Lecturas
La visita de Paris Hilton a Cuba, con motivo del Festival del Habano, transcurrió con la resonancia que era de esperar. La heredera de una de las grandes cadenas hoteleras del mundo no limitó su estancia solo a La Habana, sino que estuvo también en Soroa y en Cayo Largo, y en todas partes admiró a los que la trataron por su sencillez y desenfado. En Varadero, donde también estuvo, se robó el show del cabaret del hotel Internacional cuando subió al escenario, agarró una tumbadora y acompañó a la orquesta antes de ponerse a bailar y disputarles así el papel a bailarinas y figurantes.
La compañía Hilton fue fundada por Conrad Hilton, el abuelo de Paris, en 1919, y manejaba en 1958 un capital de 196 millones de dólares. Algunos de los hoteles que operaba eran propiedad de la cadena, otros los operaba bajo contrato de administración. Conrad había estado casado con la actriz norteamericana Zsa Zsa Gabor y había sido suegro de la también actriz Elizabeth Taylor. Tenía entre sus propiedades los hoteles Waldorf Astoria, Stevens y Plaza, de Nueva York, la cadena Statler y el hotel Castellana, de Madrid.
Se dice que la Hilton reclamaría a Cuba el hotel que fue de su familia. En verdad, desconoce el escribidor si fue una afirmación de la rica, bella y explosiva heredera, o se la atribuyó algún periodista despistado. El caso es que esa empresa nada tiene que exigir a Cuba, porque el hotel Habana Libre, llamado originalmente Habana Hilton, fue operado bajo arrendamiento por la cadena, pero nunca lo tuvo en propiedad.
El Habana Libre fue siempre cubano. Lo es y lo seguirá siendo.
La construcción del hotel situado en la manzana enmarcada por las calles L, 23, 25 y M, en el Vedado —una de las zonas más codiciadas de La Habana—, fue fruto de un largo proceso. La negociación la llevó adelante el doctor Mario Lazo, del Bufete Lazo-Cubas, instalado en el noveno piso del edificio Motor Center, en 23 e Infanta, donde radica desde hace muchos años el Ministerio de Comercio Exterior. El abogado tomó como base el contrato que en 1948 suscribió la cadena Hilton con el Gobierno de Puerto Rico para la construcción de un hotel. Mediante ese acuerdo, la Hilton administraría el hotel construido por el Gobierno puertorriqueño, que retendría su propiedad y al que entregaría las dos terceras partes de las ganancias.
Lazo logró que la Hilton se interesara en el negocio, pero no pudo entusiasmar en el asunto al Gobierno cubano. Nada consiguió tampoco con organismos autónomos ni con la Caja del Retiro Azucarero. En eso apareció la Caja de Retiro y Asistencia Social de los Trabajadores Gastronómicos que, con sus depósitos y los préstamos que obtuviera de la banca paraestatal, financiaría el proyecto. La Caja la presidiría Francisco Aguirre Vidaurreta, ministro del Trabajo en tiempos del presidente Grau, ex representante a la Cámara y propietario del restaurante Kasalta. El dictador Fulgencio Batista le dio su apoyo inmediato y calorizó el empeño. Era ya el mes de junio de 1953, y el doctor Jorge Cubas, copropietario del bufete, obtendría que The Trust Company of Cuba financiara la inversión. La construcción recibió asimismo préstamos del Banco para el Desarrollo Económico Social (Bandes) y del Banco para el Fomento Agrícola e Industrial de Cuba (Banfaic) —los dos empresas paraestatales.
Inicialmente se calculó que el costo de las obras ascendería a más de 21 millones de pesos. Fue finalmente de 24 millones. La Frederick Snare Corporation asumió la construcción, y la firma de arquitectos Arroyo y Menéndez se hizo cargo de su dirección facultativa.
