Lecturas
María Valero pervive en el imaginario del cubano de a pie. Los que ahora nos movemos entre los 70 años y la muerte hemos escuchado su nombre de manera reiterada, no para evocar sus condiciones excepcionales de actriz, que hicieron que se le coronara como la Gran Dama de la Radio Cubana, ni para exaltar su papel en la Guerra Civil Española y su amistad con Tina Modotti, sino para rememorar las circunstancias de su muerte, en la madrugada del 26 de noviembre de 1948, cuando en la Avenida del Puerto, frente al restaurante El Templete, fue atropellada y arrastrada por el automóvil que, zigzagueante y a exceso de velocidad, conducía un borracho.
Desde su papel en El collar de lágrimas, de Pepito Sánchez Arcilla, que con sus más de 900 capítulos es la radionovela más larga en toda la historia del género, la actriz española María Valero se había convertido en la figura femenina más popular de la radio. Su arte y su voz maravillosa eran la admiración de los oyentes que seguían, devotos, sus interpretaciones.
Había hecho teatro en su patria y en La Habana el éxito le llegó más temprano que tarde. Casi enseguida pasó a formar parte, como artista exclusiva, del cotizado cuadro dramático de la firma jabonera Sabatés. Asida del brazo del galán de moda, Ernesto Galindo, formó la pareja romántica que hacía suspirar a jóvenes y mayores. Galindo y María serían los protagonistas de Doña Bárbara, la novela de Rómulo Gallegos que, en versión de Caridad Bravo Adams y con la dirección de Luis Manuel Martínez Casado, dos glorias de la radio nacional, se transmitió en el espacio La Novela del Aire, de RHC Cadena Azul. Pero CMQ, que ya había iniciado su guerra a muerte contra la RHC, quería a María Valero en sus predios como artista exclusiva y le ofreció un salario de 600 pesos mensuales, suma no alcanzada por actriz alguna en Cuba, y totalmente desconocida hasta entonces en el medio radial. María aceptó la propuesta y se desbarató así la pareja que formó con Ernesto Galindo. A rey muerto, rey puesto; sin embargo, otra pareja artística surgirá en CMQ: la de María Valero y el primer actor Carlos Badías. Juntos actuarían en El precio de una vida, de Félix B. Caignet, y en el momento del accidente asumían, como Isabel Cristina y Albertico Limonta, los protagónicos de El derecho de nacer, la más célebre y recordada de todas las obras del famoso radionovelista santiaguero.
Corría noviembre de 1948 y un cometa se hacía visible desde La Habana y su visión era imponente e insuperable si se le observaba desde la Avenida del Puerto, a las cinco de la mañana. María Valero con un grupo de amigos y compañeros, entre los que figuraba el primer actor Eduardo Egea, quiso vivir la experiencia. Diría entonces, en su columna del periódico Información, aquel cronista notable que fue Luis Amado Blanco:
«Iba a mirar una estrella, una estrella errante, de esas que pasan sin dejar más rastro que su cola de luces esplendentes. Iba a mirar tan solo eso, un rastro de Dios por la alta bóveda. Y se quedó ya para siempre mirándola, destrozada por una brutal coincidencia, rotas su voz y su mirada, donde dormían tantos lejanos y ajenos infortunios».
«Es verdad que se le enaltece, justamente, solo como aquella leyenda de las emisoras radiales RHC Cadena Azul y CMQ… Pero, ¿dónde queda la joven adelantada a su tiempo, la que se consagra al holocausto en la lucha por su pueblo, en aquella desgarradora guerra civil española? Por eso me anima al redactar estas líneas la justeza de rememorarla, también, como la gran «Mari» de las brigadas rojas antifascistas, la enfermera que cura tantas heridas en el cuerpo y en el alma, en las ciudades y en los cuarteles de montaña durante la Guerra civil española, la que ayuda en 1937 a organizar en Valencia el Congreso de intelectuales del mundo contra el fascismo», escribe Josefa Bracero, otra gran dama de la radio cubana, en la introducción de su libro María Valero, detrás de un rostro, de una voz, que acaba de aparecer con el sello de ediciones En Vivo. Esta es una obra amena y bien escrita que, sin páginas de más, nos da la imagen de «la actriz inigualable, la mujer singular, la del combate por la vida». Un libro en el que su autora combina con destreza el testimonio oral y las fuentes escritas con agudas reflexiones personales.
Era la de María Valero Sisteré una familia de artistas. Su bisabuelo, don José, destacado actor y empresario, triunfa en sus presentaciones en el teatro Tacón y otros escenarios latinoamericanos y es el protagonista del drama Baltazar, de Gertrudis Gómez de Avellaneda, que se estrena en Madrid en presencia de la autora y de los reyes de España. Su tía Pilar Bermúdez cimenta una sólida carrera actoral en la radio y el teatro habaneros. El abuelo, también actor, hace, con su grupo, giras por México y Cuba, y es en una de estas que nace en Pinar del Río el padre de la actriz, también actor para no variar. Bajo la orientación de su progenitor debuta María, con 14 años, como declamadora, y con 15 sale por primera vez a escena como actriz. La muerte del padre, sin embargo, la lleva a abandonar las tablas.
