Lecturas
Dos de los edificios más emblemáticos de La Habana se asientan en la calle M. Son Radiocentro, sede del ICRT, y el Focsa.
El primero, en su momento, impactó por sus dimensiones, volumetría y ubicación; el primer complejo con tal concepción y magnitud construido en Cuba, dotado de un gran teatro, estudios de radio y TV y de numerosas oficinas y locales comerciales dispuestos a lo largo de una calle peatonal interior. El otro, una de las siete maravillas de la ingeniería civil cubana, es el primer exponente habanero de una ciudad dentro de la ciudad, de una isla habitada y autosuficiente, equipada con todos los servicios sociales, concebida para que vivieran y laboraran en ella unas cinco mil personas.
Si añadimos que sobre M cae la fachada trasera del hotel Habana Libre, y uno de los costados de la embajada norteamericana, se llega a la conclusión de que dicha calle es una feliz expresión de la excelencia constructiva y de las concepciones de la arquitectura del Movimiento Moderno en Cuba. A lo que se impone añadir enseguida que con Radiocentro, en M y 23, nació La Rampa el 12 de marzo de 1948, fecha de la inauguración del edificio.
La calle M comienza en la calzada de San Lázaro y termina en el Malecón. Son unas diez u 11 cuadras de extensión irregular. Una arteria residencial, de entretenimiento y comercial. Puede el escribidor caminarla de comienzo a fin e ir reparando en su presente y su pasado.
En San Lázaro casi esquina a M se hallaba el gimnasio América, que se hacía anunciar, recuerda el que esto escribe, con un cartelón colgado en lo alto de su fachada y que estuvo allí más de lo que duró el gimnasio. Se decía que era el mejor gimnasio montado al aire libre donde lo mismo podía tratarse la obesidad que la delgadez en sesiones «para damas, caballeros y niños».
En el número 51 de la calle radicaba la embajada de Chile, mientras que en la esquina de M y 23, acera de los pares, se encontraba la residencia de Carlos Manuel de Céspedes, hijo del Padre de la Patria, que salió de esa casa el 12 de agosto de 1933, el mismo día en que cumplía 62 años, para asumir la Presidencia de la República, en la que duró 23 días. Céspedes falleció en 1939. Cuando se proyectó la construcción del Habana Hilton, la viuda pidió por su casa una suma que no valía, pero que hubo que darle porque si no, no habría hotel.
Enfrente, cruzando M, había un terreno yermo donde se emplazó durante años la carpa azul del circo Razzore, el llamado circo sudamericano de tan triste destino. El Razzore tenía barco propio; era el Euskera una embarcación vieja y fea. Un día, a bordo de esa nave, salió la compañía con destino a Colombia, primera parada de una gira por el continente. Un ciclón lo sorprendió en alta mar, hubo un incendio a bordo y los animales salieron de sus jaulas. De los 67 tripulantes y pasajeros, solo seis pudieron ser rescatados después de pasar muchos días a la deriva.
Fue en dicho terreno donde se construyó el edificio de la funeraria Caballero, que con el nombre de La casa de la calle Concordia, había sido fundada en 1857 en dicha calle habanera. La conformaban nueve capillas de tipo privado, dotadas de aire acondicionado y teléfono directo. Un inmueble con dos elevadores y parqueo propio. La funeraria más lujosa de Cuba.
A comienzos de 1968, en los días del Congreso Cultural de La Habana, que tuvo lugar en el hotel Habana Libre, se instaló en el edificio que había ocupado la funeraria un fastuoso complejo cultural cuya inauguración la matizó una anécdota con el grito de «¡Esto es por Trotsky!»: lo profirió la poetisa franco-egipcia Joyce Mansour cuando propinó una soberbia patada en el trasero del mexicano David Alfaro Siqueiros, en alusión al intento de asesinato del líder ruso, el primero, en que participó el pintor del Poliforo. Habituado a todo tipo de escándalos y desafíos, Siqueiros improvisó de inmediato un discurso en que acusó de la patada al imperialismo norteamericano.
Poco duró aquel complejo. El ICRT dio entonces diversos usos al edificio hasta que decidió instalar en sus áreas su valioso archivo fílmico.
