Lecturas
Quiere el escribidor, en esta mañana de domingo, hacer un recorrido por La Habana antigua y moderna. Pero no una caminata al tuntún, sino que su recorrido tomará como referencia las fuentes que engalanan la ciudad. Algunas son muy bellas y muy conocidas; otras, no tanto. Algunas ya no existen.
Una fuente siempre es sinónimo de vida; dejarse llevar por el susurro del agua que deja correr, siempre alegra y relaja. Lo malo es que algunas de las fuentes habaneras no siempre tienen agua y otras, no la tienen nunca, como es el caso de la que se ubica en el parquecito que, frente al comienzo de la calle Neptuno, recuerda al Alcalde Supervielle. El hombre que se suicidó por no poder dotar de agua a La Habana, tampoco consiguió el preciado líquido ni con su dramático gesto.
Aún guardo el entusiasmo que, de niño, me provocaba saber que pasaría frente a la Fuente Luminosa de la Ciudad Deportiva, antes de que se construyera ese edificio, que es una de las joyas de la arquitectura habanera, y pese a que lo he hecho muchas veces, no puedo evitar seguir deteniéndome ante la Fuente de la India o la de los Leones. Las veo siempre como un regalo que me hace el pasado, y me duele hasta el alma advertir las huellas del maltrato que dejan en ellas, no el tiempo, sino la gente.
Hay algo que se olvida. Con el trazado de la Zanja Real desde el Almendares hasta la Plaza de la Catedral, se construyeron, diseminadas por toda la ciudad, una buena cantidad de fuentes o pilas públicas. La primera de ellas se instaló en la Plaza de San Francisco, en 1600, a fin de dar servicio a las flotas y a las embarcaciones surtas en puerto.
Se construyeron además lavaderos públicos y abrevaderos para el ganado.
Hasta comienzos del siglo XIX había en La Habana 131 fuentes públicas que se servían del agua que transportaba la Zanja.
La Fuente de la India o de la Noble Habana luce una figura femenina, de mármol, erigida en el centro de una fuente sobre un amplio pedestal también de mármol en el que aparecen las figuras de cuatro delfines. La Noble Habana está sentada y adornada con plumas.
La erección de esta fuente, en 1837, se debió a Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva, intendente general de Hacienda durante el mando del gobernador y capitán general Miguel Tacón.
La esculpió Giuseppe Gaggini, italiano, y el arquitecto fue Tagliafichi, también italiano, que modificó los planos originales del ingeniero Manuel Pastor.
La India ha sido una fuente viajera. Se erigió originalmente en un lugar muy próximo al que hoy ocupa frente a la Plaza de la Fraternidad, esto es, frente a la puerta Este del Campo de Marte. En 1841 fue trasladada a un sitio muy cercano, al final de la segunda sección de la Alameda del Prado. En 1863, por acuerdo del Ayuntamiento, pasó al centro del Parque Central, donde hoy se levanta la estatua de Martí. En 1875 quedó emplazada en su lugar actual, pero mirando hacia el antiguo Campo de Marte. En 1928, cuando dicho Campo se transformó en Plaza de la Fraternidad, se le dio su posición actual. Es de carácter simbólico. Representa a La Habana.
Otra pieza también viajera es la bellísima Fuente los Leones que se erige en la Plaza de San Francisco. El intenso ir y venir de carretas y carretones en San Francisco, que era la plaza de la Aduana, aconsejó su traslado. Se ubicó en un tiempo en el Parque de Trillo y luego en la Plaza de la Fraternidad hasta su reintegro a San Francisco, su lugar original.
Se emplazó en 1836, dos años antes que la de la India. Ejecutada en mármol de Carrara por Gaggini, está compuesta por una columna estriada, sostenida por cuatro leones descansando sobre cuatro pedestales; de las bocas de los leones cae agua en la gran taza de forma poligonal, en cuya fuente había una guirnalda de rosas primorosamente tallada. Como a dos tercios de su altura, un plato circular contiene varios chorros por los cuales sale el líquido. En su centro se eleva una aguja delgada a manera de candelabro que lanza al aire un sinnúmero de hilos de agua, los cuales al caer en el plato semejan las ramas de un sauce llorón. Los pedestales donde descansan los leones en sus fustes tienen bajorrelieves alegóricos. Una gradería compuesta de tres escalones da acceso a la fuente.
De 1838 es la Fuente de Neptuno, también viajera pues estuvo mucho tiempo en el parque de Calzada y D, en el Vedado, antes de volver a la Avenida del Puerto. Fue un regalo del capitán general Miguel Tacón al Comercio de La Habana. Existía una honda rivalidad entre el Gobernador y el Conde Villanueva, y como este regaló a La Habana la Fuente de la India, Tacón la congratuló con la de Neptuno que, sin embargo, no pudo inaugurar pues cesó en su cargo antes de que estuviera terminada.
