Acuse de recibo
La marea de los problemas amenaza una y otra vez con subir cuando estos no se erradican de raíz, y solo se buscan remiendos al paso. Eso es lo que sucede en el barrio donde vive Rebeca Valdés Verdura, vecina de Hospital No. 116, entre Alemán y Río, en la ciudad de Santa Clara.
Cuenta ella que los vecinos en esa cuadra y los de Alemán, entre las calles Hospital y Alejandro Oms, llevan años sufriendo las aguas albañales que, procedentes de la ciudadela La Chiruza, asaltan esa zona. Al existir una persistente tupición en la tubería, los detritus brotan constantemente por el registro de más de seis viviendas.
Hace un año, señala, Acueducto hizo una inversión en la zona utilizando una tubería muy estrecha, la cual no era la adecuada, pues ahí van a parar las aguas residuales de La Chiruza. Y para colmo, cuando acometieron tal reparación, el registro quedó por debajo del nivel de la calle. Luego, cuando Viales asfaltó la calle Alemán, selló el registro sin tener en cuenta lo necesario que era el mismo en caso de tupiciones, tan frecuentes y reiteradas a lo largo de los años en este lugar.
«Cada vez que vienen los funcionarios de Acueducto y Alcantarillado, resuelven por un día o por horas. Al otro día continúa el vertimiento. Hoy nos duele ver cómo el Estado invierte tantos recursos, que al ser mal utilizados, lejos de solucionar un problema crean otro peor. Esperamos que Acueducto ponga punto final a esta peligrosa situación, que pone a los vecinos en riesgo de contraer múltiples enfermedades por estas pésimas condiciones higiénicas», concluye.
Conocedor de que el cubano es de por sí generoso, Pedro Adrián Báez (Calle F No. 7, Senado, Camagüey) escribe, por si alguien es capaz de ayudarle, con la resolución de un hijo que ve sufrir a su anciana madre.
Explica Pedro que la señora necesita, para la cura de una úlcera por compresión, de un medicamento que en ocasiones llega por donación: Granulex (spray) u otro similar.
Como quizá alguien lo tenga y no lo necesite en este instante, el hijo confía en que de esa manera podrá sanar la pena de su vieja, que ya le ha creado a él úlceras de impaciencia en el alma.
Pedro Adrián agradece de antemano a esa buena persona que pueda contribuir a la sanación de la anciana.
Maribel Batista (Pasaje 18, No. 7, apto. 1, entre Lagueruela y San Miguel, Sevillano, La Habana) envió el pasado 17 de diciembre, por ferrocarril, un paquete de diez kilogramos para su familia en la ciudad de Holguín, con el número 23554.
Cuando la familia lo abrió allá en Holguín, constató que faltaban cuatro artículos, según la lista que iba dentro del bulto: un pomo de aceite, dos jabones de tocador y un par de sandalias de niña.
Maribel fue al Departamento de Reclamaciones en la Estación Central de Ferrocarriles de La Habana, y allí le explicaron que debía hacerse por Holguín el trámite, aunque no avanzaría, pues el emisor no había declarado el contenido del envío al imponerlo.
La señora se comunicó con quienes atienden el Expreso ferroviario en Holguín, y allí le dijeron que el paquete había llegado con nueve kilogramos. Ella cuestionó por qué lo habían recibido así, y le respondieron que todas las pesas no eran iguales y, además, no podían retornarlo a La Habana.
El funcionario también le comunicó que él tenía una próxima reunión en La Habana, y lo iba a plantear, pero le aclaró que había perdido el derecho a reclamar, por no haber declarado el contenido del paquete al imponerlo.
Maribel, y quien lea esta historia, deducirán que en lo adelante no deberán enviar un paquete por ferrocarril a la incertidumbre de manos intrusas, si no declara antes el contenido que respalda cualquier reclamación posterior.
Pero, aun así, ello tampoco justifica que un vil ratero —vaya a saber en qué eslabón de la cadena— se ampare en tales requerimientos técnicos para medrar a costa del bolsillo ajeno, y humillar a un cubano con sus bandoleras y anónimas manos, esas que manchan el respeto por un servicio expreso de carga.