Acuse de recibo
Con una incierta esperanza me escribe Ada Ruiz Pérez, cerradas sus ventanas ante el hedor y el detritus que desborda una fosa rebelde al pie de su hogar, hace ya más de un mes.
Sí, porque una descontrolada invasión de heces escolta por detrás su apartamento en bajos, el número 5 del edificio marcado con el 17817, entre 178 y 184, en el reparto capitalino de Mulgoba. Y nada ha sucedido, como si ello fuera rutinario y aceptable…
Parece que no solo la Historia de la humanidad se repite en espiral, sino también las diminutas desgracias cotidianas; porque Ada me recuerda en su carta que ya hace unos años sufrieron el mismo percance, aletargado ante la morosidad de quienes debían enfrentarlo institucionalmente… hasta que ella escribiera a esta columna, se revelara y… ¡zas!, se resolviera.
Ahora las sucias emanaciones se han extendido a apartamentos colindantes. Hedor, insectos revoloteando… vivir con todo cerrado en estos días agotadores de sol y sudor…
«Todo comenzó por el desbordamiento de la fosa en un apartamento vecino, refiere. Pareció que los compañeros que allí se personaron resolvieron con eficacia el problema, pero en realidad no hicieron otra cosa que trasladarlo de lugar.
«Mi esposo ha realizado varias gestiones infructuosas, desde presentarse en la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda hasta el Gobierno municipal, donde se le comunicó que se tramitaría el problema. Incluso, hace poco tiempo estuvo en casa un funcionario (no se precisa de qué organismo), y advirtió que sería imposible destupir la fosa antes de 35 días. Y no estamos en condiciones de esperar tanto. Vivimos junto a un foco de contaminación, y lo peor es que en mi casa habitan dos niñas, una de 13 años y otra de apenas 11 meses. Estamos muy preocupados.
«Hemos recibido la visita de algún que otro compañero interesado por el caso, pero eso a fin de cuentas no resuelve nuestra situación. Agradecemos sus buenas intenciones, pero lo que requerimos es una ayuda concreta. Ojalá su sección pueda ayudarnos nuevamente, antes de que la infección haga de las suyas y tengamos que lamentar las consecuencias».
¿No podrá cortarse el mal de raíz, para que no retorne otro día?
Xiomara Caune Brooks se la jugó. Sin conocer a nadie, se arriesgó a viajar a La Habana, apenas con el recorte del periódico Juventud Rebelde que reflejaba el tratamiento que ofrece el equipo de Medicina Nuclear encabezado por el doctor Enrique García Rodríguez, en el Hospital Enrique Cabrera (Nacional), mediante el medicamento denominado P-32.
«Doctor, lo busca una santiaguera»; esa fue su credencial, sin recomendaciones ni padrinazgos. Le avalaba solo el sufrimiento de ocho meses con una sinovitis crónica en la rodilla derecha. ¿Qué hubiera sucedido si el doctor Enrique la hubiera soslayado, con el argumento de que «este no es el hospital que le corresponde», o cualquier artilugio para quitársela de adelante?
Pero no, el buen médico no entiende de procedimientos burocráticos ni olvidos. Xiomara ingresó, y en abril le fue aplicado el tratamiento. Ya en fase de recuperación me escribe para agradecer la profesionalidad y el cariño con que fue atendida por todo el colectivo.
Pero en su estancia en la capital tuvo otro hallazgo. Como el tratamiento era ambulatorio, y sin familiares ni contactos en la capital, logró que la hospedaran en el Hotel Ferroviario Villa Clara, donde descansan las tripulaciones ferroviarias a su llegada a la ciudad.
«Me abrieron las puertas, y desde el primer día encontré la comprensión de la directora, Obelaine. Y con los días, tuve una familia entre sus trabajadores, tanto los de servicio como las camareras, especialmente Ibis, Ana Iris y Liset; las lavanderas Lourdes y Mercedes, carpeteros, custodios… Todo el personal del hotel me tendió una mano sin conocerme, para que pudiera recuperarme».
Ambos colectivos hacen gala de lo mejor del cubano. Ese es el país que necesitamos y queremos todos los días.