El hotel tuvo dos inauguraciones. Una, informal, el 19 de marzo de 1958, con la presencia de 300 invitados extranjeros, entre ellos estrellas de Hollywood, como Esther Williams y Ann Miller. Y otra, oficial, tres días después, a la que asistió Martha Fernández, Primera Dama de la República. Batista no se portó por el hotel en ninguna de las dos ocasiones, pero se apresuró a recibir a Conrad Hilton en Palacio.
Otros hoteles se construyeron e inauguraron en La Habana de aquellos años 50.
En 1957 abría sus puertas el hotel residencial Rosita de Hornedo, propiedad del senador liberal Alfredo Hornedo y Suárez, dueño además de los periódicos El País y Excélsior, y del Mercado Único de La Habana. Bautizó esta instalación de 172 apartamentos y dos pent-house con el nombre de su segunda esposa, Rosita Almanza, y la hizo construir aledaña a otras de sus propiedades en la zona: el teatro Blanquita, actual Karl Marx, y el balneario Casino Deportivo, hoy círculo social Cristino Naranjo.
Otro hotel de la época es el Capri, con 18 pisos y 217 habitaciones, inaugurado el 1ro. de diciembre de 1957. Era propiedad de Jaime Canavés, catalán avecindado en La Habana desde 1913 y propietario de la compañía constructora que llevaba su nombre, encargada de la construcción del edificio. Canavés arrendó el hotel, por 20 años, a la compañía hotelera Sheppard S. A. Era dueña de los hoteles Ponce de León y Leamington, ambos en Miami. Sheppard pagaría por el arriendo del Capri 210 000 pesos anuales.
En 1958 se inauguraba el hotel Flamingo (72 habitaciones), construido igualmente con capital cubano a un costo de 700 000 pesos. También con capital cubano —más de un millón de pesos— se edificó, en 1952, el hotel Copacabana (124 habitaciones), el único, aparte del hotel Comodoro, que era también club privado para asociados. El hotel Vedado —120 habitaciones en una inversión de millón y medio de pesos— es también cubano, como lo es el hotel Bruzón —150 000 pesos.
Batista era el propietario principal del hotel Colony, en Isla de Pinos, inaugurado en la noche del 31 de diciembre de 1958. El Internacional, de Varadero, construido con capital norteamericano en 1949, fue adquirido por un grupo de firmas cubanas en 1956. El hotel Jagua, en la ciudad de Cienfuegos, con seis pisos, no se inauguró hasta 1959. Era propiedad de José López Vilaboy, beneficiario y testaferro de Batista y de la familia dueña del Palacio de Valle, en dicha localidad.
A diferencia de los anteriores, el hotel Riviera se construyó con capital extranjero, aportado, en específico, por representantes de la mafia siciliano-norteamericana, aunque funcionarios del Gobierno de Batista respaldaron la operación. Con 21 pisos y 368 habitaciones —solo superado por el Habana Hilton— se inauguró el 10 de diciembre de 1957 con la presencia del cardenal Manuel Arteaga, que lo bendijo; Rafael Guas Inclán, vicepresidente de la República; Justo Luis del Pozo, alcalde de La Habana, y no pocos ministros del Gobierno. Fue una inversión de 12 millones de pesos, y el terreno donde se edificó requirió el pago de 1 253 000 pesos. Sus propietarios tenían en mente la construcción de otro hotel con el nombre de Mónaco.
Nicolás Arroyo Márquez y Gabriela Menéndez, arquitectos facultativos en la construcción del hotel Habana Hilton, eran una distinguida pareja de profesionales con estudio y oficina en la esquina de Quinta Avenida y 72, en Miramar. Junto con el general Roberto Fernández Miranda, director general de Deportes y cuñadísimo de Batista, Arroyo era propietario de Construcciones Codeco, que asumía por encargo obras del Gobierno batistiano.
Fue el arquitecto de la ampliación del reparto Biltmore y de la prolongación de la Quinta Avenida. También, entre otras obras, del colegio Ruston, del Teatro Nacional, de la Plaza Cívica (de la Revolución), de dispensarios médicos para la infancia y para la rehabilitación de inválidos, y del Hospital Naval 10 de Marzo.
