Lecturas
La construcción del Palacio Presidencial en los terrenos de la estación de ferrocarril de Villanueva prosiguió su curso normal bajo el Gobierno del mayor general José Miguel Gómez. Sobrevino el cambio de poderes, el 28 de enero de 1913, y el mayor general Mario García Menocal, el nuevo mandatario, ordenó la suspensión de la obra, animado como estaba del propósito de construir la mansión del Ejecutivo en la Quinta de los Molinos y de destinar a sede del Poder Legislativo el edificio que se construía en la manzana comprendida entre las calles Prado, Industria, San José y Dragones. Un año después se votaba un crédito de un millón de pesos para convertir en Capitolio lo que se había construido para Palacio Presidencial. Dos arquitectos de mucho talento y prestigio asumirían la ejecución del proyecto: Félix Cabarrocas y Mario Romañach.
Cabarrocas transformó por completo el proyecto que los arquitectos Eugenio Rayneri Sorrentino y Eugenio Rayneri Piedra realizaron para el Palacio Presidencial. Diseñó un hermoso edificio de estilo Renacimiento francés y entre otras mejoras adicionó a los viejos planos, en ambos extremos de la planta, los hemiciclos; uno para el Senado y otro para la Cámara de Representantes. Por otra parte, cambió el tipo de cúpula del proyecto primitivo, que ya se había comenzado a construir, por otra de sección cuadrada y bóveda diferente. Como si eso fuese poco transformó totalmente el vestíbulo del edificio y proyectó otra vez las escaleras, muy parecidas a las que a la postre se realizaron para el proyecto definitivo del Capitolio, pero más estrechas. Si el desechado Palacio Presidencial se concibió con cien metros de frente y 70 de fondo, la nueva edificación tendría 140 por 75. El arquitecto Francisco Centurión Maceo fue designado ingeniero principal, y, por subasta, la obra se confió a la compañía constructora La Nacional.
Como sucede por lo general en estos casos y pese al empeño de que se respetara todo lo que podía respetarse, adaptar lo ya hecho al nuevo proyecto de Cabarrocas y Romañach trajo consigo la demolición de casi la mitad de lo construido para Palacio Presidencial. Se impuso excavar y construir nuevos cimientos, paredes y fachadas.
Eran cenagosos los terrenos donde se construyó, primero, la estación de Villanueva y, luego, el Capitolio. Hay relleno a cuatro metros debajo del nivel de la calle; viene después una capa de roca muy porosa de unos cuatro pies de espesor, seguido por un banco de arcilla, de la conocida como jaboncillo, con una profundidad que va desde los 20 a los 30 pies, para dar paso a un banco de roca sólida. En el subsuelo del lado sur del edificio, que es el que mira a la Plaza de la Fraternidad, no existe esa roca firme, sino un conglomerado de arena al que sigue un banco de roca sólida. Roca firme existe también en la parte de San José. Por eso hubo que proceder a la cimentación de la cúpula: se clavaron 532 pilotes de madera dura —júcaro, jiquí y pino tea de Pinar del Río.
Pero esa cúpula debía desaparecer. Afirmaba el arquitecto Luis Bay Sevilla que cuando se iniciaron las demoliciones para adaptar lo edificado al nuevo proyecto, despertó gran interés entre los profesionales el procedimiento que se proponían seguir los directores de la compañía constructora para destruir la cúpula, que resultaba muy baja para la idea que del Capitolio tenían Romañach y Cabarrocas.
Puntualiza Bay Sevilla que prevaleció la idea de aislar el emplazamiento de la cúpula del resto del edificio. Para conseguirlo se cortó toda conexión entre ambas partes y quedaron colgando de sus arquitrabes y apoyos los techos de las crujías laterales, con los que estaba enlazada la cúpula. La demolición sería producto de una explosión controlada.
Dice Bay Sevilla: «Nosotros, que presenciamos llenos de curiosidad el momento de la explosión de los cuatro petardos de dinamita, vimos regocijados que todo ocurrió de la forma prevista por los facultativos de La Nacional. En tres segundos y medio vino al suelo aquella enorme mole de hormigón armado».
La cúpula ocupaba un área de unos 400 metros cuadrados. Medía más de 550 metros cúbicos, lo que representaba un peso de unas 1 200 toneladas métricas. Su construcción había requerido una inversión de más de 30 000 pesos.
Los trabajos transcurrieron normalmente desde diciembre de 1917 hasta abril de 1919, cuando el general Menocal ordenó la paralización de los mismos. Los precios habían subido y con ellos no solo los de los materiales de construcción, sino también los jornales de obreros y técnicos, y las exigencias de los contratistas.
Pasado algún tiempo se reanudaron las tareas, y la obra estaba ya bastante adelantada cuando el presidente Alfredo Zayas, mediante decreto de 21 de octubre de 1921, rescindía el contrato suscrito con La Nacional y disponía la paralización de los trabajos, pues la grave crisis económica por la que atravesaba la nación no permitía seguir adelante la obra. En verdad, el mandatario era del criterio de que Cuba no necesitaba un palacio de tanta riqueza donde encontraran alojamiento los dos cuerpos colegisladores, que podían seguir sesionando como hasta entonces: el Senado en el Palacio del Segundo Cabo, y la Cámara de Representantes en el edificio que José Miguel Gómez construyó para ella en 1910, en Oficios esquina a Churruca.
Durante el Gobierno de Zayas (1921-1925) no solo se paralizaron las obras del Capitolio, sino que los terrenos se arrendaron a fin de que se instalara en ellos el espectáculo conocido como Havana Park. Fue el desastre. Desaparecieron como por arte de magia casi todos los materiales constructivos e instrumentos de trabajo que los contratistas dejaron en depósito en el lugar, y el edificio sin terminar sufrió deterioros graves por el abandono, sin contar el daño que le ocasionaron el viento y la lluvia. Con el tiempo otros negocios particulares buscaron asiento en el área, convertida además en un almacén de trastos e inmundicias.
