Acuse de recibo
Allá en el batey Dos Hermanos, en el municipio cienfueguero de Rodas, Katy González vive de sobresalto en sobresalto. Entre las ruinas del viejo ingenio que fue aquel sitio, se yergue como un peligro constante un viejo tanque de hierro de diez metros cúbicos, con un siglo de existencia y a una altura de 40 metros. La antigualla, en total deterioro, está a solo unos pocos metros de la casa de Katy, prácticamente en su patio.
No solo ella y los suyos están amenazados por aquel monstruo oxidado, sino también los vecinos cercanos y todo aquel que transite por allí.
Hace más de siete años que los lugareños lo vienen denunciando en las asambleas de rendición de cuenta, sin haber obtenido una respuesta concreta. Entre tantas gestiones en el territorio, al fin fueron atendidos el 10 de junio de 2006 por el presidente del Gobierno municipal, quien visitó el lugar y les orientó que lo cercaran hasta que se pudiera llevar una grúa.
De aquello han transcurrido más de diez meses, y todo continuaba igual cuando Katy me escribió. «Cada día, sentencia, el tanque se deteriora más... El 9 de febrero se publicó en el periódico 5 de Septiembre un artículo relacionado con la situación... y hasta el momento nada».
Para Katy es inconcebible que durante tanto tiempo no se haya podido resolver la grúa salvadora. Y entre sobresaltos observa al monstruo metálico en plena decadencia, y se resiste a pensar que haya que pagar con una tragedia humana el ansiado desmontaje del viejo tanque.
Crispada por la misma sensación de inseguridad vive Nurys Batista, en la calle Versalles, entre A y D, reparto Residencial Almendares, en el municipio capitalino de Boyeros.
Relata Nurys que en esa cuadra hay un poste del servicio eléctrico que hace más de tres años se está cayendo, en el sentido literal de la palabra. Cuando tramitaron su queja con la Empresa Eléctrica, les dijeron que no se preocuparan, que eso llevaba un proceso, y el poste se iba a cambiar. Pero sigue ahí, desafiando la Ley de la Gravedad de Newton.
En las dos últimas temporadas ciclónicas, se ha inclinado más. De un lado el tendido eléctrico está tensionado, a punto de reventarse, y del otro ya casi se puede alcanzar con las manos. Y por allí transitan niños hacia las escuelas, y vecinos que dicen sentir los zumbidos de la corriente eléctrica. ¿Es que tiene que ocurrir una desgracia para que por lo menos refuercen el poste?, emplaza la vecina a los eléctricos.
La tercera misiva la envía Román Román Zamora, residente en Edificio 33, apartamento 1B, Micro 3, reparto Abel Santamaría, en Santiago de Cuba. Y es la denuncia de un suceso acaecido en el aeropuerto Antonio Maceo de esa ciudad.
Manifiesta Román que el pasado 25 de febrero viajó en un vuelo de Cubana de Aviación La Habana-Santiago de Cuba, no sin antes despachar su equipaje. Cuando la aeronave aterrizó en Santiago, las autoridades del aeropuerto decidieron llevar los equipajes para el parqueo ubicado fuera de la instalación, y entregarlos a los viajeros de esa forma.
Habrían alrededor de 200 o más personas, subraya Román, alrededor de los cinco remolques cargados de bártulos, intentando encontrar los suyos. «Como era de esperarse, se formó una indisciplina incontrolable, en medio de la cual se extraviaron dos equipajes. Y uno de ellos era el mío, con una impresora en óptimas condiciones».
En Reclamaciones le dieron a Román un documento y le dijeron que debía esperar 35 días para saber el resultado. Pacientemente aguardó, y fue cuando Cubana le ratificó que la impresora no aparecía. La indemnización establecida era 20 pesos por cada libra del bien perdido. Así, por equipo tan costoso, que él no extravió ni mucho menos, le correspondían 120 pesos.
Román reclamó a la instancia central de Cubana, y le reiteraron lo mismo. Censura tal tasación en el caso de costosos bienes extraviados. Y, sobre todo, porque piensa que «la pérdida es responsabilidad del aeropuerto Antonio Maceo, por provocar la indisciplina que terminó con la pérdida del equipaje».