Acuse de recibo
Un algo se interpone —como reza el antológico bolero— para que el arquitecto jubilado Manuel J. Becherán Almaguer deje el somnoliento sillón allá en su hogar, en calle 14 No. 57, entre Maceo y Libertad, El Llano, en la ciudad de Holguín, y pueda aportar en labores constructivas su caudal acumulado de experiencias, conocimientos técnicos y destrezas.
Manuel escribe por acuerdo unánime de los miembros de la sección de base 50 de la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (UNAICC) en esa provincia, integrada por profesionales jubilados como él. Y porque la situación ha sido planteada por diversos canales, sin que hasta ahora hayan tenido respuesta alguna.
Él comienza con los «por cuanto» para llegar a la «resolución» de la demanda:
Los veteranos de esa sección de base de la UNAICC, muchos con 30, 40 y hasta 50 años de experiencia en ese sector, han contribuido significativamente al desarrollo urbanístico y constructivo de la provincia. «No hay una sola obra de importancia en nuestro territorio ejecutada en los últimos 50 años que no esté representada en este colectivo», así presenta credenciales.
Acto seguido, Manuel señala que, como bien se conoce, no pocos profesionales jubilados complementan los ingresos provenientes de su pensión con los obtenidos a partir de la realización de actividades por cuenta propia, con lo cual equilibran sus presupuestos personales y no constituyen una carga para sus familiares.
Estas actividades aprobadas como parte del auge del trabajo no estatal —agrega— no guardan relación alguna con la actividad a la que han consagrado parte de sus vidas. Son labores que, por lo general, no requieren preparación técnica, «con lo cual se desperdicia o se pierde ese volumen de experiencias y conocimientos», enfatiza.
Y el lector llega ya a los cimientos de su exposición cuando añade que antes podían realizar actividad como proyectistas, por ejemplo, labor que los retribuía a ellos y a la UNAICC; pero hasta donde él y sus compañeros tienen conocimiento, esa posibilidad se eliminó de manera general, sin que se tuviese en cuenta la edad y el tiempo que han laborado, y la manera en que han resarcido a la sociedad por los gastos ocasionados en su formación, situación que podría resolverse si se incluyera esta ocupación entre las actividades por cuenta propia aprobadas.
«El talento de todos estos profesionales jubilados —insiste— serviría para asumir trabajos técnicos particulares en el hogar, que permitirían resolver muchos problemas y, por ende, no constituiríamos carga para nadie y elevaríamos nuestra autoestima, al sentirnos útiles».
Seguidamente, Manuel lanza una interrogante que hace pensar: «¿Tendrá acaso alguna lógica que se pierda ese caudal de conocimientos y experiencias acumuladas, cuando ese trabajador termina su vida laboral y aún puede ser útil a la sociedad?». Y solicita que se valore la posibilidad de revertir esa situación.
Agosto se presenta nauseabundo y tirante para María Teresa Florencia García, una jubilada con 77 años y problemas de locomoción, allá en Martí No. 259, entre Bécquer y Calvo, en Guanabacoa, en la capital.
Ya no sabe qué hacer ni a quién llamar, extrayendo aguas albañales que penetran en su hogar. Y qué decir de la fetidez permanente. Todo lo ocasiona una tupición de la alcantarilla frente a su casa, y las aguas sucias penetran por el registro del baño.
María Teresa reportó la rotura desde un principio a Acueducto y Alcantarillado de Guanabacoa, sito en La Hata. «Esto es algo increíble. Hoy 21 de agosto me informaron que ya se comunicaron con la base de los camiones, pero carecen de combustible».
La señora no puede entender que no se procure una solución para un problema tan delicado. Tampoco yo entendería la respuesta de quien atendió a la lectora si mi casa se inundara de aguas albañales por una rotura en el alcantarillado. Mientras tanto, pregunta María Teresa: «¿Qué debo hacer? No tengo nervios ya cuando empieza a anunciarse la lluvia, ni economía para la compra de cloro, detergente ni aromatizante».