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Mientras el Senado de Estados Unidos decide retomar el debate sobre reforma migratoria, pese al boicot de los más conservadores —quizá debiera emplear el término de «los más racistas», lo que es adecuado para esta circunstancia—, el diario The New York Times publicó un reportaje que revela situaciones críticas y dolorosas, demostrativas, además, de que no solo son los hispanos del sur las víctimas del ensueño dorado.
En el tira y encoge entre republicanos y demócratas hay 24 enmiendas en discusión, y si las propuestas de los primeros restringen el programa de legalización de los 12 millones de indocumentados que residen en Estados Unidos, las de los segundos tienden a flexibilizarlos, pero tampoco disponen de una solución verdadera a una tragedia social y familiar.
Y así, a saltos, pues unos días se abre el debate y otros se cierra, el plan de reforma no alcanza la aprobación definitiva a pesar de necesitar solo una mayoría simple. Además, ha tenido tantos vericuetos en ese trasiego de enmiendas que es difícil seguirle el hilo y saber qué se proponen en realidad. Otro tanto sucede con la versión en la Cámara de Representantes y esto parece indicar un callejón sin salida y una burla para millones de indocumentados y sus familias.
Entretanto, la Casa Blanca de George W. Bush se las da de gente buena y urge el sí de ambas cámaras del Capitolio para presentarlo en las próximas elecciones presidenciales como un logro republicano; sin embargo, su decisión es un muro de vigilancia fronteriza con México de mayor longitud y envergadura, la militarización de ese límite con la presencia de más de 10 000 efectivos de la guardia nacional, y un plan de trabajadores temporales por el cual el indocumentado que ahora vive y hasta ha constituido familia en Estados Unidos debe regresar voluntariamente a su país de origen, pagar varios miles de dólares como una especie de multa, y luego solicitar su entrada como el que más, a expensas de que vuelvan a negarle la posibilidad, si tiene asegurado un trabajo del otro lado y si poseen altos niveles de educación y de calificación laboral...
W. Bush dice que esta es una «oportunidad histórica» para legalizar a los extranjeros. Los más sensatos analistas lo ven como la ejecución de las esperanzas de millares de familias.
Veamos entonces qué sacó a la luz el diario The New York Times con la historia de Sandra M. Kenley, un hecho que data del año 2005.
Sandra viajaba con su nietecita de un año; ahora, en los recuerdos, sus fotografías y la invitación a los funerales. Foto: New York Times
Sandra retornaba desde su natal Barbados a su casa en Estados Unidos, donde era residente legal desde hacia 30 años, cuando fue detenida en el aeropuerto Dulles por las autoridades migratorias. La mujer fue encerrada en una cárcel rural del estado de Virginia, y siete semanas después había muerto porque no recibió en todo ese lapso los medicamentos para su hipertensión, ni para el sangramiento uterino que padeció.El de Sandra no es un caso aislado. Desde 2004 han fallecido 62 inmigrantes bajo custodia de las autoridades estadounidenses, dice el periódico neoyorquino, cuando hasta ahora solo se conocía de 20 casos de ese tipo, y ninguna entidad gubernamental ha sido acusada de esos decesos ocurridos en cárceles de condados, prisiones privadas o instalaciones federales donde a diario pernoctan 27 500 personas que no son ciudadanos norteamericanos, mientras el gobierno decide —añadía el diario— adónde deportarlos.
«Secreto y confusión» son palabras empleadas por el New York Times sobre esas muertes en custodia, cuando anuncia ahora un incremento del escrutinio público sobre el escabroso tema de los abusos tras las rejas, y cuando la famosa ley a debate espera también aumentar en 20 000 las camas en esas instalaciones para los «ilegales».
Nadie pagará por la barbadense Sandra Kenley; por la cocinera coreana Young Sook Kim, quien tampoco obtuvo cuidados médicos en un centro de detención privado en Albuquerque; por el guineano Abdolulai Sall, taxista y mecánico en Washington durante 17 años, tampoco medicamentado en la barraca carcelaria de una granja en Virginia; o por el reverendo bautista haitiano Joseph Dantica, muerto esposado a una cama de hospital en el año 2005, luego que las autoridades federales en Miami confiscaron sus «ilegales» medicamentos.
Paradojas de la vida: todos ellos consideraban a EE.UU. la gran promesa y la democracia por excelencia...