Lecturas
«Miramar es un reparto ligado a las aguas del río y del mar. El río marca su nacimiento, el mar acompaña su crecimiento. Las ventajas ambientales del enclave de Miramar se hallan en su entorno natural y en la condición de paso ineludible hacia otro territorio del noroeste costero, conocido entonces como “la Playa de Marianao”. El reparto nació con un uso de suelo residual, pero su ubicación lo relacionó en su devenir con dos funciones: turística y de centro urbano», escribe la arquitecta Felicia Chateloin en el texto que da inicio al libro Centenario de Miramar. Reparto habanero, que acaba de aparecer con el sello de Ediciones Boloña y que compendia ensayos de prestigiosos especialistas cubanos acerca de la evolución urbanística, histórica y social de ese reparto habanero en sus cien años, páginas que se complementan con las excelentes plumillas que el artista Evelio Toledo Quesada acometió expresamente para la obra y con las que rescata una tradición prácticamente desaparecida.
Precisa la Chateloin:
«Con Miramar, la ciudad se acercaba a la Playa de Marianao, moderna zona recreativa que se promovía al noroeste de La Habana. La estrategia a la que respondió Quinta Avenida, eje vial que genera y ordena la trama del reparto Miramar con dirección y sentido obvio hacia la Playa, fue determinante para la apropiación de la costa. Quinta Avenida continuó sin imperfecciones el recto trazado de la calle Calzada, en el Vedado, hecho posible solo como resultado de la voluntad técnica del proyecto del reparto, lo que puede aún ser confirmado al visualizarse la trama urbana actual en un mapa del territorio».
El 6 de febrero de 1911, el Ayuntamiento de Marianao autorizaba la parcelación de parte de la finca La Miranda, con lo que comenzaría el fomento del reparto Miramar, hecho de importancia trascendental en el crecimiento de la capital. La finca se localizaba en la periferia de Marianao, en terrenos colindantes con el río Almendares, y desde 1908 había intención de urbanizarla. Era propiedad del IV Marqués de la Real Proclamación, pero desde mucho antes estaba en manos de uno de sus hijos, padre a su vez de Luis y Leonardo Morales y Pedroso, ingeniero el primero y arquitecto el segundo, que tanto harían por el engrandecimiento de la zona. No pudo trabajarse de inmediato en el proyecto. La reclamación sobre la propiedad de la tierra hecha por otro de los descendientes del Marqués, obligó a un largo litigio que no concluyó sino en 1916. Poco después la familia Morales Pedroso, reconocida ya como la propietaria legítima del reparto, vendía los terrenos a Ramón González de Mendoza y a José López Rodríguez, el célebre «Pote».
En 1915, la Havana Electric Railway Co., empresa que monopolizaba los tranvías en la capital, había construido el puente de la calle Línea sobre el río Almendares, lo que redundó en la consolidación y ampliación del reparto.
Escribe la arquitecta Felicia Chateloin: «El cambio de propiedad de Miramar, en 1916, coincide con el proyecto de unir de la forma más directa posible, el Vedado y la Playa de Marianao, donde se gestaba otra organización: el Parque de Diversiones y Residencias, con la cual se pretendía cambiar la imagen del lugar».
Sus gestores eran Carlos Miguel de Céspedes, José Manuel Cortina y Ernesto Gallo, que con esa urbanización protagonizarían uno de los negocios más fraudulentos de la vida republicana, sin contar su protagonismo en otra empresa más escandalosa aún: la compra como finca rústica de la costa del Vedado y Marianao y su venta como zona urbanizada. «Continuar el Vedado más allá del Almendares era, más que una idea, la decisión de mirar a la ciudad con luz larga», afirma la Chateloin y precisa enseguida: «Si bien las acciones pudieron haber sido corruptas, la concepción urbana fue muy adelantada».
Ramón González de Mendoza y «Pote» respetaron el proyecto inicial del reparto —obra de Luis Morales y Pedroso, y no de Leonardo, como siempre se dice— en cuanto a su estructuración a partir de la Quinta Avenida y sus proporciones, en una trama que recordaba más el diseño norteamericano de Manhattan, con avenidas principales y manzanas rectangulares, que la tradicional manzana cuadrada cubana. Al igual que en Manhattan, en Miramar se les llamó avenidas a las vías de mayor extensión, pero minoritarias —orientadas de este a oeste— y recibieron el nombre de calles aquellas de menor extensión, pero más numerosas.
Todo un acontecimiento fue la inauguración del puente que unió a Calzada, en el Vedado, con la Quinta Avenida, el 28 de febrero de 1923 y que había quedado abierto al tráfico el día antes a un costo de más de 52 millones de dólares. Se trataba de un puente basculante llamado Miramar, Habana o Havana y que en definitiva sería conocido, y pasaría a la posteridad, como puente de Pote, que fue el nombre que le dieron los habaneros.
Si el puente de Línea contribuía «a subrayar el borde de Miramar al relacionar el Vedado y la periferia del reparto», el nuevo viaducto «selló la jerarquía de la Quinta Avenida, no solo como generatriz del reparto, sino como una de las sendas fundamentales a escala de La Habana», y al adentrarse en el corazón de la zona otorgó a Miramar la más ventajosa de las posiciones entre los repartos del barrio de Columbia, nacido en esos días, que reunía repartos modernos y más homogéneos en cuanto a su composición social.
