Acuse de recibo
Al borde del infarto colectivo están los vecinos de los edificios 38 y 39, de calle Sexta, entre 16 y 17, reparto Guiteras, en la capital. Ya no saben a quién acudir.
El S.O.S. lo envían Zandalio González y Milagros Rosales, del apartamento 25 del edificio 38, y Dagmara Tamayo, del apartamento 33 del edificio 39: hace años el colindante círculo social de ese reparto les tiene la vida —más bien los oídos y los nervios— en constante crispación.
Allí la música, a niveles hiperdecibélicos, comienza todos los días a las 10:00 a.m., y concluye a las 9 o 10:00 p.m. Los viernes y sábados dura hasta las 2:00 a.m., y los domingos hasta la 1:00 a.m. Música en vena, sin compasión ni elección. «Escándalo infernal», así lo califican.
Los vecinos tienen que vivir cerrando ventanas, y ni así escapan. Deben aguardar a que concluya la hiperdecibelia para dormir, leer, oír su propia música, conversar en paz, o simplemente disfrutar un relativo silencio.
No son acérrimos enemigos de la música y la alegría. No, ellos solo aspiran a que la irrupción sonora esté en los parámetros adecuados. Pero nadie pone las cosas en su sitio, de acuerdo con lo que refleja la carta.
«El audio es cada día más fuerte. Todo parece indicar que nuestras quejas no son atendidas», refieren. «De ocurrir lo contrario, el orden solo dura un día. El estado de salud de 80 a cien familias está en juego».
Desde el año 2000 andan bregando con el problema. Lo han planteado en asambleas de rendición de cuentas. Han acudido a la Dirección de Cultura municipal, y en mayo de 2001 el caso fue transferido al Consejo de la Administración Provincial y a la Dirección Provincial de Cultura. La situación se controló un tiempo, y luego volvió el escándalo.
Han escrito a las direcciones provincial y municipal de Higiene y Epidemiología, a la Dirección Provincial del CITMA. Han recogido firmas...
Cuentan ya el colmo: el pasado 4 de noviembre, sobre las 2:30 de la madrugada, salían del círculo grupos enfebrecidos gritando palabrotas, desafiando la tranquilidad del vecindario. Apedrearon el quiosco de venta del pan y voltearon el contenedor de basura en medio de la calle. No es la primera vez que se registran esas vandálicas acciones, aseguran.
Tampoco es la primera vez que el tema de la agresión sonora, se trata en esta columna, en solidaridad con los quejosos en cualquier rincón del país. Pero, asombrosamente, el mal perdura ante el desentendimiento de muchas autoridades.
¿Hasta dónde se permitirán la jungla sonora, las groseras transgresiones de la tranquilidad y los derechos de las personas a vivir en paz? Es muy preocupante que haya tanto «ruido en el sistema».
Menos mal que cuando se dispara la bilirrubina, aparece una carta como la de Joaquín Eduardo Barrios, que nos devuelve la calma.
Barrios reside en Avenida del este 10206, apartamento 19, reparto Santa Catalina, en el capitalino municipio del Cerro. Cuenta que el 17 de noviembre, su abuelita arribó al Aeropuerto José Martí en vuelo de Cubana, procedente de México. Y al abandonar el avión, olvidó un bolso de mano, con un equipo de DVD.
Ya en la casa se percató. Y la familia dio por perdido el mismo, sopesando ciertas apetencias y tentaciones que cunden por ahí. «El que lo encontró... se salvó», decían.
Convencidos de que no aparecería, aun así llamaron por teléfono al servicio de equipajes extraviados en el aeropuerto. Y... «¡qué galleta sin mano!», señala en su carta Barrios. Entre quienes revisaron el avión al final del viaje, alguien que él nunca podrá saber quién es, había salvado el prestigio y la decencia humana, y de alguna manera había reivindicado a la línea aérea y a la institución.
Desde el otro extremo de la línea telefónica, una amable voz femenina les devolvió la fe: sí estaba el paquete allí. Y aquí está la gratitud de la familia, reconociendo que la honradez puede estar en el rincón más inusitado, para dar lecciones a la incredulidad.