Acuse de recibo
Siempre debe tenerse en cuenta el detalle de la excelencia. Lo digo al constatar historias como la que envía Nancy García Larrudet, vecina de calle 3ra. No. 446, apartamento 812, en el municipio capitalino de Plaza de la Revolución.
Cuenta Nancy que, tras una inversión que renovó toda su marquetería por la de aluminio blanco, tan hermosa, en la farmacia U-977 de Calzada y Paseo, solo se puede abrir una y la más estrecha de sus puertas de acceso. Las otras dos permanecen cerradas, sin posibilidad de abrirlas.
Y ello, en un país tropical, genera aún más calor y mucho malestar, tanto en los trabajadores de la farmacia, como en el público, que casi siempre tiene que permanecer de pie en la larga cola para adquirir los medicamentos. A estas alturas, a las puertas de marras no se les ha dado solución.
Refiere también Nancy que la referida farmacia estuvo cerrada durante unos cuatro meses por filtraciones que presentaba. Y gran cantidad de sus clientes, sobre todo ancianos, fueron trasladados a otras unidades con la consiguiente molestia, pues tenían que recorrer largas distancias.
Y después de todo ello, afirma, el trabajo que se hizo para suprimir las filtraciones parece que no tuvo la calidad necesaria. «Las filtraciones han vuelto a surgir para preocupación de los trabajadores de la farmacia y de sus clientes».
A la denuncia de Nancy habría que agregar: ¿qué entidades asumieron la ejecución de ambos trabajos y dejaron tales chapucerías? ¿Quién es la contraparte por la inversión, que no fiscalizó tales barbaridades y pagó en nombre del Estado por ellas? ¿Cómo se van a solucionar esos problemas? ¿Cuántos recursos se van a gastar de más?
Ojalá que arribaran a esta sección más historias edificantes entre tantos problemas. Pero cada vez que llegan, hay que propalarlas, porque la vida no es solo un suplicio. Hay mucho bien silencioso que requiere difundirse.
Mercedes Cervantes Díaz-Páez (calle 39, edificio 281, apto. E, entre Colón y Tulipán, Nuevo Vedado, La Habana) cuenta que el pasado 9 de octubre partió de viaje en ferrocarril desde Santiago de Cuba a La Habana. Y aproximadamente a las 11 de la noche comenzó a sentirse muy mal.
Tenía la lengua hinchada y casi no podía tragar. Hablaba con dificultad. Evidentemente padecía una intoxicación. Habló como pudo con la ferromoza del tren. Le explicó que debía quedarse en Matanzas, la ciudad más cercana en el trayecto. Y el jefe del tren insistió en que le enviaran una ambulancia urgente, para que llevaran a Mercedes al hospital provincial Faustino Pérez.
«El comportamiento de ellos fue magnífico —afirma—, estuvieron conmigo hasta que monté en la ambulancia. Los médicos y enfermeras del hospital también se portaron excelentemente bien».
El siguiente día fue 10 de octubre y feriado. Y apenas había transporte en la ciudad de Matanzas. A las 6:20 p.m. le dieron de alta en el hospital, y Mercedes les rogó a los médicos que la ayudaran para trasladarse a la terminal de ómnibus, pues no conocía a nadie en esa ciudad.
Los médicos solicitaron un carro patrullero, que la trasladó a la terminal, con un remitido explicando su situación para que priorizaran su salida hacia La Habana en el primer ómnibus que partiera. Y así fue.
Al otro día Mercedes recibió en su casa una llamada de la ferromoza del coche 5 del tren, en el cual ella viajó. La llamó para saber cómo había seguido su estado de salud.
«Desdichadamente —refiere— no tomé los nombres de todos esos magníficos compañeros. Les doy infinitas gracias por todo lo que hicieron por mí. Ejemplos como este debieran ser la constante en diferentes situaciones en el bregar diario de la vía», concluye Mercedes.