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Les llama «cuarto de guerra», allí donde se estudia el campo de batalla, los pro y los contra, y el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha dejado el cuartico igualito cuando se dio a conocer, a fines de la semana pasada, un reporte sobre el conflicto bélico en Afganistán y su extensión a Paquistán.
Ya lo había anticipado el secretario de prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs, cuando dijo que no habría sorpresas, porque el mandatario está «satisfecho» con lo que allá ocurre, y considera que «es obvio» que hay «progreso» en dicha guerra. Sin embargo, insistió en que Obama tenía la esperanza de «fortalecer la capacidad dentro de Afganistán», lo que debe leerse como el mantenimiento de las tropas crecidas en número durante este 2010.
La decisión obcecada, echó a un lado otros puntos de vista bien diferentes que el señor Gibbs fue bien parco o desdeñó mencionar, como la carta abierta en la cual un grupo de expertos en política exterior advirtió que es «extremadamente pobre» el resultado de la guerra, y recomendaron negociaciones con el Talibán, cuando la lista de los muertos es mucho mayor que en cualquiera de los nueve años precedentes.
El discurso presidencial y el reporte fueron resultado de una reunión de análisis que sostuvo con sus consejeros sobre el tema, donde fue evidente que había una silla desocupada, la del enviado especial a Afganistán y Paquistán, Richard Hoolbrooke, recientemente fallecido, y a quien rindieron homenaje como «un servidor público en el verdadero sentido de esas palabras»; pero hicieron caso omiso al que según versiones de prensa fue su último mensaje y probable legado racional.
Se afirma que le dijo a su doctor antes de ir al quirófano del que nunca salió: «Usted tiene que detener esta guerra en Afganistán». Dice la Casa Blanca que Hoolbrooke estaba bromeando. Y sobre esa «broma» reafirman la guerra.
Por eso, mientras los consejeros y su Presidente valoraban la situación con satisfacción, las fuerzas de la OTAN que dirige Estados Unidos, lanzaban en la provincia de Baghlan una serie de golpes aéreos que destruyeron una escuela pública y mataron a 30 «sospechosos de ser militantes talibanes». No se dio a conocer la identidad de los «sospechosos», y el gobernador consideró «un accidente» el bombardeo de la escuela…
Diciembre se proyecta similar o más violento que noviembre. El general David Petraeus, máximo comandante en el campo de batalla, dio el visto bueno a 850 misiones separadas de bombardeos aéreos, tres veces y media más que los golpes realizados en noviembre de 2009.
Estos son algunos de los problemas no tomados en cuenta en el reporte presidencial: la seguridad en Afganistán no ha mejorado, la violencia se ha incrementado dramáticamente y se considera este año 2010 el más violento desde el 2002 (59 por ciento de aumento de los ataques insurgentes comparado con lo sucedido en 2009); las bajas mortales de los estadounidenses y sus aliados se duplicaron; también aumentó el número de fuerzas talibanes —estimadas en 7 000 en 2006, ahora se habla de 40 000—y su capacidad combativa es más robusta; la corrupción en las esferas gubernamentales es rampante y según el propio Pentágono el 80,6 por ciento de los afganos consideran que esta afecta sus vidas diarias, por lo que aumenta el apoyo popular a la insurgencia; consideran también que las recientes elecciones parlamentarias fueron fraudulentas; solo el 38 por ciento de la población vive en áreas controladas por las autoridades del Gobierno; economistas de algunos tanques de pensamiento estadounidenses han demostrado que la guerra de Afganistán está minando la economía de EE.UU., enterrando a la nación en una deuda pública multimillonaria, y se estima que el 23 por ciento de los déficits presupuestarios desde el año 2003 pueden adjudicárseles a las guerras de Iraq y Afganistán.
La Cruz Roja Internacional, en voz de su máximo dirigente, Reto Stocker, acaba de informar que la violencia en Afganistán ha hecho que la posibilidad de proveer ayuda a ese pueblo esté en su peor nivel de las últimas tres décadas.
Entonces, todo está mucho peor. Solo la Casa Blanca y el Pentágono ven «signos de progreso», y dejan el cuartico igualito.