrezcan puestos; no fui a la revolución como mercenario», repite. Preferirá trabajar como redactor del periódico Ahora, surgido al calor de aquellos días y que si bien tiene una tirada creciente, rara vez puede pagar a sus empleados. Esa es la verdadera escuela de Pablo como periodista. Es en Ahora donde da a conocer las crónicas de La isla de los 500 asesinados, sus denuncias sobre el puerto de Chicola, por donde entraban y salían mercancías con total y absoluta burla de los impuestos; sus informaciones sobre la depuración de los profesores universitarios…
«¿En qué tiempo había absorbido aquel deportista apresurado los elementos indispensables para sus juicios? ¿Cómo podía con solo algunos datos atrapados al vuelo constituirse la visión cabal de un fenómeno complejo? Su capacidad de síntesis asombraba. Su buen gusto era como un ademán de su ser», escribía el ensayista Juan Marinello.
El 24 de diciembre, el periódico El Mundo, de La Habana, anunciaba la muerte de Pablo. Graciela, una de sus hermanas, esperaba en la estación de trenes el arribo de Zoe, otra de ellas, cuando la golpeó en pleno rostro el titular del diario. Días antes la madre había soñado que «Nene», como llamaban los suyos a Pablo, había recibido un balazo en el corazón.
Sus restos no han sido localizados.