Lecturas
Almorzaba hace unas tres semanas con un popular presentador de la TV y, sin que viniera a cuento ni nadie se lo preguntara, comentó, seguro de sí mismo y aire de perdonavidas, que la voz «guajiro» se derivaba de las palabras inglesas war hero. Añadió enseguida que en los días de la Guerra hispano-cubano-americana (1898) soldados de Estados Unidos ponderaban la valentía de nuestros mambises y decían a los combatientes del Ejército Libertador: «You are a war hero». De esas dos últimas palabras, «héroe de guerra», concluyó, viene el vocablo «guajiro».
Aunque tal explicación sobre el origen de la palabra «guajiro» es, ciertamente, mucho más vieja que Internet, cosas como esa inundan a diario la red de redes y no faltan luego quienes las repitan, y lo hacen en un tono y desde una altura que no dejan lugar al disentimiento.
Sin ir muy lejos, unas llamadas «Trece curiosidades cubanas» que circularon con profusión en estos días no pasan de una tomadura de pelo. La primera de esas 13 curiosidades dice: «El primer insecto oriundo de Cuba fue el ätihcaracüc anitram, hoy extinto y que en la lengua taína quiere decir bicho azul volador. El único ejemplar en existencia está en exposición en el Museo Antropológico de París». Parece, a no dudarlo, una aseveración seria y creíble; irrebatible porque después de todo los expertos en insectos extintos no deben pasar de ser una minoría. Pero, y aquí viene lo interesante, ätihcaracüc anitram es «cucarachita martina» leído al revés. Haga la prueba y lo verá.
Hay gente que atribuye al inglés un influjo mayor del que realmente tuvo en Cuba. Lo vimos cuando en esta página se aludió al origen del término «congrí» y recordamos que el lexicógrafo cubano Rodríguez Herrera lo hacía derivar de la voz inglesa concrete, la mezcla o mortero de piedra, arena y cemento.
Volviendo a la voz «guajiro»… Esteban Pichardo incluye esa palabra en su Diccionario provincial casi razonado de voces y frases cubanas, que tuvo su cuarta edición en 1875, más de 20 años antes del conflicto bélico entre Estados Unidos y España. Es voz de origen yucateco, idioma donde significa ‘señor’, dice Pichardo y asegura que el vocablo apenas se usaba en Yucatán en el momento en que escribía su diccionario. En Cuba, prosigue, su uso era muy común y muy distinto su significado, pues aquí guajiro es sinónimo de campesino. Con esa acepción la recoge el Diccionario de la Real Academia.
Fernando Ortiz, en su Nuevo catauro de cubanismos (1974) incluye también la palabra, y José Juan Arrom le concede la extensión que merece en sus Estudios de lexicología antillana (1980). Expresa Arrom que la voz se empleó también en Santo Domingo, «si bien allí hoy parece haber caído en desuso», y, en sentido restringido, en Guatemala, país donde, afirma Martín Alonso, se llama así al centroamericano no nacido en la capital guatemalteca.
Arrom cita a Oviedo, quien en su General y natural historia de las Indias (1535) asegura que «guajiro» no es término originario de la tierra firme, sino de procedencia caribe, es decir, antillana. Acude asimismo a la Apologética historia de las Indias, del padre Las Casas, y recuerda que entre los taínos existían tres palabras para significar el grado y la dignidad de los señores: matunherí, que equivalía a ‘alteza’; baharí, ‘señoría’, y guaxerí, ‘vuestra merced’. Y añade que en su Historia de las Indias, Las Casas expresa que guaxerí significa ‘señor’. Rafael Celedón, en su Gramática de la Lengua Goajira, dice que guashire es ‘caballero’ y que guashiri significa ‘rico’. De todo ello, concluye Arrom, la procedencia arahuaca de la palabra.
Bachiller y Morales asegura que gua es artículo. Arrom dice que en los vocablos guaxerí, baharí y matunherí los fonemas xerí, harí y herí son vacilantes grafías de un mismo morfema que correspondería a la voz arahuaca a-hatí, es decir, ‘camarada’, compañero, compatriota’. Entonces si matun significa ‘generoso noble’, matunherí sería ‘noble generoso compañero’ o ‘compatriota’, y si bahü es ‘casa’, baharí quiere decir ‘compañero de casa’. Arrom no concuerda con Bachiller. Para él gua o wa no es artículo, sino prefijo pronominal que significa ‘nos, nuestro’. Puntualiza: «Guajiro, por tanto, vendría a ser lo mismo que nuestro compañero o compatriota, equivalente a la palabra inglesa milord y a la española "monseñor", con lo que queda demostrado que es un término de tratamiento a la vez familiar y respetuoso, de procedencia taína».
Ortiz recuerda en su Catauro que hubo una nación de goajiros: La Guajira, pueblo ganadero que se ubicó entre Venezuela y Colombia. Pero esa palabra, «guajiro», la adoptaron allí de los caribes. Afirma el ilustre polígrafo: «Nuestro nombre de guajiros puede haberse tomado de los indios esclavizados que en el siglo XVI se trajeron desde Venezuela».
