Acuse de recibo
Desde Santa Cruz del Norte, provincia de Mayabeque, Lázaro Proenza Sedeño alertó aquí el 5 de julio de 2020, en plena pandemia de COVID-19, de un padecimiento muy agresivo y avanzado que sufre hace años: ictiosis laminar congénita, conocida comúnmente como la enfermedad del hombre pez, porque su cuerpo va cubriéndose de una escamosis.
Lázaro, quien reside en edificio 22A07, apto. 22, entre 22 y 26, en esa localidad, explicaba que, como resultado de su dolencia, él no suda ni regula la temperatura del cuerpo, la cual le sube sin límites al exponerse al sol, y pueden colapsarse los órganos internos; además de que puede fallecer por deshidratación en minutos. Es un caso social, jubilado por peritaje, y atiende a su madre, postrada por un accidente cerebrovascular.
Contó que desde diciembre de 2019 le subsidiaban el jabón Dalmer ozonizado para asearse, pues le asienta bien, ya que al eliminarle las infecciones por hongos, el dolor desaparece y mejora su existencia. Y el 3 de julio le informaron que ya la provincia había consumido la asignación de ese jabón en el año, y no distribuirían más hasta el próximo. Se lo localizaron en Bejucal, sitio al cual él no podía acceder, «si apenas puedo caminar una cuadra al sol», refería el paciente.
El 16 de julio de 2020, respondía aquí Elena Martínez Rodríguez, especialista en Información y Comunicación del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC), que los jabones de aceite de girasol ozonizados Dalmer que se comercializan en las farmacias son desarrollados y producidos por esa institución, la cual los vende a la Empresa Comercializadora de Medicamentos (Emcomed), a partir de las cantidades demandadas. Y la Emcomed los distribuye en la red de farmacias del país.
Indicaba que ese centro tenía capacidad productiva para responder a la demanda del producto; y que ya habían trasladado a Encomed la inconformidad con la ausencia de este en farmacias, por lo que recibieron una acertada respuesta para la solución del caso de Proenza. Esa misma semana le venderían al paciente 12 unidades de jabón correspondientes al mes de julio, y garantizarían, además, la sostenibilidad del tratamiento. Y planteó la disposición a atender cualquier otra inquietud sobre esos productos aun cuando, como en el caso de Lázaro, no fuera relacionada con limitaciones productivas, sino de distribución.
Y este redactor solo añadía: «Ahora toca a Emcomed precisar cuál es la problemática de la distribución de ese producto en el país». Mas Emcomed nunca respondió.
Pero Lázaro vuelve a escribirme: «No tengo piel, dice, en su lugar escamas que van creciendo unas sobre otras. No mueren ni se desprenden. Tengo que arrancarlas con una piedra filosa y esto me causa más heridas, dolor e infección constante. Tengo el cuerpo lleno de heridas sangrantes y mucho dolor siempre».
Refiere que trabajó desde los 17 años, hasta que la falta de tratamiento médico y de medicamentos idóneos me puso en estado grave por más de tres años. Confiesa que no pudo atenderse en el hospital Hermanos Ameijeiras, y en el Fajardo la atención no resultó. Y él conoce que el tratamiento para su enfermedad es a base de cremas hidratantes y retinoide sistémico Isotretinonina o neotigason.
«Para disimular mis heridas, confiesa, me unto una pasta hecha por mí de arroz cocinado con aceite de cocina y sal. He escrito a todos los niveles por más de 30 años, y siempre devuelven los escritos al municipio. Y aquí no solucionan ninguno de mis muchos y graves problemas. La dirección de la provincia y el municipio conocen mis problemas.
«En este momento que escribo mi pequeño apartamento está lleno de moho y hongo, porque se filtra cuando llueve y se nos rompe lo poco que tenemos. Vivo con mi mamá de 88 años, postrada hace cuatro años por accidente cerebrovascular. Y no tiene ni silla de ruedas y todo tipo de limitaciones por las barreras arquitectónicas en esas condiciones.
«Cuido y mantengo con vida a mi mamá careciendo hasta de lo mínimo indispensable. Somos dos viejos impedidos físicos y ante la ley no nos reconocen como tales. No me quieren pagar como cuidador de mamá y lo que nos pagan no nos alcanza ni para lo mínimo indispensable. Espero que por respeto a mi enfermedad y mi dolor por lo menos investiguen lo aquí escrito», concluye.
A todas luces, Lázaro y su mamá merecen una atención diferenciada, a todo corazón, de las autoridades municipales y las instituciones de Salud y sociales correspondientes.