Acuse de recibo
Benditos esos seres febriles que, a despecho de las limitaciones físicas con que les castigaron la genética o los accidentes, se esfuerzan en la cuesta de la vida por ser útiles y plenos, y nos dan lecciones a tantos sanos y salvos que muchas veces despilfarramos nuestras aptitudes.
Hoy me escribe con fineza una de esas personas: Yaneisis Jardines, joven discapacitada que reside en Biplanta número 7 A, en el reparto La Concepción, de Palma Soriano, provincia de Santiago de Cuba. Ella nació con una deformidad en la pierna derecha, y, a despecho de ese lastre, siempre ha buscado la plenitud social y personal, aprovechando las posibilidades que ofrece este país generoso. Pero, sobre todo, ha evitado que los obstáculos en el camino le retuerzan el alma.
Yaneisis se graduó en 2004 como técnica en Contabilidad, e hizo su servicio social en la fábrica de refrescos de su localidad. Pero allí no le ofrecían contenido de trabajo, pues, según confiesa, menospreciaban su capacidad. «Así estuve —recuerda— hasta que la situación se hizo insoportable y decidí probar suerte en otros organismos, donde inventaban excusas y no me aceptaban».
La joven no se desplomó y decidió escribir al Consejo de Estado. Y su caso fue trasladado al Gobierno provincial de Santiago. Al fin comienza a laborar en la fábrica de pastas alimenticias, donde concluye su servicio social: no queda fija allí por no haber plazas vacantes para su especialidad. Entonces le ofertan una de vendedora de pastas, ocho horas de pie, para quien se sostiene con muletas. No pudo desempeñarla.
La remiten a la Dirección de Trabajo y Seguridad Social, y allí le dicen que no hay plaza para su especialidad. Y como Yaneisis tiene muletas para la locomoción, pero no para la mente, se dirigió al director de esa institución y le dijo claramente: «¿Cómo yo no voy a estar trabajando con lo joven y fuerte que estoy?».
El director le prometió que cuando hubiera algo para ella, le avisaba. Pero la muchacha persistió, y se dirigió también a Atención a la Población del Gobierno local...
Al fin le ofrecieron una plaza de atención a los inventarios de Comercio y Gastronomía en distintas unidades, incluso con el requerimiento de tener que viajar a lugares lejanos y montañosos. «No tuvieron en cuenta que mi pierna es una muleta que llevo de por vida, y en ocasiones no puedo caminar por las quemaduras que me hacen en la axila», señala.
La tenacidad tiene alas: Yaneisis volvió a la Dirección de Trabajo y Seguridad Social, y entonces le desplumaron las ilusiones: le dijeron que no había propuesta de trabajo que ella pudiera desempeñar.
«¿Debo enterrarme en mi casa a morirme?», increpa Yaneisis y se rebela contra el conformismo: «No quiero ser una carga».
La situación anímica de la muchacha ha empeorado por lo que ella denomina «un mundo de prejuicios que hay en esta ciudad». Y como si fuera poco, en estos momentos no tiene muletas. El Gobierno municipal le prometió resolverle un par, pero hasta ahora no han aparecido. Con ello, «se me ha hecho insoportable la vida hasta en el plano familiar, pues no puedo moverme».
Yaneisis sabe que este país abre los caminos a los discapacitados para que ganen su escaño en la vida. Ella conoce de tantos programas y desvelos estatales por la inclusión de personas como ella... Pero también conoce por experiencia propia que el prejuicio, y las inercias y rutinas, no creen en directivas, y se alojan en el inconsciente de los seres humanos como una lapa retardataria.
La valía social de una persona está en su talento y voluntad para aportarle a la sociedad, no importa su impedimento. Hay otras discapacidades más dañinas, que radican en la mente excluyente de quienes dividen a los seres humanos de acuerdo con exámenes médicos rígidos y ortodoxos.
Por su persistencia y valor, Yaneisis merece la victoria en esta difícil carrera a campo traviesa por la vida, entre tantos obstáculos y recovecos. Ella es dura de derrotar en su sueño de ser útil.