Lecturas
Cuida el mayor general Antonio Maceo de la organización militar de la región oriental y se afana en mantener la moral de la tropa. Tiene bajo su mando 22 000 hombres distribuidos en 18 campamentos. Vive a caballo, todo el tiempo de un lado para otro en la organización de fuerzas y prefecturas. Fortalece los cuadros militares. Hace cumplir la ley de la Revolución y es implacable con el bandolerismo. Sus soldados lo respetan y lo quieren. Tiene 50 años de edad. Alto y de anchos hombros, se mantiene fuerte y ágil: luce arrogante. No pronuncia una mala palabra ni la permite en su campamento. «Para mí no se ha hecho la tranquilidad», escribe a su esposa que quedó sola en Costa Rica. Cree que puede dominar a la muerte. Precisa: «Viviré a pesar de mis enemigos». Sabe ser amable y tierno. Envía en sus cartas recuerdos y afectos para amigos y conocidos a los que alude por sus nombres, y dice a María, «y tú recibe el corazón de tu esposo, que te adora y desea».
Su misión es la de desarticular la campaña dispuesta por el nuevo comando español bajo la conducción del general Arsenio Martínez Campos, enviado por España ante la noticia del alzamiento del 24 de febrero de 1895. El mayor general Máximo Gómez siguió camino hacia Camagüey con el fin de levantar en armas dicha región, donde figuras prominentes del patriciado criollo y elementos autonomistas, alentados por Martínez Campos, tratan de convencer a los cubanos para que no vayan a la lucha. Quiere el ejército español focalizar la guerra en Oriente e impedir el paso de Gómez a Camagüey. Para facilitárselo, Maceo atrae sobre sí a las principales fuerzas enemigas. Para evitar que los españoles corten el camino a Gómez combate en los alrededores de Gibara y para destruir las comunicaciones férreas de esa ciudad, sostiene los encuentros de Guabajaney, Yabazón, Fray Benito y Aguas Claras.
Con solo 20 hombres llega Gómez a Camagüey. Luce abatido, pero se anima en cuanto sabe de las buenas nuevas del Marqués de Santa Lucía. Reforzado por los camagüeyanos hace la llamada Campaña circular, lo que da al traste con los planes de Martínez Campos.
Impone Maceo tributos a los hacendados y envía al exterior lo recaudado para la organización de expediciones que traerían hombres y armas a la Isla. Da el nombre de Martí al regimiento que estructura en la zona de Holguín. Por vuelta de Nipe encuentra una imprenta abandonada y ordena su traslado al campamento. Edita un periódico al que da el mismo nombre del que se publicaba en la Guerra Grande, El Cubano Libre. Un oficial se extraña de que el General dedique tiempo al periódico y se esfuerce porque no falten materiales de imprenta. Le explica: «Esta es la artillería de la Revolución». El Cubano Libre aparece los sábados, se envía a la emigración y se distribuye entre las fuerzas insurrectas. Es el órgano oficial de los insurrectos de Oriente porque al comenzar a aparecer el periódico solo se luchaba en esa parte de la Isla. Pero el General vigila que no sea defensor de regionalismo alguno, aunque da libertad a sus redactores, cuidando de no influirlos con sus criterios personales.
Como parte de la campaña de Oriente tiene lugar la batalla de Peralejo, una de las acciones más importantes de la lucha contra el colonialismo español. En ese lugar, situado a unos diez kilómetros al sudoeste de Bayamo, se enfrentan el 13 de julio de 1895 tropas del Ejército Libertador mandadas por el mayor general Antonio Maceo y la tropa española bajo las órdenes del capitán general Arsenio Martínez Campos, el estratega de la llamada Paz del Zanjón, que será derrotado en toda la línea por las huestes mambisas. No pasan 15 días de su derrota en Peralejo cuando pide su relevo a Cánovas del Castillo, presidente del Gobierno español. Sabe El Pacificador que ha fracasado.
Con Martínez Campos estaba en Peralejo, como jefe de la infantería, el general Fidel Alonso de Santocildes. Había sido, con grados de coronel, primer jefe del Cuerpo de Orden Público de La Habana. Estaba casado con la hermana de Enrique Hernández Miyares, el poeta de «La más fermosa», y futuro director de la revista La Habana Elegante, lo que lo emparentaba con una de las familias más prestigiosas de la capital. Todos los días, a la caída de la tarde, aparecía Santocildes en la Acera del Louvre, siempre sonriente, con su figura de bizarro militar, el jipijapa impoluto y la barba negra cortada en punta. Era atento y solícito con todos.
Fue en la Acera, en 1890, cuando conoció a Antonio Maceo. Solían encontrarse ambos militares en el Café Cosmopolitan, en el Paseo del Prado. Sin odios ni rencores, dialogaban sobre su participación en la Guerra del 68 y entre otros lances evocaban el combate de San Ulpiano cuya jornada final coincidió con la firma, el 10 de febrero de 1878, del Pacto del Zanjón, y en el que ambos participaron, Maceo como brigadier, mientras que el entonces comandante Santocildes era el segundo al mando del Batallón de Cazadores de San Quintín. Un combate reñidísimo, cerca de Mayarí Arriba, que empezó el 6 de febrero y en el que el cuerpo herido del comandante mambí Elías Pérez pasó ocho veces de las manos del enemigo a las cubanas y viceversa para morir al cabo al lado de sus hermanos. Se derrochó valor por ambas partes. ¡San Quintín muere, pero no se rinde!, gritaban los españoles que sufrieron 245 bajas entre muertos y heridos. Cuando Maceo se disponía al asalto final de la posición enemiga, toques de corneta anunciaron la llegada de una columna de refuerzo que protegió la retirada de los sitiados.
