Acuse de recibo
Hoy traigo la respuesta de Karen Gorostiaga Ávila, jefa del Departamento Técnico Productivo de la Dirección de Programas Especiales de la Empresa Cubana del Pan en Ciudad de La Habana, a propósito de la queja del lector Juan Tortosa, reflejada aquí el pasado cinco de junio.
Tortosa, vecino del reparto Antonio Maceo, en el municipio capitalino de Cerro, fustigaba el hecho de que en la panadería de Avenida del Este y Avenida del Norte, en el Casino Deportivo, se vendieran preponderantemente barras de pan de diez pesos, en detrimento de las que cuestan cinco pesos, más demandadas por personas de más bajos ingresos.
Ello ocasionaba que cuando alguien solicitara una de las pequeñas, debía esperar que apareciera un comprador con similar propósito, para adquirirla entre los dos. El absurdo de los absurdos.
Al respecto, manifiesta Gorostiaga que a raíz de lo publicado, se presentaron a la panadería de marras para esclarecer el asunto. Y subraya que «como medida inmediata, se determinó reducir la producción de pan de 400 gramos a diez pesos, e incrementar la fabricación de unidades de 200 gramos, a cinco pesos».
Aclara la funcionaria que han ido diversificando su producción. Todas sus panaderías tienen la indicación de amanecer con al menos cinco variedades en el mostrador.
Y explica que «el que no se pique la flauta de diez pesos no es una orientación caprichosa de nuestra entidad, y sí obedece a una norma sanitaria que lo prohíbe, toda vez que cuando se pica, el cliente a quien le toque la segunda mitad nunca estaría de acuerdo en llevársela, al desconocer la manipulación que ha sufrido la misma».
Y asegura que esa entidad está abierta a críticas y opiniones de la población. En cada panadería hay un Comité de Protección al Consumidor, del cual hay referencias visibles, con los deberes y derechos de los consumidores, y los teléfonos y direcciones de los distintos niveles adonde se pueden enviar las quejas y sugerencias.
Finalmente, Gorostiaga agradece a Tortosa la crítica formulada, y asegura que señalamientos de ese tipo los comprometen a que situaciones tales no se repitan en el futuro.
La segunda carta la envía Magali Galvañy, residente en calle Segunda número 11141, apartamento 7, Residencial Almendares en el municipio capitalino de Boyeros.
Relata Magali que hace unos años un ladronzuelo le sustrajo todos sus documentos personales, incluida su licencia de conducción. Y estuvo casi nueve meses deambulando para rehacerla: primero en las oficinas de Santa Beatriz, después en la unidad de Santiago de las Vegas; y por último en Calzada de Luyanó y Luco. «Horas de cola y mucho disgusto por el tiempo invertido en trámites», subraya.
Y prejuiciada por esa lamentable experiencia, Magaly volvió por la oficina de Calzada de Luyanó y Luco el pasado 9 de julio a solicitar de nuevo su licencia de conducción, pues nuevamente le habían hurtado todos sus documentos (pobre e indefensa Magali, pasto de los vulgares rateros).
Pero su mayor sorpresa fue que no había cola, esa cola que tanto nos presiona y desespera. «El personal que me atendió, señala, lo hizo con mucha profesionalidad y cortesía. Me entregaron mis documentos en menos de diez minutos después de haber llegado a solicitarlos».
Magali considera que esa nueva imagen que brinda el personal que atiende la licencia de conducción allí, debe ser elogiada públicamente.
Y manifiesta que es muy duro, después de pasar por el gran disgusto de que le roben a uno sus pertenencias, tener que pasar por el castigo de las horas de colas y trámites para reponer documentos como el carné de identidad, la licencia de conducción y la circulación del auto.
Por eso, Magali insiste: «Gracias a ese personal que nos hace pensar que, con un poco de esfuerzo y deseos de trabajar, se puede brindar la mejor calidad y atención al pueblo».
Ojalá este ejemplo sirva de estímulo y tenga influencia en todas las unidades de Tránsito del país.