Acuse de recibo
A fuerza de revelar aquí desplantes, engaños y maltratos, uno repara en que el mal es por lo general altisonante y se hace sentir sobremanera, mientras que el bien es silencioso y discreto. Por eso es tan saludable constatar que todos los días las personas buenas y cumplidoras con el prójimo salen a la calle y se cuelan en nuestras vidas, sin pedir nada a cambio.
Yanisleydi Brito Zayas (Morris 19, entre Silvia y Pasaje A, reparto Trinidad, Arroyo Naranjo, La Habana) escribe en medio del dolor, porque el 1ro. de febrero pasado perdió a su padre, Alfredo Brito Ordóñez. «Nunca estamos preparados para eso, pero desgraciadamente ese es el curso natural de la vida», señala.
Y quiere transmitirle el agradecimiento de toda la familia al personal médico del hospital Salvador Allende (La Covadonga), en la capital.
Reconoce todo lo que hicieron por la vida de su padre los cirujanos Aquiles y Lily y el resto del equipo médico, los enfermeros David y Lázara, los doctores Dava, Myladis, Raisa y Chicho, los camilleros Mayito y Yoandris; y Barbarita, que desde el exterior, cumpliendo una misión de colaboración, nunca dejó de preocuparse por Alfredo.
La hija desea extender su gratitud y reconocimiento a los vecinos del Cerro, Fraternidad y La Güinera, por el apoyo moral que les dieron, como lo sabe hacer el cubano en los momentos difíciles, «a quienes de una manera u otra aportaron su grano de arena para salvarle la vida».
A Yanisleydi y su familia, mi acompañamiento. Solo los agradecidos son capaces de sopesar la generosidad ajena, por encima del dolor.
Y José Mayo García, desde algún rincón de la capital, escribe para reconocer la honestidad del cartero de su zona, Reinaldo Díaz Tejada, perteneciente al correo de Santa Catalina y Juan Delgado, Zona 5 de 10 de Octubre.
La razón: La tía de José, una señora de 86 años, le pagó al cartero Reinaldo el importe del teléfono, que era de 35 pesos. Para ello le entregó al mismo un billete de cien CUC, pensando que era de 100 CUP. Y Reinaldo, lejos de aprovecharse de la confusión de la anciana, le devolvió el billete y le explicó el error que cometía.
Ojalá en el correo donde labora Reinaldo le reconozcan la honradez y la decencia, esa que les falta a ciertos desalmados.
Desde Calle 1ra., detrás del Tribunal Municipal de Calixto, en Majibacoa, Las Tunas, Mirba Morales, de 52 años de edad y 27 de esos como maestra, se pregunta por qué, si lo ha dado todo, ahora que necesita de la sociedad que ha contribuido a construir se le niega el respaldo.
Cuenta ella que vivió en la comunidad La Quinta, en un medio básico de Educación, donde se le encomendó la misión de conducir una escuela rural multigrado. Pero en enero de 2009 sufrió un infarto cerebral y coronario. En el Instituto Cardiovascular de la capital se le hizo una operación de válvula mitral, con la consiguiente rehabilitación posterior por hemiparesia izquierda.
Al retornar de La Habana, e imposibilitada de continuar como maestra, tuvo que ceder el medio básico a la profesora que le sustituiría. Y con diagnóstico de estenosis mitral severa, fiebre reumática, hipertensión pulmonar y hemiparesia izquierda, fue jubilada por peritaje.
Se trasladó a un terreno que le donaron cerca del policlínico. Pero por su difícil situación económica, solo pudo levantar un ranchito o bohío de madera y fibra, en muy malas condiciones.
Fue a la Dirección Municipal de Educación a ver qué podían hacer por ella, ya que a ese sector le había dedicado su vida. Y le dijeron que no tenían nada.
Junto a su pareja, un campesino de 70 años y ya enfermo, solicitó a las autoridades municipales en agosto de 2013 un subsidio para construir. Nada más supo, hasta que en febrero de 2014 la visitaron y le solicitaron datos.
Mirba se personó en el Poder Popular y le dijeron que analizarían su caso. Más tarde fue la trabajadora social a llenar el expediente, que estaba en blanco. Le decían que estaba aprobado el subsidio, y en noviembre de 2014 concluyeron que no había posibilidades de subsidio.
«Quisiera que se analice mi caso, y me den aunque sea una respuesta con aliento. No pierdo las esperanzas. Sé que mi corazón alcanzará a esperar esa respuesta, aunque a veces creo que voy a recaer sin importarle a nadie», concluye Mirba.