Acuse de recibo
Así anda Hilda Fernández (Cortina 402, altos, entre Vista Alegre y Carmen, Diez de Octubre, Ciudad de La Habana), desde el día en que visitó por última vez la bóveda propiedad de su familia, en el Cementerio de Colón: comprobó que el sepulcro había sido profanado, y le habían extraído, sin su consentimiento, los restos de cinco familiares, entre ellos los de su madre. Allí aparecía la jardinera de una persona desconocida, fallecida el 10 de octubre de 2008. Hilda posee la propiedad 27642 de esa bóveda, adquirida mediante Escritura Pública Notarial de 1944. Y en los libros de la necrópolis aparece que el propietario desde el 6 de julio de 1944 es el tío de Hilda, ya fallecido. Hecha la queja ante la administración, hasta el 20 de mayo, cuando me escribió, no había respuesta sobre lo que califica como «fechoría». Sí le dijeron que ya se habían comunicado con quienes aparecen como nuevos «dueños», pero «no sabemos en qué lugar están los cinco cadáveres y cómo fue que pudieron hacer una exhumación de los restos de mi madre sin nuestra autorización y sin estar presente ninguno de nosotros».
Especial gratitud: Los alumnos de la escuela especial para limitados físico-motores Solidaridad con Panamá, de la capital, retornaron de una estancia en el Campamento Internacional de Pioneros Maravillas de la Infancia, en Varadero. «Estamos acostumbrados al amor, solidaridad y comprensión de nuestros maestros y trabajadores en general de la escuela —subrayan—, pero fue tanto el amor y la entrega de Clarita, la directora del campamento, y su tropa, que nos hicieron sentir como si estuviéramos en la escuela». Mencionan también a María, la que limpiaba los dormitorios; a Daniel, a las cocineras, las del comedor y todos: «Fueron tan cariñosos, amables y solidarios, que queríamos a través de ustedes darles las gracias y desearles muchos éxitos en el desempeño de tan bonito trabajo».
Desesperada: Kendra Carpio Marrero (CAI Benito Juárez, Placetas, Villa Clara) sufre porque lleva seis meses esperando por unos espejuelos que le mandó a hacer a su hijo de 12 años, y aún no los ha recibido. El niño perdió ya la visión de un ojo y con el otro cada vez ve menos. Es paciente del Hospital Oftalmológico Pando Ferrer, en la capital, y en noviembre de 2008 le mandaron unos espejuelos nuevos. Ella se los mandó a hacer en Santa Clara, y en varias ocasiones ha ido, pero no están aún. Recientemente el muchacho tuvo consulta en La Habana, y la doctora les informó que sigue perdiendo gradualmente la visión por falta de espejuelos. El 28 de mayo Kendra fue a Santa Clara, y todavía nada. «Me atendió una doctora muy amable y me explicó que lo que falta para los espejuelos es un cilindro; pero eso es en La Habana, y que donde lo hacen está cerrado (no sé por qué causa). Imagínese mi desesperación», señala la madre.
No tiene precio: Mercedes Hernández y Vladimir García (Calle Colón, Edificio 212, apartamento 15-8, Nuevo Vedado, Plaza de la Revolución, Ciudad de La Habana) cuentan que su hijo comenzó a presentar en octubre de 2007 síntomas de hipertiroidismo, un bocio tóxico que le ocasionó una gran pérdida de peso y aumento del ritmo cardiaco. Desde entonces, y por más de un año, se emplearon varios medicamentos para evitar la intervención quirúrgica. «Fue tratado con profesionalidad y cariño en el Instituto de Endocrinología y los hospitales Pedro Borrás y William Soler. Y en los últimos tres meses fue remitido por los especialistas del Instituto al Hospital Pediátrico del Cerro. En este último, por haber estado más de dos meses hospitalizado, convivimos con el personal de dicha institución... Se trazó un plan en breve plazo para coordinar la cirugía que, a pesar de la excelente preparación, conllevaría un gran riesgo. Así lo hicieron, de forma coordinada, el doctor Carvajal, la doctora Teresa Montesinos, el doctor Barreto, la dirección del hospital y el profesor Dimas al frente del equipo quirúrgico. Posteriormente hizo estancia en terapia intensiva y nuevamente en la sala de Endocrino hasta su alta médica. Desde el primer instante, el trato, la preocupación, solidaridad, cariño, afecto y todo lo imprescindible en un caso como este, llegaron a nosotros con total espontaneidad y desinterés. Al llegar el alta médica, con sus propios recursos se las ingeniaron para sorprenderlo con una hermosa y emotiva despedida. Por el tratamiento, ingreso hospitalario, la intervención quirúrgica y la recuperación no desembolsamos ni un centavo; pero el trato que recibimos con su enorme carga de bondad y dedicación... es algo que no tiene precio», concluyen.