Mientras el Capitolio permanecía a medio hacer y con aspecto de ruina, ¿qué había pasado con el Palacio Presidencial? Menocal, en definitiva, no llegó a construirlo. En aquellos días, el general Ernesto Asbert, gobernador de La Habana, construía el palacio que sería la sede del gobierno provincial. Era uno de los «presidenciables», pero cayó preso en 1913 por haberse visto involucrado en el tiroteo que, en pleno Paseo del Prado, costó la vida al general Armando de la Riva, jefe de la Policía Nacional. Quizá Asbert no fuera culpable directo de la muerte del jefe del cuerpo policial, pero amigos y enemigos le pasaron la cuenta; era un político demasiado exitoso. Mariana Seba, la esposa del Presidente, se enamoró de ese edificio. Menocal lo confiscó y el Estado pagó medio millón de pesos por el inmueble que, con las adaptaciones pertinentes, se destinó a Palacio Presidencial.
Menocal lo habitó por poco tiempo, pues quedó listo en 1920 y él abandonó el poder en 1921. A partir de ese momento fue despacho oficial y residencia de todos los mandatarios cubanos hasta Manuel Urrutia Lleó, el primer presidente de la Revolución. Su sucesor, el doctor Osvaldo Dorticós, que fue la última figura que ocupó el cargo de Presidente de la República, lo utilizó solo como oficinas y lugar de recibo. Es el actual Museo de la Revolución.
En Cuba las dictaduras lo han sido también de hormigón armado. Gerardo Machado asumió la presidencia de la República el 20 de mayo de 1925. El 15 de julio siguiente el Congreso votaba la Ley de Obras Públicas. Machado, que no demoró en revelarse como un dictador, se propuso modernizar la capital cubana, y en buena medida el país, y propició un vasto y ambicioso plan constructivo. Bajo su mandato se remodeló el Paseo del Prado, el viejo Campo de Marte se transformó en Plaza de la Fraternidad Americana y se trazó la Avenida de las Misiones. Se construyó, en Isla de Pinos, el llamado Presidio Modelo. El Malecón se extendió por el oeste hasta la calle G, en el Vedado, y por el este prosiguió con la Avenida del Puerto. Quedó inaugurada la Carretera Central y se levantó la escalinata universitaria. Se urbanizó el reparto Lutgardita. Se construyeron el Hotel Nacional y el aeropuerto de Rancho Boyeros, que en su momento llevó el nombre de General Machado.
La edificación del palacio de las leyes en los terrenos de Villanueva se consignaba asimismo en el acápite de Construcciones Civiles de la Ley de Obras Públicas. Resultaba impensable que Machado y su megalómano ministro de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes, dejaran fuera de su punto de mira las obras inconclusas del Capitolio. Se aprovecharía lo ya construido, aunque el proyecto debió sufrir modificaciones innumerables. Los mejores arquitectos cubanos de entonces —Cabarrocas, Govantes, Otero, Rayneri, Bens...— y algunos extranjeros, como Forestier, sobre todo para los jardines, se volcaron sobre los planos, en tanto la parte material era encomendada a la empresa Purdy and Henderson, contratistas norteamericanos que hicieron muy buenos negocios en el país con la construcción de la Lonja del Comercio, el edificio de La Metropolitana, en la esquina de O’Reilly y Aguiar, y el edificio Gómez Mena, en Obispo y Aguiar (hoy Instituto Cubano del Libro) ambos en La Habana Vieja, el Hotel Nacional y los centros Gallego y Asturiano, entre otras importantes obras.
En esta nueva etapa el proyecto fue realizado por el estudio de Govantes y Cabarrocas. Los arquitectos Eugenio Rayneri Piedra y Raúl Otero fueron director técnico y director artístico de la obra, respectivamente. La construcción recomenzó en abril de 1926, sin que los planos estuviesen debidamente terminados, lo que provocó serias dificultades, ya que la obra tenía que avanzar y los planos no se terminaban ni podìan terminarse con la rapidez necesaria, ni se había llegado a un acuerdo en cuanto a las necesidades y distribución del nuevo edificio.
Otero renunció a su cargo, y su sustituto, el arquitecto José M. Bens Arrate, introdujo modificaciones en los planos, entre ellas cambiar la cúpula ya proyectada por otra más esbelta y monumental, que posteriormente fue perfilada y mejorada, hasta darle la forma que tiene en la actualidad, por los arquitectos Rayneri y Luis Betancourt. La cimentación resultaba insuficiente para la nueva cúpula y se hincaron cerca de mil pilotes de madera dura sobre los que se fundió una placa de hormigón armado, a fin de que descansaran las ocho columnas de acero que sostienen la cúpula. También introdujo en el proyecto las metopas, que tanto realce y belleza dan a la fachada del edificio.
Cuando se pasa balance a las obras del Capitolio, suelen resaltarse los nombres del arquitecto Eugenio Rayneri y Piedra que, junto a su padre, trabajó en los planos del Palacio Presidencial que no llegó a concluirse y mucho tuvo que ver en los proyectos posteriores, tanto para el Palacio como para el Capitolio. Sobresale además el ingeniero Luis Betancourt, jefe del salón de dibujo. Pero el Capitolio es también obra de otros muchos arquitectos, proyectistas, dibujantes y de los miles de obreros y técnicos que trabajaron en la construcción de uno de los edificios más grandiosos de América.
(Con documentación del ingeniero Luis Díaz).
Los terrenos del Capitolio (I)
Los terrenos del Capitolio (II)