Acuse de recibo
Muy dolido y desestimulado me escribe Pedro Anaya Grimany, desde el campamento 7 de Diciembre, de trabajadores albergados que laboran en el central azucarero Manuel Fajardo, en Quivicán, La Habana.
Cuenta Pedro que con la reestructuración azucarera, el central Los Reinaldos, de Santiago de Cuba, fue desactivado hace más de cuatro años. Y su homólogo, el Manuel Fajardo, que sí continuó moliendo, necesitó mano de obra. Allá fueron a Los Reinaldos a buscar trabajadores que quisieran hacer zafra y otras labores. Hasta les dijeron que habría posibilidad de casa en el futuro.
Así, Pedro y otros 37 obreros fueron a probar suerte al Manuel Fajardo el 29 de diciembre de 2005, y desde entonces están allí, en el campamento 7 de Diciembre.
«Los primeros meses fueron bastante aceptables —señala. Hace más de un año todo ha cambiado con respecto a la atención al hombre. Primero fue la no entrega del módulo de aseo personal, la comida mal elaborada y poca.
«El desayuno se limita a un pan pequeño y seco: un día sí, y varios no», señala.
Hace más de un año, apunta, los servicios sanitarios están tupidos, y esos obreros tienen que hacer sus necesidades fisiológicas en un platanal cerca de allí, o encima de las tupiciones. No les cambian la ropa de cama ni se las lavan. «No quieren ahora ni que algunos compañeros cocinen su comidita».
Asegura el azucarero que tales problemas los han planteado en reuniones, pero no se resuelven. «La incompetencia administrativa ha desgraciado este campamento», sentencia Pedro y agrega: «Se han olvidado que nos fueron a buscar para echar a andar este central, que hace azúcar por nosotros, quienes dejamos atrás, a casi 900 kilómetros, a mujeres, hijos y nietos».
Raciel Reyes alerta en su carta de un fenómeno que puede suceder en muchas tiendas; y que, de no controlarse, puede expandirse con las dificultades económicas, por obra y gracia de los revendedores.
El remitente (Avenida 53 número 33031, entre 330 y 332, La Concepción, municipio capitalino de La Lisa) es con solo 26 años delegado del Poder Popular en su circunscripción; y el pasado 28 de julio experimentó una desagradable experiencia en la tienda El Gallo, de Galiano y Reina, en Centro Habana.
Él y su esposa decidieron hacer una cola porque iban a hacer rebajas de precios de ropa con pequeños defectos. Tenían el número ocho. Cuando abrió la tienda, las dos primeras personas de la cola arrasaron literalmente con todo lo que estaba en rebaja.
«Compraban las cosas por cajas y cajas: pantalones, ajustadores, blúmeres. Gastaron en un momento entre 300 y 400 CUC. Y le hablo de precios como 15 centavos de CUC los blúmeres y los pantalones a 2 o 3 CUC.
«Cuando le reclamamos al dependiente que diera hasta una cantidad determinada, nos dijo que lo de él era vender. Le preguntamos por el gerente y dijo que no estaba...
«¿Qué persona va a una tienda de ropa a comprar con 300 CUC? ¿Qué persona se aparece además de primera y con maletines para acaparar bastantes cosas, más tarde ofertadas a sobreprecio? ¿Algún día a esos acaparadores les será necesario trabajar?
«¿Por qué permitimos que dependientes y demás trabajadores de las tiendas se confabulen con esas personas, y les avisen cuando van a hacer rebajas? ¿Hasta cuándo vamos a seguir soportando a estos insensibles que no se conmueven con ver personas que no les pueden comprar siquiera un par de zapatos baratos a sus hijos?».
Es muy serio el emplazamiento que ha hecho Raciel. No es la primera vez que tal arbitrariedad lastima a esos sencillos consumidores, de limitado poder adquisitivo, que apenas se benefician con las escasas rebajas de nuestro comercio minorista. ¿Quién explica por qué se permite tal abuso?