Acuse de recibo
Hay que alimentarse diariamente, y para eso hay que cocinar. Si no tienes las condiciones para ello y tampoco puedes crearlas con tu dinero, ¿qué haces?
Razones para alegrarse tuvo primero Orlando Castro (Bloque 1, apto.1, Reparto 26 de Julio, Mayarí, Holguín), quien es ingeniero en Automatización y labora hace ocho años en la termoeléctrica Lidio Ramón Pérez, en el municipio de Felton: luego de vivir con su esposa y los dos hijos en la casa de sus padres, hace un año se le asignó un apartamento, construido por la empresa.
Ya en enero de 2010 la familia tenía su libreta de abastecimiento, y en la OFICODA les aconsejaron que debían esperar por los equipos de cocción eléctricos, distribuidos mediante el programa de la Revolución Energética, aunque en ese momento el proceso de entrega «estaba detenido».
Hace poco más de un mes, Orlando vio en la tienda el módulo de cocción y un cartel que anunciaba su venta para los nuevos núcleos. Como había transcurrido casi un año esperando esa oportunidad se alegró, pero en la OFICODA le informaron que solo lo estaban vendiendo a los núcleos familiares que ya habían gestionado el crédito en el Banco, y a los cuales no se les había entregado aún por la carencia de módulos.
Aun así, el núcleo de Orlando aparecía en el listado de los núcleos nuevos del período 2009-2010. Les solicitaron el contrato de la vivienda, mas como la misma es medio básico, le explicaron sobre una Resolución que prohíbe la venta de los módulos de cocción para esa modalidad de vivienda.
Posteriormente, Orlando constató en la Dirección de Comercio del municipio que existe tal Resolución, la cual tampoco incluye a las viviendas llamadas vinculadas a una entidad. Y conoció que solo se estaban considerando para recibir el módulo los núcleos familiares residentes en casas construidas con esfuerzo propio, una vez adquirida la propiedad. Le dijeron que lo único a la mano era incluirlos en la cuota de distribución de queroseno de la bodega.
A partir de cuanto le han explicado, lo que enerva y desespera a Orlando es que no se disponga de una alternativa para quienes reciben viviendas en calidad de medio básico o vinculada.
«¿Qué hago con el queroseno, si no tengo fogón para ese tipo de combustible ni dónde adquirirlo?», pregunta Orlando.
Desde Callejón de San Agustín 18, en el municipio capitalino de Arroyo Naranjo, me escribe Delia Martínez, ingeniera mecánica que labora como especialista de Transporte en Cubapack.
Cuenta Delia que vive allí, en planta baja, porque realizó una permuta para ese lugar el pasado 6 de junio, desde el edificio 945, apto. 1, en un cuarto piso de la Zona 1, en el barrio habanero de Alamar, donde recibía el servicio de gas licuado. Ella resolvió una vivienda en bajos por la elevada edad de sus padres. Además, su mamá está postrada y hay que hacérselo todo ya que no puede contener concientemente la defecación y la orina, no habla ni camina.
Cuando permutó, ella sabía que esa zona estaba comprendida en el esquema de entrega de los módulos de cocción eléctrica. Y al realizar el nuevo contrato del gas, le explicaron que le correspondían dos balitas al año. Paralelamente, en la OFICODA le explicaron que le daban un papel para comprar los artículos eléctricos.
Delia solicitó que excepcionalmente le acortaran el ciclo de entrega del gas, dada la situación de su mamá. La remitieron a la oficina de los trabajadores sociales y allí le dijeron que no realizaban esas funciones, que ahora correspondían a los trabajadores sociales de Salud, radicados en el policlínico.
Al siguiente día fue al policlínico y las trabajadoras sociales le dijeron que no tenían que ver con esa actividad. Finalmente, Delia fue a la OFICODA, hizo el traslado de su libreta y le dieron el papel de los efectos eléctricos. Fue a la tienda donde debía adquirirlos y le dijeron que hace rato esos módulos no entran.
«¿Cómo puedo cocinar con dos calabacitas al año, sin módulo eléctrico y con la situación de mi mamá?», pregunta Delia.