Acuse de recibo
Los ojos de un niño merecen todo el celo del mundo, pues son sus primeras ventanas para asomarse a la vida. Yannis Ramírez Capote anda muy preocupada por los sensibles ojos de su hijo Dannis Rosales Ramírez, que enceguecen con la luminosidad.
Yannis escribe desde General Rabí 46, en Jiguaní, provincia de Granma. Y cuenta que su pequeño de tres años padece una fotofobia marcada, muy bien atendida por los especialistas. El problema son los malditos trámites, que no progresan en los laberintos burocráticos desde 2006.
Dannis no ve en la claridad. En el círculo infantil al que asiste orientaron a la madre que lo llevara al Centro de Diagnóstico y Orientación (CDO) correspondiente. Ya allí, Yannis mostró el certificado médico y le dijeron que no le servía: apenas consignaba que era una fotofobia marcada y no severa, la imprescindible. Además, requerían una valoración del especialista sobre el diagnóstico, pues necesitaban conocer las consecuencias para el pequeño.
Hecha la valoración del CDO, le indicaron que se presentara con ella en la Dirección de Trabajo y Seguridad Social del territorio, para que allí sopesaran la posibilidad de liberarla de su trabajo, y así poder atender al niño. La funcionaria le solicitó otra valoración, en este caso de la educadora del círculo infantil.
Yannis regresó a Trabajo con los documentos requeridos y le comunicaron que ya eso estaba hablado con la provincia. Le iban a situar una persona para cuidar al niño si se decidía sacarlo del círculo infantil. Y en el círculo ya la presionaban, pues Dannis chocaba con los objetos. No era el sitio idóneo para el cuidado que requiere.
Yannis es madre soltera, y vive con ese y otro hijo junto a sus abuelos, dos ancianos con más de 80 años, en una casa en pésimas condiciones muy cercana a un río, en un barrio rural a un kilómetro del pueblo. El niño es muy inquieto, y la madre no estaría tranquila en su centro laboral...
En Trabajo, la funcionaria le solicitó que entregara la valoración de la defectóloga, el certificado médico del especialista y su consideración. Ella los llevó, y le dijeron que esos documentos iban para provincia, y una comisión la visitaría en su casa. Todavía la está esperando...
Hace más de ocho meses que la funcionaria de Trabajo tiene los documentos. Yannis ha ido muchas veces a averiguar por la situación de su hijo, «y siempre es un cuento diferente: que vaya el lunes, o el viernes, para darme una respuesta». Así, hasta que en noviembre de 2007, la funcionaria le dijo que se le habían perdido los documentos. Así, sencillamente, y no pasa nada.
Yannis es una madre desesperada, porque tiene que trabajar para mantener a sus dos hijos. Y Dannis se queda a diario en condiciones inseguras, con los dos ancianos.
Los ojos de un niño merecen toda la premura del corazón.
La segunda carta viene a reafirmar lo que la primera: los casos excepcionales merecen un tratamiento igualmente diferenciado y sensible.
Jorge Luis Rodríguez me escribe desde Fernandina 153, entre Monte y Omoa, en el célebre barrio habanero de Atarés. Él es un jubilado como cualquier otro, con la diferencia de que es sordo. Y como tal, ha solicitado varias veces en el Banco Metropolitano (BM) las bondades del cajero automático para cobrar su pensión. Pero se las han denegado, aduciendo que no hay capacidad disponible.
Jorge Luis cobra por chequera en la agencia 3052 del BM, en Infanta y Manglar. Y el día de pago, cuando los jubilados se precipitan al Banco para hacer la cola y recibir sus ansiados pesitos, él tiene problemas en la misma. No oye cuando preguntan el último, y eso le trae serios problemas; porque los ancianos, como los niños, son menos apacibles de lo que pensamos, y tienen el resabio y la rencilla a flor de piel a veces.
«Ayúdeme, por favor», me suplica Jorge Luis. Y yo solo puedo revelar su reclamo, para que el Banco Metropolitano y otras entidades de su tipo, se sitúen en el silencio absoluto de él y de otros sordos, comprendan su drama y les busquen una solución. ¿Es tan difícil privilegiarlos con la tarjeta magnética antes que a otros que, incluso, quizá prefieran el folclor, la temperatura social y el exceso de comunicación, palabras y sonidos de la cola?