Acuse de recibo
Juan Alberto Ramos me escribe desde calle C número 8206, en el reparto Dolores del municipio capitalino de San Miguel del Padrón: el 7 de julio de 2007 él adquirió un colchón camero en la tienda Ultra, por valor de 211,45 CUC, a nombre de su hija Martha Nieves Ramos. En la tienda le explicaron que tenía un año de garantía, y que de presentarse cualquier irregularidad, llamara al teléfono 670-0587, pues allí se responsabilizaban con el cambio, e incluso con la transportación. El 17 de junio de 2008 Juan Alberto llamó al número indicado y explicó que el colchón presentaba problemas y aún estaba en garantía. Y para sorpresa suya, le informaron que, en caso de cambios, el cliente tiene que llevar el colchón a Wajay kilómetro 2½, edificio Hilatex, cuarto piso. Juan Alberto tendrá que pagar 20 CUC para transportar el colchón al Wajay. La garantía expira el próximo 7 de julio, y él considera que lo engañaron, sencillamente. Este redactor pregunta: ¿Cuál es esa acolchonada garantía que acomoda a quienes ofrecen el servicio y complica al cliente, lanzándolo a un sitio tan distante y que implica serios gastos para su bolsillo? ¿Por qué siempre los ciudadanos son los que tienen que desgastarse y desangrarse?
Sin papa en Nuevitas: José Rodríguez Sánchez denuncia desde Punta Piedra, en Nuevitas, Camagüey, que en ese municipio la papa es prácticamente desconocida: el pasado año no se comió allí esa vianda que tanto ayuda. «Entre muchas versiones, decían que no se había sembrado», señala José, para preguntar después: «¿De quién es la culpa?»... En realidad nadie sabe por qué, pero lo cierto es que hasta el 4 de junio pasado, tampoco en este 2008 se les ha vendido a los nueviteros ni una libra de papa. «Se planteó en las asambleas de rendición de cuenta, y un representante de Acopio dijo que la papa estaba en el frigorífico, pero que había que esperar una orden de La Habana para repartirla». Lo cierto es que la papa llegó semipodrida. «¿Los nueviteros nos merecemos esto?», pregunta el lector.
Ágil respuesta: Pedro Herrera (Pasaje Oeste 57, entre Lacret y Luis Estévez, municipio capitalino de Diez de Octubre) escribe para agradecer una ágil y profesional respuesta de Aguas de La Habana. El pasado 28 de mayo, la hermana de Pedro reportó en la oficina comercial de esa empresa problemas que tenían en la cuadra. En menos de 72 horas se presentó la inspectora de la entidad explicando que existían demoras, pero todo se iba a acometer con la mayor rapidez posible. Y el pasado 19 de junio la brigada de Playa, y en especial el carro 116, bajo el mando de Humberto Herrera, en menos de tres horas solucionaron el problema, a pesar del profundo hueco que tuvieron que cavar para encontrar la tubería maestra. Y eso en medio de una abultada agenda de reportes en un municipio superpoblado y con añosas redes hidráulicas. Vale por Aguas de La Habana.
Se las ponen más difíciles: Evelio González Guliaeff me escribe desde Bellavista 758, entre Vía Blanca y Santa Lutgarda, en el municipio capitalino de Cerro, para cuestionar por qué cuando una entidad modifica horarios y cuestiones relativas al servicio a sus clientes, estos se tienen que enterar por un escueto anuncio que no explica los porqué. Y sitúa como ejemplo el caso del servicio de gas licuado. En el punto de venta de las «balitas» de su barrio apareció un cartel que reza que a partir del 16 de junio solo se abriría, en días alternos, de 1 a 6 de la tarde. Pero no se explica la razón de la medida, que afecta seriamente a los consumidores. A estos, según Evelio, solo les quedan dos alternativas: Faltar al trabajo en horario vespertino, o no cocinar y esperar al sábado, que es ahora el único día en que el punto de venta abre por la mañana.