Acuse de recibo
Fidel Ferrer Arcís me escribe desde esa joya patrimonial y turística que es la ancestral ciudad de Trinidad, para revelar algo que no aparece ni en las postales ni en los spots promocionales: el estado en que se encuentra la popular playa Ancón, más allá del casco histórico, y sus viales de acceso.
Ferrer, quien reside en Pelayo Alonso número 64, en esa ciudad espirituana, refiere que «la antigua carretera, que aún es utilizada por los veraneantes, ha sido tragada por la maleza. La colosal base de campismo, el majestuoso salón con el área de taquillas y el restaurante han sido destruidos total o parcialmente, sin que haya signos de remodelación o construcción de otras instalaciones para el disfrute y confort de los bañistas».
Y agrega que «en doloroso contraste con el área que ocupan los hoteles Trinidad del Mar y Ancón, el área de baño es pésima. Existen restos de casamatas de concreto prácticamente dentro del agua, que está plagada de una maraña de sargazos. Los árboles han sido cortados casi todos, sin extraer los tocones que han quedado en la arena. Y no se han construido ni siquiera sombrillas rústicas que ofrezcan la anhelada sombra. La sensación de abandono le cala los huesos al rey de los conformistas».
Ferrer clama por la preocupación de las autoridades locales, y la necesidad de un proyecto inmediato que al menos detenga tal deterioro y evite que sea irreversible.
La segunda carta la envía Martha Zamora Caballeiro, vecina de Revillagigedo 208, entre Misión y Esperanza, apartamento 10, en La Habana Vieja, y es una preocupación acerca de un fenómeno que ella viene observando hace rato.
Significa la lectora que, desde los primeros años del período especial, empezó a hacerse común el hecho de que, en las escuelas primarias, sus trabajadores solicitaran a los padres de los alumnos dinero, sobre todo en divisas, para la adquisición de materiales de limpieza, luminarias y otros artículos que comenzaron a escasear en aquellos años muy duros.
Pero con los años, la costumbre casi se ha hecho tradición. Martha hoy tiene una nieta en la escuela, y entre los comentarios de madres y abuelas, es frecuente escuchar que en las escuelas se piden hasta 2 y 3 CUC para la compra de ventiladores.
Ella se pregunta si está establecido por el MINED recoger moneda convertible para adquirir esos efectos electrodomésticos, o es una decisión que han ido tomando esos centros, apoyada en la disposición permanente que tiene la familia cubana de apoyar a la escuela, que tanto hace por la educación de sus hijos.
A Martha le digo que, sin tener a mano la respuesta del MINED, estoy seguro de que en ningún momento hay disposición alguna que obligue a los padres a esa erogación, que nada tiene que ver con el carácter gratuito y universal de la educación en Cuba.
No debe confundirse la iniciativa particular de determinados colectivos, o de los propios padres, con una coyunda de ese tipo. No debe trastocarse el recabar el apoyo permanente de la familia hacia la escuela, con tales imposiciones.
A fin de cuentas, las carencias de estos años pueden haber motivado espontáneamente ciertas donaciones, pero nunca en materia de enseñanza la Revolución ha pensado en términos de billetes. Si la generosidad y el desinterés han permanecido a capa y espada en un sitio, para bien de todos, eso ha sido en el aula cubana.
Lo que falte en una escuela, para el normal desenvolvimiento del proceso docente, es responsabilidad única de las autoridades educacionales que, dicho sea de paso, han mantenido serios esfuerzos para, en medio de circunstancias y carencias muy complejas, sostener el noble propósito de cultivar la inteligencia de cada niño y joven cubanos.