La bella fuente de la estatua de Neptuno es de mármol de Carrara. Su ancha base o pedestal tiene en uno de sus lados tres conchas de mayor a menor, apareciendo en la base del pedestal una cabeza humana de cuya boca abierta sale un surtidor de agua que se derramaba de concha en concha e iba a parar a una fuente monumental de 50 metros de largo por 35 de ancho, labrada y bruñida en piedra dura de Artemisa, en uno de cuyos extremos se levanta la estatua del dios, sobre pedestal de estilo dórico del Renacimiento.
La fuente termina en una bien modelada estatua de Neptuno apoyado en su tridente, y en actitud pensativa. A su espalda, dos delfines le sirven de sostén. En el frente del pedestal se lee: «El Capitán General Miguel Tacón al Comercio de La Habana».
Es una columna de mármol blanco que antes formaba el centro de una fuente, hallándose entonces rodeada de una taza circular. La columna es más ancha en su base que en su extremo superior, está cubierta toda de altorrelieves que representan banderas, escudos, cañones, trofeos militares antiguos y modernos, laureles y otras alegorías.
La remata un capitel sobre el que se alza un león rampante con las armas de España presas entre las garras delanteras. En cada una de las cuatro caras de la columna aparecen talladas otras tantas cabezas de leones de cuyas bocas salían surtidores de agua que caían en cuatro conchas que aún se conservan, y que derramaban en la taza circular, que se destruyó —y no fue reconstruida— al ser derribada la fuente durante el ciclón de 1910.
Esta columna se construyó en Italia, por cuenta de los fondos de Obras Públicas, y erigida en 1847, en honor de la Marina española y con motivo de las mejoras que introdujo en la Alameda de Paula el despótico capitán general Leopoldo O’Donnell, mejoras que motivaron que a la Alameda de Paula se le diera el nombre de Salón O’Donnell. La columna se halla emplazada al comienzo de la Alameda.
Otra fuente se erige en la Plaza Vieja. Además existían varias en el Paseo de Tacón o de Carlos III, embellecido por glorietas o rotondas. La glorieta más decorada era la primera, al inicio del Paseo, cerca de Belascoaín. Fue allí donde se colocó la estatua del monarca español que dio nombre a la vía.
Como a 150 m de esta rotonda se erigió la Columna o Fuente de Ceres. Le seguían a prudente distancia la Fuente de los Aldeanos o de las Frutas; la Fuente de los Sátiros o de las Flores y la Fuente de Esculapio. La segunda rotonda estaba situada a la altura de la calzada de Infanta. Y la última en el lugar donde arrancaba la calzada de Zapata, único camino entonces para llegar al cementerio de Colón. Escribe Emilio Roig no sin humor: Nunca se supo bien si fue una burla colocar la estatua, que representaba al dios de la Medicina, en el camino del cementerio. Era como si dijera adiós a los que no pudo salvar.
La Fuente de los Mártires, obra de Juan José Sicre —el artista del Martí de la Plaza de la Revolución— se halla en el parque de ese nombre, donde estuvo la Cárcel de La Habana, al final del Paseo del Prado. La Fuente de la Juventud, en Paseo y Malecón, se construyó con motivo del XI Festival de la Juventud y los Estudiantes, que tuvo lugar en La Habana, en 1978. Agradable es la cascada que desciende del Hotel Nacional hacia 23 y Malecón.
La Fuente de las Américas, luminosa, en la entrada de la 5ta. Avenida de Miramar, que en sus inicios se llamó Avenida de las Américas, es de 1924. Obra del arquitecto norteamericano John H. Duncan —quien diseñó el monumento a Grant en Estados Unidos— junto al famoso arquitecto cubano Leonardo Morales, egresado de la Universidad de Columbia. Tal vez por esta razón es que el trazado de las calles de Miramar se parece tanto al de Manhattan, con sus manzanas rectangulares. Duncan fue también el arquitecto de la torre del reloj en 5ta. y 12.
Se construyó bajo el gobierno del presidente Grau San Martín. El pueblo le llamó «el bidet de Paulina» por la cuñada del mandatario y Primera Dama de la República, por ser este soltero. Se dice que cuando la obra estaba a punto de inaugurarse, la señora la visitó y comentó con técnicos y trabajadores la complacencia que le causaría bañarse en «ese chorrito».
En esos tiempos las salidas del puerto habanero se amplían hacia el sur y hacia el este. Se traza la Vía Blanca y la Avenida del Puerto se conecta con ella. El acceso al nuevo viaducto se inicia en el Paso superior, construido sobre el gran nudo ferroviario que existe a la salida de La Habana y que alivia, y de qué manera, el tránsito hacia el este de la Isla. La prolongación, en 1945, de la calle Dolores, en Lawton, hasta El Lucero, permite el camino a Güines y el ramal de Santa María del Rosario. Dolores se empata a su vez con Lacret, a la altura de la Calzada del 10 de Octubre, y entra en la Vía Blanca, y 26 posibilita un acceso rápido y cómodo a la Avenida 23.
El emplazamiento de la Fuente Luminosa en el empalme de Vía Blanca, Boyeros y 26, puso una nota de color y alegría en la zona y dio un sello distintivo a esa parte de la capital.