Acuse de recibo
Las medidas burocráticas muchas veces limitan la voluntad y la disposición de los seres humanos, sin analizar cómo las excepciones pueden confirmar la regla de otra manera.
Ana Beatriz Peña Naranjo (Callejón de los Padres, edificio 30, apto. 12, entre Candelaria y Final, Guanabacoa, La Habana) se graduó en 2013 de Licenciatura en Estudios Socioculturales. Supo que en la secundaria básica Osvaldo Zamora, de la localidad, había una plaza vacante de instructora de arte, y se interesó por ella.
La directora del centro se animó con la disposición de Ana Beatriz, pues así su claustro de profesores estaría completo. La envió a ver a la metodóloga de la asignatura Educación Artística.
Con la metodóloga, Ana Beatriz accedió a la jefa de Recursos Humanos, quien le informó que no le podía hacer el contrato porque ella no era instructora de arte graduada, como está establecido. Solo los instructores de arte que han abandonado Educación tienen el derecho de contratarse. Y son muchos los que han abandonado las tareas docentes.
Ana Beatriz le comunicó la situación a la directora de la escuela, que la esperaba. Esta fue a la Dirección Municipal de Educación y le dieron la misma respuesta. Tramitó con Recursos Humanos de la Dirección Provincial de Educación, y le dieron la misma respuesta.
Ana Beatriz estudió una carrera universitaria que tiene convergencias con la de Instructor de Arte, y posee sensibilidad hacia el teatro, el cine, la música, la literatura y la cultura cubana. Pero no puede transmitir sus conocimientos por un acápite y un requisito meramente burocráticos. Ni siquiera tiene la oportunidad de que, con flexibilidad, le hagan una prueba de suficiencia.
«Considero muy injusto que no pueda ocupar la plaza, contando con la preparación necesaria para impartir clases, además, con una carrera tan afín con la asignatura, dominando lo elemental para transmitirles a los alumnos, que son los que van a carecer de los conocimientos del arte y la cultura en general», concluye la remitente.
Y uno se pregunta si ante el déficit de docentes se ha recurrido a estudiantes universitarios y otros profesionales para completar las necesidades de las aulas, por qué a un graduado universitario, con especialidad afín, sensibilidad y disposición para la enseñanza artística, no se le permite sustituir a un instructor de arte.
Marisela Real Hernández (Calle Serrano 661, entre Correa y Encarnación, Santos Suárez, La Habana) relata que en mayo de 2016 su padre de 87 años fue atendido en el Instituto de Nefrología Abelardo Buch, del Hospital Clínico Quirúrgico de 26.
Ha pasado el tiempo, pero ella, consciente de que los cubanos somos muy críticos a la hora de exigir, valora altamente las 48 horas que su padre estuvo internado en esa institución.
Convencida de que puede olvidar a algunos, recuerda «al personal de enfermería, a los camilleros y al doctor Raudel, un ángel que bajó del cielo, así como a Octavio, Yoan, Aimara, José Luis, Susel, el personal del Banco de Sangre, los anestesistas...
«Aun cuando mi padre estaba muriendo —refiere—, ellos fueron tan delicados, que hacían lo imposible. Y siempre había palabras dulces, como “Él está malito”, “Vamos a ver si tiene otra oportunidad”. Nunca me dijeron que se estaba muriendo, ni me dieron falsas esperanzas, pero lucharon y sé que hicieron más de lo que podían.
«Lo más importante en momentos difíciles es una mano y un gran corazón apoyados en tu hombro, el valor de una sonrisa, la palabra más dura dicha con respeto y dulzura. De nada vale tener un título, vestir una bata blanca, si no hay un corazón puro».