Ministro de Obras Públicas de Batista, fue el último embajador de la dictadura en EE.UU., ocasión que aprovechó para mejorar el edificio de la sede diplomática. En efecto, en los archivos históricos de Washington, el número 2630 de la calle 16 figura como «una de las residencias más imponentes y enigmáticas» de la ciudad; un edificio «cuyo origen se perdió en las turbulencias de dos guerras mundiales, intrigas internacionales y una revolución».
Según los escasos datos preservados, la Embajada de Cuba, actual Sección de Intereses en Washington, se edificó en 1917 como residencia del embajador Carlos Manuel de Céspedes, hijo del Padre de la Patria. Nicolás Arroyo la retocaría. Pese a lo fugaz de su estancia, alcanzó a decorar la casa con tantas antigüedades que la revista The Diplomat la calificó «como una de las residencias diplomáticas más bellas de la capital».
Mario Kuchilán, en los Fabularios que hace ya muchos años dio a conocer en esta misma página y que llevaría luego a libro, decía, y él sabría por qué, que Mario Lazo, del Bufete Lazo y Cubas, era el principal agente de la CIA en la Isla. Al menos, estaba más enterado de las decisiones de Washington con respecto a Batista que el propio embajador y no era raro, sobre todo ya al final del batistato, que le dijera al diplomático por dónde iba la cosa.
Lazo y Cubas representaban en la Isla los intereses de la United Fruit Sugar Company. Su bufete representó a Estados Unidos durante la II Guerra Mundial y negoció entonces la instalación de la planta de níquel de Nicaro y después la de Moa, y la base aérea de San Antonio. Eran los consejeros legales de la Cámara de Comercio Americana de Cuba, que agrupaba 180 firmas estadounidenses establecidas en el país. Trabajaban para ellos 35 abogados y casi 80 empleados.
Francisco Aguirre Vidaurreta —quien, como ya dijimos, era presidente de la Caja de Retiro y Asistencia Social de los Trabajadores Gastronómicos, la que sufragó la construcción del actual Habana Libre— fue detenido en los primeros días de enero del 59, por sus vínculos con la dictadura batistiana y el sindicalismo amarillo. Con el ánimo de buscar refugio en una embajada, salió de su casa, una madrugada, acostado en el piso de un automóvil, entre el asiento delantero y el trasero. Los milicianos que lo buscaban le echaron el guante.
En un inicio se quiso construir el hotel en la manzana comprendida entre las calles Prado, Trocadero, Ánimas y Zulueta. Para emplazarlo donde en definitiva se hizo, hubo que romper la resistencia de Laura Bertinni, viuda del ya aludido Carlos Manuel de Céspedes, a abandonar su casa de 23 y M. Para que lo hiciera, recibió una pequeña fortuna.
Santos Trafficante controlaba los casinos de juego del cabaret Sans Souci y de los hoteles Comodoro y Capri. Meyer Lansky operaba el casino del hotel Riviera, quizá el más lujoso de todos los existentes en La Habana. En el Habana Hilton los hermanos Roberto y Mario Mendoza, en sociedad con Clifford Jones, ex gobernador adjunto de Nevada, pagaron, en enero de 1959, un millón de dólares por la concesión del casino con tal de que no cayera en manos de Joe Barbera y Frank Erickson, acusados del asesinato de Albert Anastasia en Nueva York. Anastasia fue fulminado por las rivalidades de las familias mafiosas en disputa por el control del juego en La Habana.
Ya para entonces, la Caja de Retiro y Asistencia Social de los Trabajadores Gastronómicos, dueña del hotel, lo había arrendado a la hotelera Hilton por 20 años, a razón de las dos terceras partes de las utilidades brutas de la operación, las que en caso de que no llegaran a 250 000 pesos anuales se rebajarían de las utilidades del arrendamiento.
(Con información de Guillermo Jiménez)