Acuse de recibo
Un cubano que trabaja la tierra y suda la camisa, Arístides Morales Guevara, se siente burlado y ofendido por las evasivas de quienes hace diez meses juegan a los escondidos con su bolsillo y la economía de su familia.
Jubilado de la Empresa Forestal de Morón, se incorporó a trabajar con su hermano en la finca Margarita, heredada de sus padres en el barrio rural Ranchuelo, del municipio avileño de Chambas. Ambos están asociados a la Cooperativa de crédito y servicios Camilo Cienfuegos.
En junio de 2008, mediante contrato, ambos hermanos vendieron a Comunales de Morón 80 plantas de coco, ya paridas, a un precio de 70 pesos por unidad, para un importe de 5 600 pesos. Esos árboles, explica, se trasplantan por el sistema de moteo: se arrancan con raíces, y con una mota de tierra circular alrededor de aquellas, para que cuando se vuelvan a sembrar sigan su vida como si no se hubieran arrancado de cuajo.
Y Comunales, a su vez, se las vende a los polos turísticos, para que sean resembradas en áreas de playa. De estas, unas fueron destinadas a Cayo Coco y otras a Varadero.
Pero a Arístides, sin embargo, no le han pagado desde entonces el fruto de su trabajo. Él incluso se ha quejado ante la Empresa Provincial de Comunales y ante el Gobierno municipal de Morón, pero «mis carreras han sido en vano, pues me han peloteado y nadie responde por la deuda que se tiene conmigo. Me han irritado, pues es mi sudor y mi trabajo de varios años».
Quizá a esta hora un turista está bebiendo agua de coco de esas plantas «paridas» con el sacrificio de Arístides. Los ingresos por el turismo se logran también con el esfuerzo de muchos cubanos como este campesino, para que una entidad sea tan poco respetuosa.
El asunto no es que ahora, con la revelación pública, se le pague lo que se le debe y todos muy felices con el desagravio. El asunto es que esto no debía suceder en Cuba, a estas alturas del 2009. ¿Cuándo será la última carta que publique con denuncias de tales incumplimientos con el hombre que trabaja la tierra?
¿Muerto el perro se acabó la rabia?Jorge Luis Did González (Máximo Gómez 212, entre Martí y Maceo, Sagua la Grande, Villa Clara) está muy alarmado con los métodos que últimamente utiliza la Unidad de Higiene del sectorial de Salud en ese municipio, para enfrentar la proliferación de perros callejeros.
Refiere el lector que la solución ha sido el envenenamiento de esos canes abandonados. «¿Creen ustedes —pregunta—, que es correcto sacrificarlos en masa; y ver cómo sufren, convulsionando en las calles, ante las lágrimas de los niños y los ojos tristes de los adultos, hasta que el veneno los aniquila?».
Jorge Luis entiende que el fenómeno de los perros callejeros es muy preocupante desde el punto de vista de la salud y la higiene, pero también apunta que «esos animalitos han sido víctimas de la crueldad, indolencia y falta de humanidad de personas que los acogen en su seno familiar como mascotas, y después los echan a la calle, a sobrevivir por su propia cuenta.
«¿No sería mejor —señala—, recogerlos, sanearlos y esterilizarlos para controlar su reproducción indiscriminada?». Jorge Luis argumenta que este país ha logrado lo que parecía imposible en muchas campañas masivas, como para que no se pueda encontrar una solución equilibrada que preserve la salud ambiental y la higiene extirpando el abandono de los perros, pero no a los perros mismos.
«Los decisores del exterminio de perros en las calles no tienen en cuenta que lastiman el sentimiento popular, refiere. He vivido medio siglo y siempre han existido los perros callejeros. Considero que se hace necesario recuperar las experiencias positivas abandonadas.
«Cuba está suscrita a todos los tratados internacionales sobre Medio Ambiente, por lo que debemos hacer valer la Declaración universal de los Derechos de los Animales, proclamada el 15 de octubre de 1978, aprobada por la UNESCO y posteriormente por la ONU».
Es triste, y da qué pensar el refrán que reza: «Muerto el perro, se acabó la rabia».