Acuse de recibo
Pudo haberle costado la vida, pero la atención esmerada de médicos y enfermeros del policlínico de San Juan de las Yeras, en Ranchuelo, Villa Clara, eliminó en dos horas la afección respiratoria que ella padecía.
Por eso Raúl Rivero Pérez quiere trascender las gracias dichas al paso y llevar a la tinta pública su gratitud hacia quienes ayudaron a su mamá. Este villaclareño residente en el Reparto Bermúdez, en el mismo Ranchuelo, experimentó con la mejoría de ella cuánto puede el oxígeno del buen trato. Los doctores Osmani Rodríguez y Onill Nieto y los cuatro enfermeros tuvieron incluso la delicadeza de acompañar a la anciana hasta el auto que la esperaba. «Para muchos puede resultar algo normal, pero para mí fue tan grande…», confiesa el remitente.
Si es cierto que el país debe paulatinamente revaluar el salario de los trabajadores y eliminar las gratuidades y subsidios que constituyan un lastre económico, esto no debe nunca debilitar los principios humanistas que han definido el proyecto cubano de nación. La meditación viene a estas líneas por el caso de Marilín Peláez (Ave. Agramonte, No. 58a, entre Ave. Varona y 2da., Reparto Puerto Príncipe, en Camagüey). Marilín tiene un hijo de 18 años, limitado físico-motor, que se atiende en el Hospital Frank País, en Ciudad de La Habana. De ahí los turnos médicos a los que deben asistir ambos, unas tres veces al año. En estos momentos, además, se encuentran en espera de un corsé que solo fabrican en la entidad Cuba-RDA, también en la capital. «Cuando viajé el 7 de julio último fui a pedir la reservación que se daba por Islazul para (el alojamiento de) estos casos. El compañero que me atendió me explicó amablemente que ya nada de eso se podía hacer», se duele la remitente. ¿Cómo se las arreglan entonces quienes sufren situaciones excepcionales como esta? Urge alguna variante.
Margarita Cruz González (Calle Peralejo No. 56, entre Pepe Torre y Carretera Central, Centro Ciudad, en Holguín) nos trae un reclamo colectivo que sus vecinos y ella llevan años tramitando. Ellos viven en una céntrica calle de un solo sentido. Allí se encuentra un gran almacén de la Empresa de Bebidas y Refrescos (EMBER) que ocasiona peligros a transeúntes y residentes. «El parqueo es pequeño y se dificultan mucho las maniobras de las rastras para poder situarse en el andén de carga y descarga. Se suben a las aceras; los postes del tendido eléctrico y de teléfono son afectados; “trancan” el tránsito… Ya a la vecina del 184 hasta se le metió un camión en el portal…», cuenta Margarita. ¿Con tantos almacenes que hay fuera de la ciudad por qué la EMBER no utiliza alguno de ellos y se ofrece este local para otros fines en beneficio de la comunidad?, se pregunta la holguinera. ¿Quién ofrece la respuesta previsora?
Tres años llevan los vecinos de Calzada de San Miguel del Padrón No. 1408, entre 3ra. y Manuel González, La Rosalía, en el municipio de San Miguel del Padrón, Ciudad de La Habana, tratando de resolver la tupición colectiva que los agobia. Elsa Povea Quiala, residente en el apartamento 1 del inmueble, explica en su misiva que el pasillo común a los seis apartamentos está por debajo del nivel de la calle. «Cada vez que llueve el agua potable se contamina con albañales; se inundan los apartamentos… Y nuestros núcleos familiares están compuestos, en gran medida, por ancianos y niños… En las instancias a las que me he dirigido —Edificios Múltiples, Comunales…— todo ha sido un peloteo», añade angustiada Elsa. A quienes como ella se ven invadidos frecuentemente por las aguas negras, les resulta cada vez más engorroso sacarlas de los hogares. Los riesgos crecen.