Se dijo entonces que cuando los terrenos del paraíso del Vedado chocaron con su valladar natural del Almendares, se buscó un nuevo paraíso en ese Vedado Nuevo que se abría pasado el río. Sería en esos años que comenzaría la fama de Miramar como lugar de privilegio. Pote se suicida y González de Mendoza fallece a consecuencia de una pulmonía. Hay otra vez cambios entre los propietarios del reparto. Los nuevos dueños son la viuda de González de Mendoza y los herederos de Pote, a los que el ex presidente García Menocal compra por medio millón de pesos la parte que les correspondió. En 1924 se aprueba el fomento de Alturas de Miramar como ampliación del reparto original.
Las décadas de 1930-1940 fueron fundamentales para Miramar. Afamados arquitectos proyectaron magníficas residencias y primó la amplitud espacial de su urbanismo y la importancia del área verde, expresa Felicia Chateloin. Los precios más altos se dieron en la época de las Vacas Gordas, y los más bajos durante la crisis de los 30. En cualquier época los terrenos de la Quinta Avenida y sus inmediaciones fueron siempre los más caros.
Añade la mencionada arquitecta que el crecimiento interno de Miramar, finalizada la década del 30, dinamizó sus colindancias y ratificó la potencialidad para rebasar sus límites. Otros repartos de Miramar surgirían en los 40, «a la vez que sus fronteras con repartos como Kohly o La Sierra comenzaran a desdibujarse, debido a cierta “compenetración formal” que los integra visualmente». Empieza a quedar atrás el aspecto exclusivamente residencial del reparto con la construcción de clubes como el Casino Deportivo y el Balneario Universitario, la iglesia de Santa Rita de Casia, el paradero de ómnibus de Quinta y 8… Aumenta la altura máxima de las construcciones en Miramar y se acometen los primeros edificios de dos y cuatro viviendas. Miramar continúa su rumbo oeste, más allá de la calle 36. Se extiende por el reparto la clase media, mientras que las familias más aristocráticas se instalan en el reparto Biltmore.
Muchas de las nuevas parcelaciones son propiedad de Caridad López Serrano, la hija de Pote, casada con el «joven y bello Conde de Lagunillas», como le llama Renée Méndez Capote en sus Amables figuras del pasado. La Puntilla fue, en 1954, el último de los repartos de la zona. A diferencia de otros repartos de Miramar carece de parques, paseos y áreas libres, salvo las calles. Se pobló con rapidez y su crecimiento se detuvo a menos de diez años de creado; aun así, sus edificaciones alcanzaron mayor promedio de altura.
La urbanización de La Puntilla frustró la última posibilidad de realizar un malecón que bordeara Miramar desde la desembocadura del Almendares, anhelo plasmado en el plano de 1918 y que nunca llegó a concretarse por la cesión del litoral a clubes y balnearios y a residencias privadas.
Carlos Miguel de Céspedes, que fue ministro de Obras Públicas del dictador Machado, estuvo entre los entusiastas de la construcción de ese malecón. También, como ya se dijo, fue uno de los promotores de la idea de unir el Vedado con la Playa de Marianao. Ese proyecto comenzó a concretarse el 16 de marzo de 1925, cuando se aprobó la prolongación de la Avenida Habana, que salía desde la Playa hasta hacerla entroncar con la Quinta Avenida. La construcción, en parte, había corrido por cuenta de Carlos Miguel.
En el plano de 1918 la urbanización de Miramar no pasaba de la calle 36. Tampoco en el plano de 1932, que incluye asimismo las Alturas de Miramar. Hasta los años 30 solo la Quinta Avenida continuaba al oeste, más allá de la calle 36, con residencias construidas a su vera. Desde 36 hasta 86 —entonces Avenida 12, límite del reparto Querejeta— la vía se llamó Carlos Miguel de Céspedes y desde esa calle hasta «la Playa» continuó denominándose Avenida Habana. El tramo más antiguo, desde 0 hasta 36, siguió siendo Quinta Avenida, lo que hizo, dice la Chateloin, «que el nombre original prevaleciera sobre los otros, pues desde esa época a toda la vía, desde 0 hasta Santa Fe, se le conoció por Quinta Avenida».
En 1924, a la entrada de Miramar, sobre la Quinta Avenida, se emplazó la Fuente de las Américas, llamada también Fuente Luminosa, obra del arquitecto norteamericano John Wilson y el escultor italiano Pietro Manfredi.
Entre 1921 y 1924 se construyó, también sobre la Quinta Avenida, la torre del reloj, diseñada por el norteamericano John H. Duncan. Se edificó con piedra de Jaimanitas y en el carrillón del reloj se lee, grabado en el metal, el nombre de José López Rodríguez, Pote.
Años más tarde, en 1928, se colocó la Copa, donada por Carlos Miguel de Céspedes, en la intersección de Quinta Avenida con la calle 42. Es un conjunto realizado por el escultor José Oliva. Frente a esta, «y quizá para rematar la clásica modernidad del reparto, se colocaron dos leones de mármol del siglo XIX, originales de la Quinta Fernandina, la primera quinta neoclásica de la Calzada del Cerro».
Hay en La Habana del Oeste, con las sociedades de sport que allí se crearon, una cultura del ocio. Se extiende hoy en Miramar una cultura de la barbacoa con acceso a la moneda fuerte, mientras que los urbanistas sueñan con un redesarrollo del antiguo aeropuerto militar de Columbia, hoy en desuso, y que al decir del arquitecto Mario Coyula traería no solo «una mejoría sensible en la imagen urbana y la calidad de vida de la población local, sino que provocaría una importantísima revalorización del suelo, que pagaría con creces los costos de la inversión».
En suma, qué desafíos enfrenta Miramar en este siglo. Lo veremos el próximo domingo.