Acuse de recibo
La tranquilidad y el silencio parecen extinguirse. Ni siquiera uno en su propia casa puede aislarse del mundanal ruido; y esa tendencia está generando estrés y conflictos entre vecinos, sin que por lo general las autoridades hagan valer el peso de la Ley. Las molestias sonoras no encuentran freno, siendo una modalidad de la violación de domicilio...
Rolando Campos es una de esas víctimas de los desafueros ajenos. Él reside en calle 92, número 5708, entre 57 y 57-A, en el municipio capitalino de Marianao. Y su casa colinda con una bodega. Tradicionalmente la rutina de los que allí concurren no ha agredido su intimidad, pero de un tiempo a acá el escándalo está haciendo de las suyas.
Aunque la bodega tiene un portal bastante grande, esas personas entablan las conversaciones pegadas a la casa de Rolando, y en un tono elevado, tanto en el volumen como en el grosor de las palabrotas. Y en muchos casos, acompañadas de humedades alcohólicas.
«Es bueno destacar —denuncia Rolando— que esto ocurre a cualquier hora del día y de la noche. Todo esto hace que no tengamos tranquilidad en el sueño. He tenido que privarle a mi mamá, que tiene 85 años, de disfrutar las delicias del portal, para evitar que escuche semejantes faltas de respeto».
Señala el lector que en dos ocasiones se ha dirigido a las autoridades, sin obtener resultado.
En otro confín de La Habana, allá en el reparto Alamar, Taimí Escobar Castro sufre intromisiones similares, en este caso con el desenfreno musical.
Taimí reside en el edificio SP-9, apartamento 23, en la zona Micro-10 de esa localidad, y relata que en el edificio situado frente al suyo, y frente a su ventana, «vive una persona que no se cansa de poner música demasiado alta»; lo mismo un corrido mexicano que las voces de Cristian, Juan Gabriel o La India. O con Marco Antonio Solís o Álvaro Torres. «Cuando mejor lo paso es cuando se le ocurre escuchar a Los Beatles, Queen...».
Refiere Taimí que ella labora en una emisora radial todos los días de la semana, y los domingos, particularmente, debe levantarse a las cinco de la mañana, pues entra en un programa en vivo a las siete. Cuando llega exhausta a su casa, desea descansar y no puede. La música del vecino recorre toda su casa, sin permiso alguno. Tiene que encerrarse a cal y canto y sufrir el calor. Y así todo, la invasión sonora no cesa.
Un día de esos se decidió a visitar al improvisado «operador de música» para explicarle estas molestias. Y el mismo le dijo: «Lo siento, pero ese es mi hobby». En cierta ocasión, Taimí habló con las autoridades del barrio y no recibió respuesta.
Taimí se pregunta entonces a quién va a acudir. Y este redactor, que en otros momentos de su vida ha sufrido desagradables experiencias en esa materia y rompió muchas lanzas intentando constantemente armisticios sonoros, le comprende cuando ella dice que, al menos, su carta le ha servido para desahogarse ante tanta agresión impune.
Lamentablemente, en un país con tanta cultura medioambiental y una política avanzada en tal sentido, el tema de la hiperdecibelia no tiene prioridad en la agenda de las autoridades. El ciudadano se queda casi siempre con sus tímpanos burlados, en esa batalla contra los demonios del escándalo incontrolado.
La tercera carta de hoy la envía Juan Iglesias, de San Francisco 665, en Lawton, municipio capitalino de 10 de Octubre. Y es una queja por una medida unilateral tomada por una entidad que presta servicio a la población. Y no cualquier servicio.
Refiere Iglesias que el punto de venta de gas licuado de Eduardo Lores, entre 15 y 16, en Lawton, desde diciembre de 2006 solo atiende al público tres días a la semana: martes, jueves y sábado; los dos primeros días de 12 a 6 de la tarde, y el tercero de 8 de la mañana a 3 de la tarde.
Consecuencias: las colas interminables y más dificultades para adquirir el combustible: si se te acaba el domingo, no puedes comprarlo hasta el martes, por ejemplo. Y los restantes puntos de gas de ese municipio abren todos los días. Cuál es la razón entonces de esa molesta especificidad, se pregunta Iglesias.