Desde finales de 1952, Goar Mestre, propietario de CMQ Radio-Televisión, se empeñó en construir un edificio de apartamentos con el propósito de venderlos a artistas y empleados de su empresa. Fue así que decidió adquirir por 700 000 pesos el terreno del club Cubanaleco, de los trabajadores de la Compañía de Electricidad, situado en la manzana enmarcada por las calle M, N, 17 y 19, a dos cuadras escasas de Radio Centro. Allí, a un costo de diez millones de pesos se construyó esa joya de la arquitectura cubana que es el edificio Focsa.
En no pocas ocasiones el escribidor ha aludido en esta página a ese inmueble de 121 metros de alto desde el nivel de la acera, con 39 niveles desde los cimientos hasta la torre y una superficie de diez mil metros cuadrados. Ahora dirá solamente que su construcción comenzó en febrero de 1954 y concluyó en junio de 1956, lo que equivale a decir que entre la colocación de la primera piedra del edificio y el último brochazo que se dio a sus paredes transcurrieron 28 meses. Posee 373 apartamentos. También parques y jardines interiores, un parqueo soterrado para 500 automóviles y su propia piscina. Dispone de locales para tiendas, oficinas, mercados, estudios de TV, restaurantes, cafeterías… En la parte más alta se halla el restaurante La Torre.
El Focsa constituyó una operación inmobiliaria fenomenal. La mayor y más ventajosa operación de venta de inmuebles que se ejecutó en Cuba en todos los tiempos. Cuando se dio fin a la obra se habían vendido ya locales por un millón de pesos y se habían recuperado tres millones por la venta de apartamentos. En octubre de 1957 estaban vendidos todos sus locales para oficinas y comercios y la totalidad de los apartamentos.
Autos de alquiler hacían piquera en M y 17, M y 21 y M y 23. Donde hoy está el restaurante El Conejito hubo una huevería, Huevos El Liro. En el hotel Victoria —M y 19— discreto, íntimo y confortable, se alojaron los poetas Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral y el compositor ruso Sergio Prokofiev. El establecimiento fue visitado por García Lorca y Ramón Menéndez Pidal, y también por el hispanista cubano José María Chacón y Calvo. Deliciosas las noches en el restaurante La Roca —M y 21— amenizadas por Marta Strada, que llegaba al paroxismo —martinis secos por medio— con su interpretación de La Tómbola, mientras que Elena Burke llenaba la noche en el club Sherazada, en la esquina de M y 19.
Cuatro entidades bancarias encontraron asiento en la calle M. Una sucursal del Trust Company de Cuba funcionó en Radiocentro, y otra, del Banco Continental Cubano, en el Focsa, donde se estableció además la casa matriz del Banco Americano Nacional de Capitalización, y, por último, en M y Línea, una sucursal del Banco de Fomento Comercial dotada de una taquilla eléctrica que permitía al cliente realizar depósitos desde el automóvil. Banco este con una historia conflictiva, cuyo fundador y primer presidente, José López Vilaboy, testaferro de Batista, fue expulsado al detectársele una centrífuga indeseable. Tres ministros de la dictadura figuraban en el consejo de dirección de una entidad que en dos ocasiones debió ser intervenida por el Banco Nacional. En realidad los accionistas se habían dividido en dos grupos en pugna. Los que querían vender el banco y los que eran contrarios a ese propósito. Los dos bandos se reunieron para discutir el asunto el 27 de enero de 1959 y la junta terminó en una riña tumultuaria con heridos que hubo que remitir a la casa de socorros. Julio Lobo compró el banco en el mes de febrero por algo más de medio millón de pesos.
Políticos de diversas tendencias y hombres de empresa vivían en la calle M y sus alrededores. El arquitecto Ernesto López Sampera, constructor del Focsa, ocupaba el apartamento 241 del mismo edificio. Y la marquesa viuda de Villalta vivía en la esquina de 17 y M. En el número 255 de la calle residía el político liberal César Camacho Covani, senador de la República y ministro de Justicia en el gabinete de Batista. Al triunfar la Revolución buscó amparo, junto con otras figuras, en la embajada española, que tuvo que abandonar, pues España no concedía asilo político. Volvió entonces a su casa. Para su buena suerte, la embajada chilena alquiló el piso alto de la vivienda, que permanecía desocupado. Camacho Covani entonces salió al portal de su casa, subió la escalera y quedó asilado.