Acuse de recibo
Ibrahín García (Calle 66 No. 3708, entre 37 y 39, San José de las Lajas) quiso el 28 de agosto pasado amenizar una celebración con familiares y amigos. Y como había observado que en la localidad capitalina del Cotorro abundaba la carne de cerdo a 21 pesos la libra, se dispuso a adquirirla allí.
En un quiosco, la tablilla proclamaba ese precio. Pero, como dicen, el papel lo aguanta todo. El vendedor le dijo que era a 25 pesos la libra. Él decidió vindicar su derecho y cuestionó la diferencia.
Ibrahín le señaló que entonces es una falta de respeto mostrar el precio de 21 pesos en la tablilla. «Me miró —precisa él en su carta—, y me preguntó: —Chico, ¿de dónde tú saliste?». Entonces el consumidor fue a Alberro. La misma historia: 21 pesos en tablilla, y 25 pesos «en la verdad verdadera».
Ibrahín no bajó la cabeza, como tantas veces, y fue al Gobierno municipal del Cotorro. Allí le recibió muy amablemente, en el Departamento de Atención a la Población, una señora mayor, llamada Lidia, quien se solidarizó con él. Ella hizo varias llamadas, y en una de ellas puso a Ibrahín al habla con alguien que le respondió: No se puede hacer nada ahora, pues todos los inspectores están en reunión.
Al retornar apesadumbrado, Ibrahín presenció la misma dicotomía en varios quioscos: un precio oficial ficticio, y otro verdadero al hablar. Y al comentar la dualidad, varias personas le dijeron que hace tiempo eso sucede a la vista de todos, y nadie lo soluciona.
Al final, Ibrahín adquirió la carne a 25 pesos. Y el pasado 13 de septiembre recibió una llamada de una funcionaria de Atención a la Población de Supervisión Integral, quien le aseguró que los supervisores habían visitado esos quioscos, «y todo estaba en orden; o sea, el precio de venta coincidía con el expuesto en tablilla».
«Era mi palabra contra la de los vendedores, sentencia Ibrahín, y a mí me toca la peor parte. Me insulté, me estafaron, y además soy un mentiroso. ¿Por qué no ven lo que está a la vista de todos?».
Oscar Montoto (San Jerónimo 560, entre Reloj y San Agustín, Santiago de Cuba) ha hecho un descubrimiento en la ciudad de Baracoa, que debería servir de inspiración y ejemplo para otras entidades recreativas y gastronómicas del país, que bien podrían calificarse de «recondenativas» y «gastonómicas».
Cuenta Oscar que, mientras otros centros violan impunemente la tranquilidad ciudadana con el alto volumen de la música y otros desórdenes y desparpajos, el club Karaoke, de la Ciudad Primada, es el reverso de tanta desfachatez.
El centro nocturno está situado en el mismo corazón de la ciudad; y aunque vive de la música en diferentes manifestaciones, no altera el sosiego de los vecinos. «Si pasas por el frente del establecimiento, o te paras ante su puerta principal, apunta Oscar, no te enteras de que en el vientre de esa magnífica sala hay música, alegría y personas compitiendo con sus respectivas voces, en un karaoke que divierte y hace reír a tantos, incluidos cantores frustrados que logran esa noche ser aplaudidos».
Precisa el remitente que en el club Karaoke no se permite fumar, ni que los exagerados de siempre se pasen de tragos, con la consabida indisciplina que ello genera. La Policía actúa de inmediato, y sin vacilaciones, ante cualquier desatino, de conjunto con el colectivo de trabajadores del centro.
«No hay marcha atrás, enfatiza Oscar. Es considerado como de los mejores y más bellos centros de ese tipo en nuestro país. Su director, experimentado en el giro, junto a sus 12 trabajadores, defienden este espacio de recreación y esparcimiento de quienes saben hacerlo con pasión, sentido de pertenencia y respeto ciudadano».