Acuse de recibo
Madre al fin, Marinelys Tapia (Santos 9512 A, San Francisco de Paula, La Habana) se sacrificó durante meses, para celebrarle los 15 a su hija Eliety Interian Tapia, en una casa en la playa por un fin de semana.
En la agencia de Islazul que radica en Guanabo hizo la reservación por dos noches, y al precio de 60 CUC. El 28 de octubre en la tarde la familia llegó ilusionada a la casa marcada con el número 758 de la Zona 11 de Boca Ciega. Y ahí comenzó la odisea…
La empleada les dijo que la balita de gas tenía el combustible necesario para el fin de semana. Y cuando se retiró la misma, comprobaron que estaba vacía. Instantes después, constataron que no había agua ni en los tanques ni en las tuberías. Fueron a la Zona a reportarlo, y allí se limitaron a decirles lo que debían hacer para abrir las dos llaves de paso. En ningún momento comprobaron si ya habían resuelto el problema.
Como si fuera poco, en la casa sufrieron descargas eléctricas al tocar cualquiera de los componentes metálicos (cerca, llaves de agua, duchas) y hasta el agua que salía por las pilas daba «corrientazos».
Al encender el motor del agua, el mismo tenía un gran salidero por la empaquetadura del eje. Anegaba el piso de la cocina, empapaba a las personas frente al fregadero y hasta a una distancia de metro y medio.
La familia se vio precisada a comprarle 40 litros de agua, a 20 pesos, a un particular; porque no se les informó de la obligación de la Zona de suministrarles dicho líquido, afirma Marinelys.
Asegura que fueron percatándose poco a poco de otras anomalías: una colonia de garrapatas caminando por los rodapiés y las camas de las habitaciones, el desagüe de la ducha del baño principal completamente tupido, al extremo de no poderse utilizar. El garaje inhabilitado, y el carro de la familia tuvo que «dormir» en la calle.
Una familiar que vive en Guanabo trató de localizarlos el sábado en la mañana, y se dirigió a la Zona. Allí le plantearon que no había nadie con el nombre de Marinelys en las reservaciones registradas. Y le dieron el número de teléfono para que llamara más tarde a ver si la habían localizado.
«Por todo lo antes expuesto, subraya, el jefe de Mantenimiento nos planteó que la opción era cambiarnos de casa (era sábado por la tarde y salíamos el domingo a las 10:00 a.m.), con todas las molestias que ello implicaba y bajo la lluvia; acortando aún más nuestro tiempo de disfrute, si se puede llamar así a la odisea vivida».
Con toda la autoridad que le dio el disgusto y la desatención, Marinelys se pregunta «si no somos capaces de prevenir tan pésimas condiciones de los inmuebles y tan mala atención a los clientes. Por eso perdemos turismo nacional e internacional, y por ende ingresos al presupuesto del Estado».
Olga Amador (Lagunas 16, Centro Habana, La Habana) agradece el esmero, profesionalidad, ética y humanismo del colectivo del Centro Nacional de Cirugía de Mínimo Acceso, sito en el hospital Luis de la Puente Uceda, de la capital; y en especial al cirujano, doctor Rafael Torres Peña.
Refiere que su mamá de 86 años fue atendida allí, y durante varias semanas visitó el hospital y observó detenidamente cuanto detalle pasaba frente a sus ojos.
Ella destaca el exquisito trato y la amabilidad que impera en ese centro asistencial, «pues en ocasiones hay sitios que exhiben muchas distinciones y banderas, pero les falta lo más importante: el respeto al prójimo».
Manifiesta Olga que aunque le paguen un salario y algunos digan que es su deber, «ese extra de amor y dedicación es merecedor de reconocimiento público. Es digno de imitar, pues a esos centros se va en busca de alivio. Y, desgraciadamente, a veces ese extra que todos tenemos y que no cuesta nada, está totalmente ausente».