Látigo y cascabel
Orfandad crítica. Medianía mental. Renuncia al riesgo. Temor a tomar partido. Monotonía en la opinión. Homogeneidad en el análisis. Carencia de disenso. Ligereza protocolar. Carácter promocional. Compromisos extraliterarios. Indigencia crítica...
Los términos anteriores pudieran resultarle alarmantes, perturbadores —con razón. Desde que leí —hace algún tiempo ya— el dossier Crítica literaria en Cuba: Horizontes en tensión, que publicó la revista cultural La Jiribilla de papel, quedaron revoloteando en mi cabeza esas ideas, filtrándose constantemente. Hasta que hace algunos días volví a presenciar una situación que terminó catapultando este comentario.
Se presentaba un libro. Previamente, algunas personas reunidas en aquella sala indagaban acerca de quiénes tendrían a cargo esa labor. Y alguien comentó: «Estará presente el autor, el editor... ¡Ah!, también un crítico “ahí”».
Un crítico «ahí». La misma expresión escuchada en repetidas ocasiones durante la Feria Internacional del Libro, el evento literario más importante de nuestro país. ¿Un crítico «ahí»? Pues sí. Como si se hablara de un individuo florero, o sea, ese tipo de gente cuya misión es puramente decorativa, que no aporta nada y solo aparece en determinadas circunstancias por un bien estético.
¿Indigencia crítica? Volvió a golpearme una de las expresiones manejadas por destacados intelectuales en el dossier de La Jiribilla, un término enunciado por Juan Marinello, en 1973, en el ensayo Sobre nuestra crítica literaria.
El hecho narrado refleja una de las múltiples ramificaciones externas de un fenómeno mucho más profundo. Al interior de esa realidad —coinciden entendidos del tema— inciden factores como la existencia de un gremio aquejado por la carencia de disenso entre sus miembros, relativo acomodamiento, distanciamiento entre quien ejerce este oficio y el compromiso con su labor; riesgo de sucumbir al amiguismo literario, escasez de críticos en los medios y la subvaloración para aquellos que lo practican —al parecer la crítica literaria en el ambiente periodístico es percibida como una faena breve y menor.
Ambrosio Fornet ha definido al crítico literario mediante la expresión latina primum inter paris, que significa el primero entre sus iguales. En esa esencia ubica el autor de El libro en Cuba el propósito fundamental de ese profesional: servir de puente comunicativo entre el público y el hecho literario. Para él, quienes ejercen ese oficio son los encargados de organizar el concepto de literatura.
¿Será entonces la crítica un ejercicio tan nimio y «humilde»? Más bien debería ser valorado como la llave que abre la puerta al gran público. Quien pueda situarse en ese umbral —siempre y cuando esté armado de las herramientas necesarias— podrá servir de guía, orientación y medidor efectivo.
En estos tiempos en que se hacen grandes esfuerzos por promover y mantener el hábito de lectura en la población, y las propuestas editoriales ocupan un lugar fundamental para elevar la cultura, el rol del crítico se vuelve cada vez más imprescindible. No puede ser solo esa figura de la cual algunos escuchan hablar de casualidad cuando se acercan eventos como la Feria Internacional del Libro.
Un texto puede ser el mejor aliado, y lo será aún más en la medida que, como lectores, podamos adentrarnos en su historia y descubrir sus confidencias. Pero siempre hará falta alguien que ilumine el camino y evite la contrariedad de ir dando tumbos, sin saber qué dirección tomar —situación que en el peor de los casos puede empujar a la pérdida de interés, en especial, de las nuevas generaciones.
No son pocos los que se erizan al escuchar la palabra crítica. ¿Acaso existe temor? De existir, ¿qué es más fuerte: el temor a escribirla o a recibirla? No podemos olvidar lo que dijera José Martí: «Criticar, no es morder, ni tenacear, ni clavar en la áspera picota (...)». Tampoco es ofender ni ultrajar. Practicarla con valentía, tomando partido, y asumirla con sabiduría y modestia, puede contribuir a despejar dudas, iluminar zonas de neblina y aportar conocimientos.
Dificultades que se arrastran desde épocas pasadas, situaciones que han mutado con el tiempo y con las maneras de entender el hecho artístico, dudas, esperanzas e iniciativas renovadoras son algunas de las luces y sombras que se entremezclan al reflexionar en torno a este complejo tema.
¿Se hace sentir la crítica o la ausencia de esta? ¿Acaso es su presencia una cómoda estampa? ¿Está en peligro de desvalorización por parte de los lectores? Son demasiadas las interrogantes para tan corto espacio. Por el momento, prefiero comulgar con la propuesta que hace Víctor Fowler en su texto Apostadores encima del abismo: «Tenemos que pensar las problemáticas actuales con los nuevos instrumentales que hoy nos brinda la crítica y continuar explorando la época, el pasado, el país, el mundo, nosotros mismos, el destino de la especie humana a través de todo cuanto el texto literario nos da. Ser ambiciosos, muy ambiciosos».