Toca el amor a las puertas de María. Contrae matrimonio con un médico y se convierte en su estrecha colaboradora en la consulta, el quirófano y el cuarto de curas. Se estabilizan económicamente y viajan a Cuba y a otros países latinoamericanos. La sociedad no ve bien que aquel profesional en ascenso tenga como empleada a su propia esposa. Quiere él entonces relegarla a la casa; ella se niega y sobreviene el divorcio. Decide trabajar como enfermera y encuentra empleo en el Hospital Obrero de Madrid. Allí la sorprende la guerra.
El congreso de intelectuales antifascistas tendrá lugar en Valencia y la Valero, que ha trabajado en su organización, acompaña a André Malraux y a Stephen Spender, dos de los 80 delegados al evento, en el viaje desde Barcelona. La fascina el autor de La condición humana; es, a su juicio, el más importante de los escritores participantes. Sus tics nerviosos hacen que lo vea más atractivo y le encanta la forma en que fuma y el abandono con que lleva la gabardina.
Después de un año como enfermera en la retaguardia, pasa al frente, con el ejército. El final se acerca. La República está destrozada. Con otros miles de combatientes debe llegar a Barcelona para después trasladarse a Francia a través de Los Pirineos. Es, escribe Josefa Bracero, su misión más difícil en toda la guerra. Sin descuidar la atención de heridos y enfermos, deberá recorrer a pie 50 kilómetros, con un mínimo de alimentos y poca agua, bajo las nevadas de enero y el asedio de la aviación. El futuro es incierto. ¿La acogerá Francia o la devolverá a España? ¿La internarán en un campo de concentración? Piensa en viajar a México, pero su tía Pilar Bermúdez mueve aquí sus influencias, y el cónsul de Cuba en Saint Nazaire le comunica que «no tiene usted inconveniente alguno para desembarcar en La Habana». Lo hace al fin. Apenas tiene 27 años de edad, pero es una mujer triste y prematuramente envejecida.
Al comienzo fueron solo pequeños papeles, más bien bocadillos, y honorarios bajísimos. Pasa por Radiodifusión O’Shea y escribe pequeños textos que lee ella misma en Radio Lavín. Se abre paso en el teatro. Con la compañía de Nicolás Rodríguez, español exiliado como ella, se hace aplaudir en los teatros Apolo, América y Principal de la Comedia. «Pero Nicolás parte hacia México —dice la Bracero— y María sube a las estrellas. Su Doña Inés, en Don Juan Tenorio, de Zorrilla, fue, se dice, sencillamente insuperable. Logra entrar en el cotizado cuadro dramático de la firma jabonera Sabatés, subsidiaria de Procter and Gamble, empresa norteamericana que comenzaba a apoderarse de los horarios estelares en la emisora más importante que era todavía la RHC Cadena Azul.
«Allí depositan la confianza y los recursos para crear una novela en el horario nocturno de las ocho y media de lunes a viernes. En ese escenario se inicia la novela diaria de continuidad, que después es seguida no solo en Cuba, también en el resto de América Latina», escribe Josefa Bracero en su libro. Para hacerla posible se escoge lo mejor. La escritora y el director son dos firmas de probada eficacia. El protagonista, el galán de moda, y la voz femenina, nueva e impactante, la pone María Valero. Luego, en CMQ, El derecho de nacer la convertirá en toda una leyenda.
Llegó así la madrugada del 26 de noviembre. El periodista Germinal Barral (Don Galaor), de quien se comenta que mantuvo una relación amorosa con la actriz, pero que no la acompañaba en su noche fatal, dice que el cantante Avelino Rangel llevaba del brazo a María y a Emilia Aragón, su pareja en el dúo Emilia y De Flores. Cuando se disponía a cruzar la Avenida, entonces en reparación, se percató del auto que se acercaba a ellos a gran velocidad. Detuvo la marcha sin imaginar la embestida que sufrirían. Emilia fue golpeada por el guardafango derecho y María Valero y Rangel fueron lanzados hacia atrás. La ropa de la actriz se enredó en la defensa trasera y el auto, en su loca carrera, la arrastró 12 metros. Murió instantáneamente.
El cadáver fue expuesto en la funeraria Caballero, en lo que después sería la Rampa habanera. Allí los fotógrafos captaron la última imagen de María. La mantilla negra que había traído de España le cubría la cabeza y parte del rostro maltratado por el accidente. Tanta era la gente que quería despedirse de su ídolo que para entrar a la casa mortuoria no quedó más remedio que formar una fila que arrancaba en Malecón y subía por 23, y otra desde la calle 27 hasta M. Una multitud enorme, que se dio cita de manera espontánea, la acompañó a pie hasta la necrópolis de Colón.