Látigo y cascabel
Recibir un premio es siempre motivo de satisfacción. El reconocimiento al trabajo, en el que tanto tiempo y esfuerzo se invierten, es un hecho que reconforta y estimula a perfeccionarse.
La entrega del lauro supone también un momento especial, en el que se acoge con gratitud la felicitación, y se comparte con otros compañeros que también resultaron favorecidos.
Pero hace solo unos días me sucedió algo para lo que no estaba realmente preparada. Fue en el acto de premiación del Concurso Nacional de Periodismo 26 de Julio, que cada año convoca la Unión de Periodistas de Cuba, y al que los profesionales de la prensa envían lo que consideran sus mejores obras.
Este año, mis compañeras Margarita Barrio, Sara Cotarelo y yo, enviamos la serie de trabajos Vinagrito naufragó en un barquito de papel, donde durante tres domingos consecutivos expusimos las penas y no muchas glorias que enfrenta en nuestro país la difusión y el consumo de la música infantil.
Y ganamos.
Así, fuimos a la entrega de nuestros diplomas de ganadoras. Quién se iba a imaginar que ya casi al finalizar la velada, y ante el estupor de los presentes, se anunció que los triunfadores del concurso de Periodismo Cultural no recibirían su reconocimiento, debido a que los funcionarios del Ministerio de Cultura encargados de dicha tarea no asistieron. No es que llegaran tarde, sino que jamás llegaron.
La UPEC, organización que nos agrupa y que vela por nuestros intereses, debió, al menos, nombrar a los ganadores, pues todos —los de la radio, la televisión y la prensa escrita— estaban allí.
Habrá quien no esté de acuerdo conmigo, pero estoy segura de que no hubiera sido igual recibir al menos el aplauso de los colegas, que irnos todos, poco a poco, rumbo al brindis, después del estupor que siguió a la desagradable noticia. Y ya. Hubiera sido, sin duda alguna, un final diferente del que tuvo la tarde.
«Ni a mí se me ocurriría convocar a un premio para luego no venir a entregarlo», me dijo en tono bromista un colega, sin saber, tal vez, que no era esa la primera ocasión en que sucedía el hecho. Y es que tampoco el año pasado fue posible entregar el lauro del certamen de Periodismo Cultural, por idénticos motivos, lo que me lleva a considerar si no sería mejor que dicho organismo delegara en la UPEC todo lo relacionado con la premiación, y se limitara a lanzar la convocatoria.
Es cierto que el galardón ya fue concedido. Pero eso no quita la desagradable impresión que provocan siempre la negligencia y la informalidad.
Si —como decía un personaje humorístico— «la cultura no tiene momento fijo», el respeto a los demás —digo yo— sí debe tenerlo.