Inter-nos
Cuando en Cancún, la Cumbre sobre Cambio Climático intentaba un acuerdo que protegiera a nuestro planeta de nosotros mismos, en otra parte paradisíaca de este mundo, exactamente en Hawai, dos viejos detectores automáticos de la atmósfera ubicados a 11 000 pies de altura en el volcán Mauna Loa, registraban un resultado calificado como el «más alarmante» de las últimas cinco décadas: el dióxido de carbono en la atmósfera alcanzaba las 390 partes por millón, 40 por ciento de incremento respecto a los niveles pre-industriales, al decir del diario británico The Guardian.
Sin embargo, lo esencial volvía a postergarse en el balneario mexicano, aunque el envenenamiento de la naturaleza y sus consecuencias avancen inexorablemente hacia la autodestrucción. Mientras tanto, en el país norteño vecino había otras ocurrencias. Pieter Tans, encargado del programa gubernamental estadounidense de monitoreo de la situación, estaba sencillamente choqueado por el clamor de políticos republicanos: el dióxido de carbono no representa una amenaza para la Tierra.
Estas opiniones no tendrían mayor importancia a no ser porque en enero, y como consecuencia de la victoria republicana en las elecciones parciales de Estados Unidos, los congresistas del llamado Grand Old Party (GOP) se sentarán en las presidencias de los diferentes comités de la Cámara y será mayor su influencia en las decisiones sobre muy diferentes tópicos sometidos a la legislatura, desde las Relaciones Internacionales —que caerán bajo la férula de la anticubana de extrema derecha Ileana Ros-Lehtinen—, hasta el de Ciencia y Tecnología.
Este último nos ocupa ahora, porque será regenteado por Ralph Hall, 87 años de edad, todo un veterano en el curul y por más señas representante por Texas, el estado petrolero por antonomasia, y a revólver y cartuchera —como los cowboys— defenderá en su nueva y privilegiada posición los intereses del terruño-emporio.
Se dice, y debiera ser cierto por la agenda que abarca, que el Comité de Ciencia y Tecnología mira siempre al futuro, para encontrar una economía en constante ascenso y una fuerza laboral de muy alta competencia y profesionalidad, porque ahí se debaten la ciencia, la investigación, la exploración espacial, las innovaciones en energía limpia y los estudios sobre cambio climático.
Pero del dicho al hecho, ya se sabe qué trecho inmenso puede caminarse o llenarlo de obstáculos o malas decisiones. El representante Hall, considerado como un incondicional del uso de los combustibles fósiles, esos que contaminan la atmósfera, aunque tengan que extraerlo del Refugio de Vida Natural del Ártico, en Alaska, o de las aguas profundas del Golfo de México, tal y como hacía el consorcio BP, cuestiona abiertamente que la agencia NASA gaste anualmente 1 400 millones de dólares recopilando y analizando información climática.
La irresponsabilidad que se avecina no afectará solo a Estados Unidos, es una problemática mundial, y cualquier ser con raciocinio tiene que ponerse a temblar más aún, cuando se conoce que el representante Ralph Hall saborea ya nombrar al representante James Sensenbrenner, republicano por Wisconsin, como presidente del subcomité que investiga las actividades científicas.
Sensenbrenner, sin embargo, parece carecer del sentido, la sensatez y sensibilidad, que las primeras dos sílabas de su apellido anunciarían. Recientemente dijo que las advertencias sobre el calentamiento global «es un masivo fraude científico internacional».
Y regreso al artículo de The Guardian sobre los problemas del cambio climático, porque concluía citando a un investigador científico estadounidense que no identificaba: «Cuando usted va a Washington y les dice que el dióxido de carbono se duplicará en 50 años y tendrá mayor impacto aún, ¿qué dicen? Ellos me piden que vuelva dentro de 49 años».
Una broma bien pesada, en la que la prioridad, lo esencial, se echa a un lado.