Acuse de recibo
Llegaron tarde a las tiendas; y como a veces sucede, no alcanzaron el producto. En esta ocasión se trataba de un artículo tan necesario a los niños como su uniforme escolar. Comenzaba el curso 2009/2010.
Así lo cuenta Amelia Ara Puente (Santa Elena, s/n, Los Palos, Nueva Paz, La Habana). Su pequeño, entonces en segundo grado, no obtuvo el vestuario de reglamento. «Las dependientas me recomendaron visitar los municipios adyacentes. Todo fue en vano», refiere la mamá.
Llegó septiembre de 2010 y con él, el nuevo año de estudios. Pero otra vez el menor de Amelia se quedó sin uniforme. Y hasta fines del mes pasado no había más que comentarios de que tal vez darían otra vuelta, cuenta la remitente.
Y con razón se pregunta si su niño estará signado a usar solo uniformes viejos que le faciliten amistades; si únicamente quien llegue primero a las tiendas podrá adquirir el imprescindible vestuario. Por otra parte, inquiere la madre, ¿no es que los uniformes vienen de acuerdo con la cantidad de escolares? Entonces, ¿por qué se acaban en su zona? Sería oportuno que informaran al respecto las entidades correspondientes.
Ya las lagunas del abandono han reblandecido bastante la estabilidad de Menelio Duardo Sampel (Ave. 65, No. 5006, entre 50 y 52, San José de las Lajas, La Habana), y sus vecinos.
Resulta que desde hace aproximadamente dos décadas, según cuenta Menelio, los residentes de su cuadra sufren salideros de agua potable y albañal al frente de sus casas.
Con el transcurrir del tiempo en esta insalubre situación, el área se ha vuelto intransitable; ya no existe asfalto, ni aceras, y cuando llueve con intensidad, como ha venido ocurriendo en esta temporada, los hogares inevitablemente se encharcan, describe el remitente.
«La línea principal de agua potable —afirma— pasa por el centro de dos fosas de albañales en esta cuadra, y esta tiene dos acometidas partidas que mantienen constantemente las fosas llenas y vertiendo para la calle. Esto ha provocado desde hace años que el alcantarillado se mantenga tupido con todo lo que arrastra».
Como estrategia de contención los afectados han levantado muros de 20 a 30 centímetros delante de sus viviendas, pero cuando el mal aprieta… no valen guayabas verdes.
«El problema ha sido planteado en las rendiciones de cuenta a los delegados que hemos tenido durante estos 20 años. La única que trató de resolver esta situación fue Xiomara Gilimá, pero no terminó su gestión porque hubo cambio de mandato», sostiene el lector.
Con las ráfagas de un huracán en el 2002, un árbol contiguo a la casa de Yuliet Rodríguez Mateo (Carretera Ciudamar, No. 24, Reparto Nuevo Santiago, Santiago de Cuba) cayó con todo su peso sobre el hogar. Una habitación y el baño del inmueble quedaron totalmente destruidos, y la estructura completa se resintió.
Yuliet se presentó de inmediato en el puesto de mando de la zona del litoral, en la ciudad santiaguera, para reportar la afectación. A los dos días, visitó un inspector a la familia, hizo el levantamiento de los daños y alertó de que era un caso «de reposición completa» por el peligro de derrumbe que presentaba la edificación, evoca la remitente.
Pasó el tiempo, y cuando la afectada visitó nuevamente a la dirección del distrito, «la respuesta fue que ya todos los casos del 2002 estaban resueltos».
Se dirigió entonces a las autoridades del municipio. A los 60 días la visitó otro inspector. El empleado le manifestó la incongruencia de que ella estuviese haciendo esos trámites, pues su vivienda «estaba incluida en las reposiciones del 2002, o sea, estaba… entre las reparadas en el 2002».
Después de aquel incidente la «solución» que se le ha otorgado al caso es entregarle una licencia de construcción por medios propios. Pero la santiaguera, que no cuenta con las condiciones para acometer tal empeño, se pregunta con toda razón: «Si los materiales de mi vivienda fueron asignados, ¿adónde fueron a parar?» El caso bien merece explicación y esclarecimiento.