Acuse de recibo
El 5 de febrero pasado Raúl Quintana Suárez (San Joaquín No. 81, apto. 4, esquina a Universidad, Cerro, La Habana) se dispuso a cumplir un empeño sobrecogedoramente triste, en el Cementerio de Colón. Auxiliado de operarios de la necrópolis, abrió la bóveda familiar de sus antepasados para exhumar los restos de su madre y depositarlos en el osario de ese sitio sagrado, junto a las cenizas de su padre.
Apenas puede evocar Quintana lo que sintió, al detectar que habían sido profanados los restos de sus familiares, entre ellos también abuelos, tíos y primos: las urnas estaban todas rotas, y yacían regados los restos. La pequeña caja, con las cenizas de su padre, había desaparecido…
Los restos se recogieron y concentraron juntos en tres urnas que le proporcionaron los empleados del cementerio que lo auxiliaron, quienes le orientaron dirigirse a la dirección del camposanto. Allí, Quintana denunció la situación ante un funcionario de Atención a la Población de la necrópolis llamado Orlando. Y le alertó de que, a poca distancia de su bóveda, había en el suelo huesos humanos…
Se levantó un acta con la queja y todas las generales. Y Orlando, según cuenta Quintana, le manifestó que se han detectado personas que se dedican a registrar los osarios buscando objetos o prendas de valor, y se ha informado a las instancias correspondientes. Pero, según le dijo Orlando, el Código Penal cubano no prescribe el delito de profanación.
Solo cuatro días después del triste hallazgo, exactamente el 9 de febrero, Celia Ferreiro Ouro se dispuso a situar flores en el osario que guarda los restos de su madre, María Ouro García. Y al llegar, observó que la tapa del osario estaba corrida y la jardinera estaba desplazada…
Celia se dirigió a la puerta más cercana (la de la Avenida Colón) a buscar a un agente de Sepsa. Este, solícito, se comunicó con las oficinas, y enseguida vino otro custodio, quien junto a Celia comprobó, al mover totalmente la tapa, que el osario había sido violentado. Y habían sustraído los restos de seis familiares de sus respectivas cajas.
Del dolor y la indignación Celia no podía ni hacer la denuncia. Se le avisó a su hija, Odalys Dosil Ferreiro, quien llegó con el título de propiedad del osario, y pidió hablar con el administrador del cementerio y el responsable de Sepsa allí.
Habló con ambos funcionarios y con el encargado de recoger la denuncia, a quien identificó como Luis Orlando González. Este —afirma Odalys— les explicó que en meses anteriores habían detenido dentro del cementerio a cuatro sospechosos de ese tipo de profanaciones; pero no pudieron ser procesados en los tribunales, pues esos hechos no están tipificados en el Código Penal cubano.
Pero Odalys se leyó el Código Penal. Y, aunque no está prevista la profanación, sí descubrió que lo están las exhumaciones ilegales, en el artículo 188: «El que, sin cumplir las formalidades legales, realice o haga realizar una exhumación o traslado de un cadáver, o de restos humanos, incurre en sanción de privación de libertad de tres meses a un año o multa de cien a 300 cuotas».
Asegura Odalys que «no era solo en nuestro osario donde se observaban signos de alteración, sino en unos cuantos más alrededor, incluidos panteones; pues se veían huesos regados y cajas de restos rotas. Incluso las tapas de algunas de las cajas de restos tiradas en los alrededores, mostraban signos de que los infractores trataron de borrar los datos de los exhumados —por lo que pude observar a simple vista— con paños húmedos enfangados o algo similar».
Odalys quedó muy complacida del respeto y la atención que les depararon. Ahora, en su hogar en Protestante No. 72, apto 5, entre 1ra. y 2da., reparto La Dionisia, Plaza, La Habana, ella espera por la respuesta prometida; aunque sabe que para acusar a alguien se necesitan pruebas.
«Quizá mi caso no tenga remedio —refiere— y no sepamos jamás adónde fueron a parar los restos de nuestros familiares. Quisiera que esta carta sirviera para hacer un llamado de alerta sobre personas inescrupulosas que dentro del cementerio se dedican a delinquir con cosas tan sagradas, y por otro lado denunciar el desconocimiento de hasta dónde pueden ser penalizados dichos delitos».
Este redactor conoce de primera mano cuánto se ha hecho por rescatar el orden, la disciplina y el respeto por el patrimonio del cementerio de Colón. Con más razón, ahora urgen respuestas contundentes y sistemáticas a estas fisuras que vuelven a aparecer. Ni los vivos ni los muertos merecen tales escarnios.