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Parece que la policía siempre les da la «bienvenida». Es una rutina, decía irónicamente el periodista Abby Zimet en su columna de CommonDreams. Y describía en breves palabras la acción a las puertas de la Base Whiteman de la Fuerza Aérea, de los miembros de Trifecta Resista, no pocos ostentando sus canas frente a una línea de la policía antimotines de Missouri, convertidos en lunáticos ante la protesta pacifista contra el uso de drones.
Los hombres y mujeres cantaban el Aleluya mientras Kathy Kelly —tres veces nominadas al Premio Nobel de la Paz y nunca elegida, ¿por qué será, si se lo dieron a Obama, a Kissinger, y unos cuantos más de sobra en la lista que debía ser de prestigiosos?—, hablaba suave y reflexivamente de sus esperanzas; de un día cuando, en un mundo con demasiadas armas, pudieran todos trabajar juntos.
En su página digital The Nuclear Resister, el grupo de activistas daba información detallada de lo ocurrido en un weekend muy especial cuando llevaron a cabo tres acciones contra la guerra —de ahí el nombre de Trifecta—: en la base Whiteman, el hangar de los drones que dejan caer su carga de muerte sobre Afganistán, Paquistán, Somalia, Yemen…; también en la Kansas City Plant, donde se fabrican partes o repuestos de los misiles nucleares; y en Fort Leavenworth, en Kansas, en cuya cárcel está detenido Bradley Manning, el sargento que se dice filtró documentos y videos que en Wikileaks desenmascararon toda la política guerrera, de engaños y trapisondas, de EE.UU..
Kathy Kelly dijo con voz pausada: «Las dos mayores causas de problemas insolubles de hoy son el complejo militar-industrial y el complejo carcelario-industrial. El coraje de Bradley Manning es algo que debemos aprehender. Bradley Manning ha sido increíblemente inconveniente. No podemos nunca dejar que las dificultades nos detengan de actuar según nuestras profundas creencias».
Ante la planta de repuestos nucleares, tres manifestantes fueron arrestados y luego multados por cruzar la línea entre «la propiedad pública y la privada»: Midge Lu Mountenay de Independence, Missouri; Mark Kenney de Omaha; y Henry Stoever de Overland Park, Kansas. Sin comentario.
Y el tercer pelotón de Trifecta, el que actuó ante la base Whiteman en Knob Nostor, Missouri, cometió el imperdonable delito de soltar globos negros en conmemoración de 175 niños muertos por los drones, y volar papalotes por la paz sobre la Tierra y la paz en los cielos. También tres fueron detenidos ahí: Mark Kenney; Brian Terrell de Iowa; y Ron Faust de Kansas City.
Las autoridades de la base hicieron lo suyo frente a la amenaza de globos y papalotes: soltaron a quienes pusieron en el papel de los perros de presa, unos 50 jóvenes, muy jóvenes, que se entrenan como policías militares, quienes uniformados con toda la parafernalia de la represión fueron moviéndose lentamente sobre los manifestantes, mientras sonaban sus largos bastones contra los escudos protectores, con una precisión de concordancia amedrentadora.
A ellos Kathy Kelly les cantó, tal y como lo hace la buena hada Glenda en el cuento infantil El Mago de Oz: «Come out, come out, wherever you are!» (Salgan, salgan, dondequiera que estén) y le añadía: «Ustedes son buenos —no les tememos. Pero Estados Unidos es dueño de la mitad de las armas del mundo. Nosotros podemos cambiar esto… juntos».
Es obvio que EE.UU. está moviéndose con un doble y contradictorio compás, pero la buena música, la armoniosa, está en la combativa tercera edad de los Trifecta y los jóvenes que les acompañan, todos ellos gente muy peligrosa, que hace cosas demasiado agresivas para que no se escuchen los tambores de guerra. No se sabe a ciencia cierta cuántos son los golpeados, detenidos, multados, juzgados, sancionados, y encarcelados por esos conciertos de paz; pero esos prisioneros políticos, disidentes del capital y sus guerras, persistentemente se mueven…