Con respecto a la página de la semana anterior —«Hoteles»— recibo un interesante mensaje de Hermes Guerra Rodríguez. Escribía yo en el mencionado texto que los primeros inodoros se instalaron en Cuba en 1887, en el edificio que ocupaba entonces el Muy Ilustre Centro Asturiano de La Habana, como se le llamaba en la época y después. Eran de fabricación inglesa y no tenían nada que ver con los de ahora. Se confeccionaban de hierro fundido, tenían forma de embudo y el agua se depositaba en una caja de madera forrada de zinc. Esa caja estaba situada en lo alto, bien separada de la taza, pero conectada con ella gracias a un tubo y se descargaba al tirarse de una cadenilla.
Guerra Rodríguez no comparte ese criterio y escribe: «Es importante recordar que ya en la Guía de La Habana de 1884 se publican dos anuncios de vendedores e instaladores de ese tipo de aparatos. El más reconocido de ellos es A. P. Ramírez, que tenía su establecimiento en la calle Amistad 75 y 77. Este comerciante, al que también hace alusión el doctor Juan de las Cuevas en su extraordinario libro 500 años de construcciones en Cuba, aparece en el Directorio Mercantil de la Isla correspondiente a 1889. Allí se promociona el «Almacén de efectos sanitarios de todas clases. Único en La Habana» y se relaciona su nombre como único vendedor de efectos sanitarios».
El anuncio, añade Hermes Guerra Rodríguez, revela datos muy interesantes, pues expone que ese establecimiento estaba radicado en La Habana desde 1860 —aunque es de destacar que en el Directorio Mercantil de 1859-1860 no aparece alusión alguna al mismo—. Además se incluyen en los anuncios, tanto en el de 1884 como en el de 1889, fotos de los aparatos allí en venta y llaman muchísimo la atención, ya que son inodoros de arrastre, la última invención en este campo en la época, pero además ya no son de hierro fundido, sino de cerámica, como, por ejemplo, el modelo UNITAS, de la firma inglesa T. W. Twyford, que revolucionó el mercado y que llevaba muy pocos años comercializándose en Inglaterra.
«También le puedo comentar que se dice que el Gran Hotel, al que usted hace referencia en su página, fue el primero que contó con instalaciones hidrosanitarias. Se promocionaba en el Anunciador General de La Habana, de 1878, como “Gran Hotel-Baños y condiciones apetecibles”.
«Como le comenté la primera vez que le escribí, continúo mi investigación y me gustaría muchísimo contar con su ayuda debido a su vastos conocimientos sobre nuestra historia y otras razones que hacen de usted para mí un puntal de referencia.
«Le pido que en la medida de lo posible me ayude u oriente para lograr unir los pedazos de nuestra historia sobre el inodoro en Cuba».
Por supuesto, puede Hermes Guerra contar con mi modesta colaboración en este tema en el que, por lo que se ve, no se ha dicho aún la última palabra.
Sobre la página de 24 de octubre pasado —«Clubes»— escribe el lector Gabriel M. Valdés. Me dice que entre esas sociedades recreativas a las que aludí en mi nota pasé por alto el club Náutico, de Marianao. Comprende mi atento corresponsal que no podía yo mencionarlas a todas, pero él no quiere dejar en el olvido ese club animado y de cuota modesta que fue el Náutico.
Era uno de los más económicos con su cuota de seis pesos mensuales, cantidad que cubría el alquiler mensual de la taquilla para la ropa, dice Valdés, y añade que era el preferido entre los jóvenes que hacían vida social. Sus tres bailables dominicales, con la actuación de las mejores orquestas, eran tan populares que, de no tener alguien que los invitara, los muchachos más adinerados, y miembros por tanto de los clubes más exclusivos, se colaban en el Náutico para disfrutarlos.
Agrega Gabriel M. Valdés que en casas del reparto Náutico, aledaño al club, se alojaban peloteros norteamericanos que participaban en Cuba en la llamada Liga de Invierno de béisbol, y que la muchachada hacía amistades con ellos y guardaban como verdaderos tesoros las pelotas que les autografiaban.
Alude Valdés asimismo al millonario Julio Lobo, mencionado también en mi página del 24 de octubre. Dice que laboró en una de sus empresas y tuvo que hacer de tripas corazón para soportar el trato que se daba en esta a los empleados, mal pagados por añadidura. De cualquier manera soportó aquello solo por seis meses.
Acerca del Náutico quiero decir que su fundador y propietario fue Carlos A. Fernández Campos. Lo inauguró en diciembre de 1936. Una sociedad para miembros de la clase media y que contaba con unos cinco mil socios a mediados de los años 50 del siglo pasado, cuando se construyó para la casa social un nuevo edificio que es punto de referencia en la arquitectura moderna en Cuba, según creo recordar, pues escribo de memoria y sin posibilidades de consultar alguna fuente que me corrobore este dato.
Ese Fernández Campos era todo un personaje. En 1952 Batista lo hizo miembro del Consejo Consultivo, entidad con la que sustituyó al Congreso de la República tras el golpe de Estado del 10 de marzo. Entonces fue nombrado además director-administrador de la Aduana de La Habana, y actuó como vocero de los planes políticos del dictador, pero —así paga el diablo— no logró su nominación para senador en 1954.
Por cierto, la arquitecta María Cristina Rodríguez Navarrete me dice que lleva adelante ahora una investigación sobre el Náutico —el club y el reparto.
Y aquí les dejo esta sobremesa.