Acuse de recibo
Quien brinda un servicio debe apertrecharse de las necesarias explicaciones e informaciones al ciudadano, cuando cualquier aspecto de su gestión varíe, máxime si afecta a los clientes. Es una obviedad, casi que una verdad de Perogrullo… pero no para ciertas entidades.
Lourdes Margarita Machado (Edificio 1, apto. 10, reparto Bonachea, Santa Clara) cuenta que en el correo central de esa ciudad se prestaba un servicio de mensajería para los colaboradores cubanos en Venezuela. Era una especie de telegrama breve, pero de esa forma ella se comunicaba tres veces a la semana con su esposo, que cumple misión en ese hermano país.
Y el 6 de abril Lourdes fue a utilizar el servicio, cuando le comunicaron sucintamente que estaba suspendido, sin explicarle por qué.
Ella quiere saber si son razones económico-financieras las que fundamentan tal decisión. «¿Es tanto gasto para nuestro país prestar ese servicio? Quisiera de todo corazón una respuesta convincente», señala Lourdes Margarita.
No menos extrañada está María Esther Castellanos, residente en calle 65 No. 2625, apto. 5, entre 26-A y 28, reparto Torriente, Cotorro, La Habana.
El pasado 19 de abril, María Esther se presentó en las oficinas de la Aduana General de la República que radican en la calle Lombillo, muy cerca de la Calzada de Rancho Boyeros, en la capital, para recoger dos paquetes que le enviara su hija, la cual vive en el exterior.
Los bultos pesaban 9,78 y 8,86 kilogramos. Y tradicionalmente los paquetes que la hija le envía andan por ese rango de peso. Nunca llegan a los diez kilogramos, y siempre ha pagado por ellos entre 130 y 135 pesos.
Pues esta vez, sin ninguna explicación, le dijeron que debía desembolsar 151,65 pesos por cada bulto. Ella preguntó la razón, y el empleado que la atendió no sabía el porqué. «Necesito saber si eso es un recargo o una alteración de precios», manifiesta María Esther.
Explicar e informar es respetar.
Pablo Fariñas (Flores 328 altos, entre Estévez y Matadero, Cerro, La Habana) es un hombre afortunado. Está hoy contando su historia, un verdadero duelo con el más allá, del cual uno retorna con más ganas de vivir.
Él sabe muy bien quiénes fueron los justicieros que le pusieron freno a la Parca, cuando en febrero pasado llegó muy grave, víctima de un infarto agudo del miocardio, al hospital docente Salvador Allende, del Cerro, en la capital.
La salvación fue en la Unidad de Cuidados Intensivos de ese centro asistencial. Los «gladiadores» fueron los médicos, enfermeros y demás trabajadores de la misma. Y hoy el hombre feliz quiere agradecer y reconocer públicamente a todos ellos, y en especial al doctor Luis Alberto Candales, especialista de Segundo Grado en Medicina Intensiva y profesor, por la humana, profesional y solidaria atención que brindaron a su persona y a su familia.
«Mi estado era muy grave —precisa— y gracias al empeño, dedicación y rapidez con que fui atendido, pude salvar la vida. El doctor Candales, los enfermeros y enfermeras intensivistas hicieron acopio de sabiduría y destreza, necesarias en estos casos. Así, después de horas de angustia, pude encontrarme fuera de peligro.
«Quisiera en nombre de mi esposa y de mis hijos, y en el mío propio, hacer público nuestro agradecimiento a esos excelentes profesionales de la Medicina, tanto de terapia intensiva como de terapia intermedia, que día a día trabajan por preservar la vida de los cubanos».
La historia narrada se repite a diario en cualquier centro de salud de nuestro país. Los cubanos les debemos la vida a tantos compatriotas que, por encima de quienes nos la complican y la hacen más difícil, nos blindan el corazón de mejores sentimientos; de esa nobleza que exhalan las palabras de Pablo Fariñas.