En aquella ocasión Santocildes dijo a Maceo que la guerra no tenía sentido si él (Maceo) no tomaba parte en ella. En Peralejo, Antonio Maceo y Fidel Alonso de Santocildes están frente a frente y la suerte le será adversa al caballeroso militar español.
Se dice, y esto quizá no sea más que una leyenda, que en Peralejo, cuando Martínez Campos observó el movimiento de los cubanos y las acertadas disposiciones que recibían para el combate, comentó con los oficiales de su Estado Mayor:
—¡Ahí está Maceo!
Al rato, cuando del lado español los clarines de orden dieron el toque de «jefe muerto en combate», Maceo tuvo el presentimiento de que la mala suerte le había tocado a su viejo conocido de la Acera del Louvre y el Café Cosmopolitan.
Resulta difícil, por lo complejo, relatar paso a paso el combate de Peralejo. Por la parte cubana participaron tres regimientos de infantería, tres de caballería y elementos diversos. Los generales Jesús Rabí y Quintín Bandera figuraban en el cuadro cubano de oficiales. Por la parte española, una columna mixta de caballería e infantería de 440 hombres y una columna de infantería con 1 100 elementos. Los españoles tuvieron alrededor de 400 bajas, aunque solo reconocieron 28 muertos y 98 heridos. Los cubanos, unos 110, entre muertos y heridos.
Supo Maceo, acampado en Vegas de Yao, que numerosa tropa enemiga saldría de Veguitas con destino a Bayamo, y tomó previsiones para atacarla. Corrían rumores de que el propio Capitán General venía al frente de esos hombres y decidió descargar un golpe demoledor para derrotarlo. Comienza el combate al mediodía del 13 de julio de 1895, y los españoles sacan ventaja al golpear de inicio por donde no lo esperan los cubanos. Debe Maceo variar las órdenes previas. Ahora la infantería flanqueará a los contrarios y el propio Maceo los carga al machete con la caballería, pero logran formarse en cuadro y causan numerosas bajas en las filas mambisas. Rabí y Quintín diezman el cuadro enemigo y puede Maceo restablecer el equilibrio, pero de pronto, por el camino de Peralejo, avanza a fuego vivo de fusilería una tropa española que disputa el terreno a la infantería cubana que cuida el camino. Reciben esos infantes los refuerzos de un escuadrón de caballería, pero no pueden detener al adversario que marcha disparando por todos sus frentes para reunirse al fin con sus compañeros cogidos por el fuego de la infantería de Quintín y Rabí.
Nueva maniobra mambisa. El ataque de la caballería inmoviliza al cuadro español y el enemigo ofrece un buen flanco al ataque de la infantería. No puede el combate prolongarse en esas condiciones. El enemigo supera a los cubanos en hombres, armas y municiones. Maceo se preocupa seriamente. De pronto, una fuerza cubana se acerca a todo galope. Su jefe, el teniente coronel Antonio Rivero, llega junto a Maceo, lo saluda militarmente y con el machete desenvainado, le dice: General, ¿por dónde cargo?
Avanza el enemigo hacia un callejón limitado por recias cercas de alambre. Es un camino que se estrecha a medida que se acerca al río Mabay, pero antes de llegar al río da acceso por una talanquera a la sabana de Peralejo. Los españoles, rodeados por los mambises, ponen rodilla en tierra y se defienden como leones. Están cogidos entre el fuego de la caballería y de la infantería. De continuar así, no tienen salvación posible. Suena la corneta de órdenes y toda aquella tropa la emprende hacia el Mabay, pero los mambises, en rápida carrera por ambos lados del camino le cierran el paso. A marcha forzada los españoles desandan el camino, y Maceo manda a sus hombres en la misma dirección del enemigo y él mismo, con la escolta, se precipita a ocupar posiciones a la salida de las alambradas. No llega allí el enemigo porque ha roto la talanquera y corre hasta alcanzar el monte cercano. Maceo dispone el ataque de la infantería, que apenas tiene ya municiones, mientras que las cercas de alambre dificultan el paso de la caballería mambisa y sirven de protección al español. Las cargas son infructuosas. Está colérico el jefe cubano. Se le escapa el enemigo por falta de municiones. Termina así el combate de Peralejo, con victoria para los cubanos; la derrota para Martínez Campos y la muerte del general Santocildes. Maceo se retira del campo. Piensa: «Si yo tengo aquí a José, apreso a Martínez Campos». Busca refugio en Bayamo en espera de refuerzos. Se cree cercado porque Maceo, ingeniosamente, coloca fogatas en los alrededores de la ciudad para asustarlo. No puede el jefe mambí hacer otra cosa por falta de municiones.
Se dice que de regreso en La Habana cuando se dirigía en coche hacia el Palacio de los Capitanes Generales, Martínez Campos debió pasar bajo un arco de triunfo dedicado «Al héroe de Peralejo». Se volvió hacia uno de sus ayudantes y preguntó por lo bajo desde cuándo se dedicaban en la ciudad arcos triunfales a Maceo.
Sus días en Cuba estaban contados. Ya había pedido la sustitución, y renunció tras su derrota, ante Maceo y Gómez, en la batalla de Coliseo, el 23 de diciembre de 1895. Recomendó entonces la aplicación en la Isla de una política de exterminio de la que se encargaría el más cruel de los generales españoles, Valeriano Weyler.