Acuse de recibo
En Mariana de Caujerí, municipio guantanamero de San Antonio del Sur, Delvis Alba Columbiet trabajó duro en el surco para reunir los 895 CUC que costó un refrigerador en la unidad Facilidades, de la Cadena de Tiendas Caribe, en la capital provincial. Y a los 11 meses, aún en garantía, el equipo falló.
Lo reportó al taller indicado, en Los Maceo esquina a Aguilera, en Guantánamo. Se llevaron el «frío», y 15 días después lo trajeron, supuestamente arreglado. Pero a los cinco días, presentó otro desperfecto. Y esta vez planteó que ya no lo quería: o lo cambiaban, o le devolvían su dinero. «Son incontables las veces que he ido a esa oficina, dice, y siempre me dicen lo mismo: Estamos tramitando el caso. ¿Cuánto tiempo necesitan para eso?», cuestiona.
Ante tanta demora, recurrió a la División Territorial de la Cadena en Santiago de Cuba y a la Dirección Nacional. En la primera, le dijeron que si no aceptaba el equipo, perdería el derecho. Y en la segunda, por vía telefónica el 17 de septiembre, que debía ir personalmente para emitir la queja.
«Es abuso y falta de respeto, sostiene. A los dos años, cuando debía estar solucionado el problema, ¿por qué debo ir a La Habana si compré el frío en Guantánamo? ¿Qué objetivo cumple esa oficina en la provincia, si no es capaz de resolver los problemas de los clientes? ¿Qué compré, un frío o un problema?
«El equipo está en el taller desde abril de 2017 y lo que he recibido es peloteo y maltrato. Estoy reclamando el derecho a mi dinero, que bastante sacrificio me costó. Ya no sé qué hacer, he agotado los recursos y nada he resuelto», concluye.
Daylín Teuntor Salas, de 26 años y licenciada en Ingeniería Agronómica en la Universidad de Oriente, en el 2015, fue ubicada para hacer su servicio social y adiestramiento en el Centro Nacional de Electromagnetismo Aplicado, donde le explicaron que tras cumplir ese período en tres años, quedaría vacante por no tener allí respaldo de plaza.
Pasó dicho tiempo. Le entregaron su expediente laboral con todo, para que por sí misma buscara empleo. Desde inicios de septiembre lo ha buscado en la Empresa de Acopio Provincial, Tabacuba, Empresa Agroforestal Gran Piedra-Baconao, Delegación Municipal de la Agricultura, Unidad Empresarial de Base Frutas Selectas, Empresa de Suministros Agropecuarios, sede provincial de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños y Empresa Agropecuaria Caney. Y en todas le dicen que no hay plaza: por reducción de plantilla, o porque los adiestrados ocupan las mismas y tienen prioridad.
Tras escribir al Partido provincial, la citaron a la Dirección Municipal de Trabajo y Seguridad Social, donde le informaron que solo había plazas de auxiliar de limpieza, custodio, albañil y electricista. Nada afín con su especialidad.
«¿De qué me sirven los años de estudios y la experiencia en mi servicio social, si con la capacidad física y mental para trabajar y la voluntad de hacerlo, se me niega el empleo en todas esas entidades? ¿Cómo es posible cuando actualmente la producción de alimentos es prioridad?», cuestiona Daylín desde su casa, en Calle 9, No. 18, entre 4ta. y 6ta., en el reparto Asunción, de Santiago de Cuba.
Gloria Rodríguez Morejón (Gervasio 525 B e/ Zanja y Salud, Centro Habana) no notó que su monedero cayó al asfalto cuando abordó un carro frente a Galerías Paseo, en la capital. Y al descubrir la ausencia, retornó al sitio. No era para menos: carnés, tarjetas y dinero… Preguntó al parqueador y a personas que estaban por allí. Nada. En su desesperación, revisó hasta los contenedores de basura. Nada.
Fue a la tienda, y una dependienta le dijo que un joven había preguntado allí si a alguien se le había extraviado la cartera, pues él la había encontrado y la tenía en su poder. Gloria buscó inútilmente al muchacho por los alrededores… Resignada ya, la localizaron por teléfono. Al responder, del lado de allá una suave voz le dijo: Gloria, es el muchacho que se encontró su cartera; en 40 minutos llego a mi casa, y la llamo para que la recoja…
Al fin se encontraron. El joven y su esposa le entregaron la cartera con todo adentro. Conmovida, Gloria estalló en sollozos. Era un hallazgo el gesto, entre tanta tentación del dinero. Y con la emoción y los agradecimientos no reparó en preguntarle el nombre.
«No sé cómo se llama ese ángel, anota. Después de llegar a casa y calmarme, mi esposo le envió un mensaje a su celular, agradeciéndole una vez más, pues nos parecía poco comparado con lo que hizo. Y él respondió: Deséenme mucha salud para mí y mi familia, es lo que nos hace falta».