Acuse de recibo
No son palmas cualesquiera, sino las 28 que escoltan ese venerable sitio que es el Monumento a José Martí en el Parque Central de La Habana. Y fue el 22 de abril pasado que esta columna reflejó el alerta del lector Ernesto F. Orozco, acerca de las dificultades que presentan esos árboles tan cubanos en torno a la estatua.
Orozco señalaba que dichas palmas reales no han podido crecer con todo el esplendor, a consecuencia de la escasa área que tienen para que las irriguen: apenas tres metros cuadrados entre la piedra compacta. Y precisaba que una de ellas ya está peligrosamente inclinada.
A propósito, responde hoy Mariana Hechavarría, jefa de Divulgación de la Dirección Provincial de Servicios Comunales de Ciudad de La Habana, quien informa que, a raíz de lo publicado, funcionarios de la Unidad Provincial de Áreas Verdes, subordinada a la anterior entidad, y de conjunto con especialistas del Jardín Botánico Nacional, visitaron el sitio para hacer una valoración del problema.
Así, comprobaron que nueve de las palmas están secas, otras están en mal estado y una, efectivamente, se encuentra inclinada, con peligro de caerse.
Según el diagnóstico hecho, el deterioro de tales árboles está condicionado por su longevidad, y por el poco espacio de tierra que poseen, a más de que esta está demasiado compactada por el paso de transeúntes. Y como el suelo se halla al mismo nivel del mármol circundante, en consecuencia cuando llueve el agua corre por encima de esa superficie, no penetra ni se acumula alrededor del tronco. Y ello se agrava por el hecho de que están sembradas en un suelo muy rocoso, con escasa y desnutrida capa vegetal.
Dado que el sitio es Monumento Nacional, el equipo propone a las autoridades competentes talar las palmas que están secas, las que están próximas a morir, y la que presenta la peligrosa inclinación. Y, en consecuencia, resembrar con ejemplares «pichones», de 3 a 4 metros de altura, esos sitios que quedarían vacíos. También en cada cuadrante plantar una jardinería que impida la compactación del terreno y permita la penetración del agua. La propuesta incluye la colocación de rejitas para delimitar el paso peatonal.
La segunda carta la envía el doctor Armando Iturralde Codina, residente en Kessel 314, entre Lourdes y Viloldo, reparto Víbora Park, en el municipio capitalino de Arroyo Naranjo.
Iturralde está muy preocupado con la lentitud y falta de explicación que muestran ciertas instituciones con respecto a las quejas que les hacen los ciudadanos, incluso cuando estas alertan sobre peligros inminentes para la comunidad.
Y no teoriza el doctor, sino que ejemplifica con una historia de su barrio: cierta rastra, a su paso, provocó la caída de varios cables de las líneas telefónicas, al extremo de que cuelgan a la altura de un niño. Y los vecinos ven con estupor que algunos muchachos del barrio los halan, con el peligro de que se desencadene un accidente fatal, y al propio tiempo se interrumpa el servicio telefónico.
Asegura el doctor Iturralde que desde hace más de un mes lleva haciendo llamadas telefónicas a ETECSA. La última la hizo el 24 de abril pasado, con el número 5756, y aún no ha recibido respuesta al respecto.
Los cables continúan caídos, y ETECSA no le ha dado explicación alguna acerca del porqué de la demora con un asunto tan delicado.
Las dos últimas cartas versan alrededor de los trabajos que se hacen en el río Almendares de la capital.
Niurka Soto, de calle 24 número 159, en El Vedado, señala que el cierre del puente de hierro sobre el río que comunica a Plaza con Miramar, a consecuencia de esas labores, se ha extendido por más de siete meses, tiempo que le parece desmedido si se tiene en cuenta la importante función social que tiene el puente.
Y Neida Sánchez, quien reside en avenida 47 número 1417, Miramar, prácticamente en las márgenes del río, elogia por una parte el programa de saneamiento del Almendares, y por la otra se pregunta cómo es posible que impunemente haya tantos vertimientos de basura y desperdicios en sus orillas, sobre todo por organismos y personas inconscientes.